EL CORREO 05/01/14
IGNACIO MARCO-GARDOQUI
· Cualquier debate sobre la financiación autonómica tropezará con la propuesta soberanista catalana; ni ellos se conformarán con más dinero ni los demás aceptarán repartos asimétricos
Entre los ‘afanes’ reformistas para el año que acabamos de estrenar destaca el de la financiación autonómica, que es uno de esos temas con los casi nadie está contento. Pero, supongo yo, el deseo que subyace tras él no es solucionarlo, sino encontrar una válvula de escape para la olla a presión catalana que está a punto de estallar. El intento es tan loable como inútil. Creo yo. En primer lugar, porque hace tiempo que los ‘mesías’ catalanes han abandonado su aspiración inicial de conseguir más dinero y más poder, por el actual de conseguir todo el dinero y todo el poder. Han decidido que es mejor ser cabeza de ratón que ‘cabeza’ de león. Repasen un poco la historia reciente y comprobarán que el lugar que han ocupado los catalanes en el cuerpo de nuestra historia común se encuentra mucho más cerca del cerebro que de los esfínteres.
En segundo lugar, es inútil porque resultará imposible encontrar un nuevo punto de equilibrio que sustituya al actual, por malo que sea éste, que en realidad no lo es tanto. Mi pesimismo absoluto se basa en la suposición de que ellos no aceptarán nada que no conlleve un sistema diferencial que les reporte más recursos; ni los demás aceptarán nada que mejore la posición catalana y, en consecuencia, empeore la suya. Hay más comunidades que dan más de lo que reciben. Incluso hay comunidades que dan mucho más que Cataluña y reciben menos que ella, así que es de suponer que éstas no se quedarán nunca satisfechas con propuestas asimétricas.
En mi opinión, los catalanes se equivocan gravemente. No solo porque es evidente que el resultado final de la intentona separatista dará como resultado uno peor en el que todos perdemos –pues esto es un juego de suma claramente negativa–, sino porque el punto de partida inicial no es tan malo como aseguran. Las relaciones entre una parte del Estado actual y el todo no hay por qué reducirlas al aspecto fiscal. Por qué razón deberíamos olvidar y despreciar las relaciones comerciales y las financieras, por hablar solo de las que tienen las principales consecuencias económicas y obviando asuntos capitales como la cultura, la historia, los afectos y un larguísimo etcétera. En todo ellos, Cataluña sale claramente beneficiada. Vende en el resto de España mucho más de lo que compra y obtiene en ella muchos más recursos financieros de los que concede.
Y eso mismo tiene unas consecuencias fiscales que parecen desconocer y que condicionan mucho a su favor el resultado actual que denominan injusto. Por ejemplo en el impuesto sobre el valor añadido, el IVA. Ahora, todas las ventas a ‘España’ salen grabadas por el IVA, un IVA que paga el resto de los españoles e ingresan ellos. Unos IVAs y unos ingresos que desaparecerían en el caso de obtener la independencia, pues esas ventas se convertirían en operaciones de exportación, exentas de ese impuesto. El nuevo ajuste en frontera reduciría el ingreso, sin compensarse por la vía de las importaciones. Éstas les proporcionarían nuevos ingresos… pero los pagarían ellos mismos y no afectarían al saldo de los intercambios con el Estado.
Algunos, en ambos bandos, suponen que es posible estudiar y cuantificar los intercambios sobre bases objetivas e indiscutibles. Vano empeño. Regionalizar los ingresos del Estado es una tarea relativamente posible, pero hacerlo con los gastos es prácticamente imposible. Por ejemplo, ¿a quién le apuntamos el gasto del AVE Madrid-Barcelona? ¿Qué tal a Aragón, que es la comunidad que más kilómetros disfruta? Claro que hay criterios aproximados que son los utilizados en los estudios realizados, pero siempre son subjetivos, siempre discutibles , y nunca aceptados cuando molestan.
Así que la solución no vendrá –si viene– por sesudos cálculos de balanzas fiscales. Vendrá –si viene– cuando la razón vuelva. Y no vendrá, me temo, hasta que las consecuencias del desastre mutuo sean tan evidentes que se conviertan, también, en irrecuperables.