Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 4/1/12
El presidente Rajoy tiene razones para estar preocupado. Desde tribunas habitualmente adictas a su causa han empezado a llamar «mentirosillo» a su Gobierno. Y eso no ocurre cuando llevan mucho tiempo en el poder; ocurre a los pocos días, casi a las pocas horas, de que su portavoz definiera al equipo como «el Gobierno de la verdad». Al mismo tiempo, se observan contradicciones y tiranteces entre sus ministros de Hacienda y Economía, porque ambos son muy locuaces, pero el papel del señor De Guindos queda difuso en sus atribuciones. Son previsibles las tensiones, precisamente cuando se requiere urgentemente un Gabinete no solo coordinado, sino compacto y que funcione como una maquinaria perfecta.
Si estas dos circunstancias no resultaran inquietantes, una tercera contribuye a una sensación de deterioro que se ha instalado en la opinión pública de forma demasiado rápida; incomprensiblemente rápida: es cada vez más frecuente escuchar que este Gobierno viene a hacer lo mismo que haría el anterior, si el anterior (Zapatero) hubiera tenido tiempo por delante. Por ejemplo, después de haber calificado la subida de impuestos como una ruina para familias y empresas, lo primero que hace es subirlos. Después de haber proclamado a los emprendedores como objetivo prioritario de su política, esa atención no apareció ni como compensación del hachazo fiscal. Y después de pregonar su enardecida lucha contra el desempleo, se teme que el resultado de los primeros ajustes sea una recesión más larga y un crecimiento del paro.
Ese es el ambiente que se percibe, siento muchísimo escribirlo. Con lo cual, se impone una reflexión: si las medidas adoptadas son las necesarias, imprescindibles y obligadas para el momento dramático que vive el país, ¿qué es lo que falla? Probablemente, la forma de comunicarlas. El sábado escribí aquí mismo que se había hecho una buena presentación técnica, y lo mantengo. Pero sin alma. Los ministros no tuvieron la sensibilidad de percibir que estaban metiendo la mano en la cartera del ciudadano, que le estaban pidiendo un enorme sacrificio y, para entendernos, les faltó la apelación a la sangre, al sudor y a las lágrimas. Faltó delicadeza y grandeza.
No todo está perdido. En diez días no se arruina un Gobierno de calidad como el que tenemos. Pero sí se deteriora. El señor Rajoy tiene que poner a funcionar todos los sensores para captar las señales de ese precipitado desgaste. Y me temo que no le queda más remedio que construir un discurso que explique la realidad del país, el proyecto que tiene para arreglarla y los plazos de que dispone. Y además, ponerle alma y cercanía al ciudadano. De lo contrario, podrá ver cómo crece la mala hierba de la decepción.
Fernando Ónega, LA VOZ DE GALICIA, 4/1/12