Kepa Aulestia-El Correo
El lehendakari, Imanol Pradales, mostró la semana pasada su inquietud por «qué tipo de inmigración necesitamos y cuál estamos recibiendo». Preguntas que no parecían retóricas, y que los socialistas vascos se tomaron a la tremenda como si nunca se hubiesen planteado algo parecido. Pero una semana de enfados bastó para que ayer en el Parlamento se pacificara la diferencia hasta hacerla desaparecer. El lehendakari declaró que «en Euskadi necesitamos autóctonos y migrantes con todo tipo de perfiles y cualificación», de manera «ordenada, segura y regular», subrayando que hablar de inmigración es hablar de personas. Eneko Andueza no puso objeción alguna a esas palabras, liquidando de su parte el desencuentro en la coalición como si el asunto hubiese necesitado solamente un poco más de calor humano.
Existe la presunción de que los jeltzales mantienen más reservas ante la llegada de inmigrantes al País Vasco que, por ejemplo, los integrantes del Partido Socialista. Ello como consecuencia de un doble prejuicio. El identitario y el de clase. De la misma forma que los socialistas aparecerían con los brazos más abiertos ante la inmigración que los miembros de la derecha española no ultra. Ocurre así en el relato y el discurso, que son los que alimentan tal presunción. Pero no en la política programática. Puesto que las medidas aplicadas o apoyadas por la socialdemocracia no son radicalmente alternativas a las que secundan las formaciones liberal-conservadoras. De ahí que ni el secretario general del PSE haya podido sostener el debate suscitado tras las primeras manifestaciones del lehendakari, ni la delegada de la Administración central en el País Vasco haya podido formular demanda alguna por tal o cual resolución del Ejecutivo autonómico. El solapamiento de posturas es una constante en la Unión Europea, aunque resulte más cómodo imaginar la persistencia de una autenticidad ideológica del centro hacia la izquierda.
El observatorio Ikuspegi lleva tiempo señalando que los ciudadanos vascos no percibimos la inmigración como problema. En parte porque la población de nacionalidad extranjera ha alcanzado los dos dígitos muy recientemente en Euskadi. En parte porque la línea de separación por origen es todavía muy acusada. Y en parte porque se nos cuenta que los arribados compensan el romo crecimiento demográfico de la población aborigen. Pero el estado de opinión que ha tendido a generalizarse en Europa puede encontrarse entre nosotros a la vuelta de la esquina. En cuyo caso las palabras del lehendakari hubiesen generado una verdadera ebullición.
Solo que el debate propuesto se topa con un Estado y unas autonomías que no tienen una verdadera política de inmigración. Porque ni España en su conjunto, ni Euskadi en concreto, pueden jactarse de que quienes llegan a nuestras fronteras lo hacen porque éste era su deliberado destino. Y ni España ni Euskadi están en condiciones de desarrollar actuaciones en origen que den mayor sentido a nuevas arribadas migratorias.