José María Múgica-Vozpópuli

El PSN entrega la alcaldía de Pamplona a Bildu, en razón de una moción de censura contra la actual alcaldesa Cristina Ibarrola (UPN) suscrita por ambos. Un obsceno y desolador pacto que supone otra ruptura –¡y cuántas van ya!– de compromisos históricos del PSOE, el primero de ellos no concertar nada con los herederos del terrorismo etarra. Otro pacto infame.

Es el innoble producto de una democracia que se desarrolla ya en la clandestinidad, a base de “protocolos secretos” que se nos anuncian paulatinamente –ya sea el caso de esa moción de censura, ya en lo que hace a las estrafalarias conversaciones con periodicidad mensual que celebran el PSOE y Junts en Suiza con un verificador salvadoreño, sin que nada, absolutamente nada, se informe sobre su contenido; y quién sabe cuántas noticias más que vendrán-. Todo deviene una imparable máquina de encubrimiento que el presidente Pedro Sánchez va desvelando a su antojo, para el sonrojo de todos los españoles. Un insulto a la inteligencia de la ciudadanía.

A pocos meses de las elecciones autonómicas vascas, no son creíbles las manifestaciones de Eneko Andueza, candidato socialista a lehendakari, en el sentido de que nunca apoyarán un gobierno presidido por Bildu en esa institución. Por más que se empeñe en repetirlo, siempre la pregunta será qué crédito tiene esa palabra, tras lo ocurrido en el Ayuntamiento de Pamplona. Porque incluso el problema de fondo ni siquiera reside en Eneko Andueza, sino en la exclusiva voluntad del Sr. Sánchez, amo y señor de todas las decisiones socialistas en España. Y cuando el ministro bullanguero D. Óscar Puente se permite expresar en sede parlamentaria su satisfacción porque Pamplona tenga ese alcalde de Bildu, que es “fuerza progresista y democrática”, apaga y vámonos. El progreso y la democracia de Bildu no es más que el del general Millán Astray y su “Viva la muerte”. Así, éstos de Bildu, herederos políticos del terrorismo, incapaces de condenar su dramática acción, ni de colaborar en la resolución de los más de 350 asesinatos de aquella banda etarra que permanecen impunes.

Tamaño insulto a un ciudadano demócrata alemán descalifica a quien lo emite, sea por ignorancia inaceptable, sea por soberbia de todo punto condenable

Es una escalada de degradación que no tiene fin. Como lo demostró el propio Sr. Sánchez en la insólita sesión del Parlamento Europeo en que se permitió arremeter contra el líder del primer partido europeo –el Partido Popular Europeo–, Don Manfred Weber, tachándole de nazi al preguntarse si acaso su programa consiste en poblar las calles y plazas de Berlín con los nombres de líderes del Tercer Reich. Tamaño insulto a un ciudadano demócrata alemán descalifica a quien lo emite, sea por ignorancia inaceptable, sea por soberbia de todo punto condenable. Con semejante disparate dirigido a Manfred Weber, es el Sr. Sánchez quien se desautoriza; y más grave, avergüenza a España.

Es como si el Sr. Sánchez quisiera también introducir la discordia, ya asentada en España por su obra, en el conjunto de la Unión Europea. Es el Sr. Sánchez el que riega España de discordia, de polarización, de acuerdos políticos clandestinos con lo peor de lo peor de las fuerzas políticas de nuestro país. La omertà de la que se guía es rigurosamente incompatible con la democracia.

No acaban ahí, con ser gravísimos, los hechos sucedidos en el curso de esta semana. Asistimos también a un pleno parlamentario sobre la amnistía, batalla en todo caso perdida por el gobierno, cuando prácticamente la totalidad de las casas demoscópicas nos ilustran con el dato de que más de dos tercios de los españoles se oponen a tan nauseabunda ley, que consagra los privilegios de unos delincuentes que la dictan a su antojo para autoamnistiarse a sí mismos, rompiendo la igualdad de los españoles y quebrantando con toda gravedad el estado de derecho y el principio de la separación de poderes. Un fraude electoral inaceptable, pues esa ley sabemos exactamente lo que vale y de dónde procede: los siete votos de Junts que precisaba el Sr. Sánchez para su investidura. No, aunque hiciera el gobierno el número de la cabra con esa ley, no tiene, ni tendrá, pase posible. Y, contra lo que pueda esperar ese gobierno, el suflé no bajará; porque el deterioro institucional lo estamos contemplando día por día. Cuando en política se falsea el valor de la palabra, al cabo nada se sostendrá.

  • El presidente del Gobierno pretende desarrollar tamaño desvarío también en la Unión Europea, al modo de un virus que contamina absolutamente todo allá donde asiste

Cuando en esa misma sede parlamentaria, una diputada de Junts se permite señalar nominalmente a jueces para insultarlos, sin que esa horrenda intervención sea desautorizada por el gobierno, no estamos asistiendo sino a un puro conflicto institucional de especial gravedad, pues afecta al poder judicial, clave en el funcionamiento de un estado democrático. Como si ahora España se empeñara en pasar a ser la Polonia iliberal antes de que se produjera el cambio en ese país con el nombramiento del Primer Ministro liberal Donald Tusk. En definitiva, asistimos a una degradación de las instituciones y con ella, de nuestro propio sistema democrático. Y por si esto fuera poco, el presidente del Gobierno pretende desarrollar tamaño desvarío también en la Unión Europea, al modo de un virus que contamina absolutamente todo allá donde asiste.

No menos grave es asistir a una desfiguración completa de las señas de identidad y de los valores que lo fueron del PSOE; la política reformista, el sentido nacional y la vocación mayoritaria, esenciales a la hora de llevar a cabo la Transición, han desaparecido por completo de esa fuerza política hoy dirigida de manera cesarista y por entero unipersonal por el Sr. Sánchez y a su antojo.

El pasado mes de agosto, el gran historiador Juan Pablo Fusi declaró en una entrevista que la amnistía “suponía la derrota de mi generación” que es la generación de quien hizo posible la Transición en España. Hoy, con el paso de los meses, asistimos a la derrota de las mejores ambiciones de un país doblegado por el propósito destructivo de un César sin límite.

Sabemos qué saldrá de tamaño despropósito: un empobrecimiento del país, una pérdida irremediable del peso de España en la esfera internacional, un debilitamiento inquietante de nuestras instituciones peleadas entre sí y la construcción de un muro entre españoles que acrecienta estúpidamente la discordia provocada desde arriba. Saldremos de ese cúmulo de adversidades que no merecemos, pero se medirá en división social. Es lo que cabe esperar de esa mezcla de incompetencia, desatino y arrogancia con que se nos gobierna.