No parece muy eficaz especular con el control de los acontecimientos que pudieran producirse con el debilitamiento de ETA cuando detrás del impulso de la violencia no existe moral, ni razón, sino la fuerza como razón. Y en la medida que ésta desaparezca como elemento aglutinante será quimérico intentar determinar la dirección hacia la que encauzarán sus energías.
ETA todavía no ha echado la persiana. Pero muchos políticos nacionalistas se están poniendo en situación, por si acaso. «Una vez que ETA deje las armas» hay que saber qué hacer, dicen. Es una situación recurrente y cíclica en la que nos vemos envueltos en Euskadi cada cierto tiempo. Son fases. Como las de la negociación. Ahora ha vuelto el runrún. Desde que el PNV se lanzó en tromba para activar la idea de poner en marcha un pacto antiterrorista actualizado (retomando en el fondo de la frustrada idea del ministro Rubalcaba este pasado verano) y los socialistas y populares le han llamado al orden para que no caiga en la tentación de dar balones de oxígeno, el laboratorio vasco vuelve a echar humo.
El lehendakari Patxi López está concentrado con su plan de acción legislativa a partir de enero. Pero, a su alrededor, el intercambio de ideas sobre el fin del terrorismo vuelve a estar hecho un hervidero. De todos los debates que van apareciendo en el escaparate, quizás el más sorprendente es el promovido por intelectuales activos de los grupos influyentes en el socialismo vasco, como Aldaketa entre otros, que proponen, a estas alturas, que a los reclusos de ETA se les llame «presos políticos vascos». Una propuesta rompedora, sin duda, que volverá a sacudir conciencias y removerá voluntades, entre quienes no van a entender el por qué de este paso atrás.
A las víctimas por ejemplo, que, aceptando que los terroristas mataron a sus familiares movidos por el propósito infame de hacer limpieza ideológica, ellas no se consideran en absoluto «víctimas políticas» y, además, la denominación de los reclusos terroristas como presos políticos les parece una concesión a los anhelos del entorno de Batasuna.
Los promotores de la idea tendrán que explicarlo mucho mejor y con mucha paciencia dialéctica para que no se crean, quienes les escuchan, que están dando un salto al vacío o, lo que es peor, que se vuelve a recuperar un debate que se consideraba superado. Pero quienes sostienen que a los presos de la banda hay que denominarlos «políticos» insisten en que lo hacen porque «hay que desenmascarar al PNV en su intento de desvincularse políticamente del proyecto de la organización terrorista».
Y si ETA ha matado por la independencia y por su proyecto nacionalista, no sólo habría que condenarla desde el punto de vista humano sino que hay que deslegitimarla políticamente. Se sirven -los impulsores de este debate- de la referencia a la «deslegitimación política de ETA» que figura en la Ley de Atención a las Víctimas para dejar esa «bomba dialéctica» sobre la mesa. Ocurrió la pasada semana, en el curso de una mesa redonda organizada por la Fundación Gregorio Ordóñez en San Sebastián. Y se armó el taco.
Los organizadores reconocieron que no recordaban un debate tan vivo en los últimos diez años. Porque el centenar de asistentes se vio involucrado en una polémica sobre el carácter político de los presos que logró dividir al aforo en medio de un clima que parecía retrotraerles a las pugnas de principios de los 80. ¿Si se les considera políticos, además de darle la razón a Otegi, no se les está facilitando que exijan, en consecuencia, una negociación política? Ésa era la gran preocupación de quienes creían que estaban asistiendo a un retroceso de los últimos años de la lucha contra el terrorismo. Pero los muñidores de la idea insistían: «hay que ser muy cuidadosos con los discursos que dan más importancia a las actitudes privadas del sufrimiento que ha provocado ETA que al significado político».
«Y si el proyecto político de ETA es el nacionalista, hay que deslegitimar su proyecto. No podemos querer cerrar el libro de nuestra historia de los últimos cuarenta años como si el fenómeno político del terrorismo de ETA no hubiera existido». Una fuerte controversia que, sin duda, dará qué hablar porque no es lineal. Tiene sus aristas. Habrá gente que esté de acuerdo con deslegitimar el «proyecto político» nacionalista de los terroristas pero que de ningún modo estará dispuesta a dar una «salida política» en una negociación con la banda. Parece de lógica cartesiana afirmar que «la razón que sirvió a ETA para matar no puede servir para constituir un proyecto político para la sociedad vasca». De hecho, es un aviso a los navegantes del PNV que siempre han querido distinguir entre los métodos de la banda y sus proyectos independentistas.
Pero, después de esa desautorización, hay que dar más pasos. Y ahí, justo donde espera el entorno de Batasuna, está uno de los flancos donde puede flojear esta propuesta. A nadie se le escapa que el cambio en el Gobierno vasco está abriendo muchos debates en torno al futuro de una Euskadi sin terrorismo. Habrá que saber distinguir las propuestas: las presentadas con la mejor intención, las realizadas para enmarañar el ambiente, o las pensadas para sacar la cabeza en el panel político y recuperar protagonismo.
No parece muy eficaz especular con el control de los acontecimientos que pudieran producirse con el debilitamiento de ETA cuando detrás del impulso de la violencia no existe moral, ni razón, sino la fuerza como razón. Y en la medida que ésta desaparezca como elemento aglutinante será quimérico intentar determinar la dirección hacia la que encauzarán sus energías sin cabeza dirigente.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 14/12/2009