Isaac Blasco-Vozpópuli

  • Un prestigioso abogado me señaló el «esfuerzo» de los periodistas que han desfilado en el Supremo «por dejar vuestra profesión a la altura del betún»

Un prestigioso abogado me señaló hace un par de días el «esfuerzo» de los periodistas que han ido desfilando en el juicio a Álvaro García Ortiz «por dejar vuestra profesión a la altura del betún». Pese a ser uno de los que, por cortesía de la Fiscalía, ha sido requerido para acudir a la Sala Segunda del Supremo, me hice el desentendido y no me di por aludido.

Pero por encima de mi circunstancia, que solo a mí concierne, hay una impresión extendida sobre que el grupo de informadores incluido en la rueda de testificales ha acabado por desenfocar el objeto de una causa que, al contrario de lo que ha podido interpretarse por las preguntas a los comparecientes y las respuestas de estos, no forma parte de un capítulo de la serie ‘Lou Grant‘, responsable de tantas vocaciones defraudadas en una generación muy concreta de españoles.

Durante estas jornadas se ha detectado un inusitado interés, no sé si real o impostado, de fiscales y abogados en torno a la trastienda del proceder periodístico. A mí, como a tantos otros, me enseñaron en la Facultad que al lector le traía sin cuidado el proceso de elaboración de una noticia, el estado de ánimo de su redactor cuando la trabajaba o los múltiples escollos que debía superar para verla publicada.

También me inculcaron el secreto profesional como un principio de garantía y no como una suerte de detente del Sagrado Corazón con el poder de inmunizarte sin fisuras en tanto que poseedor de la verdad absolutísima. Como si esta fuera posible no ya en el ejercicio del periodismo, sino en el de la propia vida.

A mí, como a tantos otros, me enseñaron en la Facultad que al lector le traía sin cuidado el proceso de elaboración de una noticia, el estado de ánimo de su redactor cuando la trabajaba o los múltiples escollos que debía superar para verla publicada

Sin embargo, no me advirtieron de la curiosidad -sincera o fingida- de fiscales y letrados, esos que de primeras ya te ponen en alerta con el viejo truco de hacerse el panoli: «Yo, y eso que soy un lector de prensa empedernido, no tengo ni idea de cómo funciona una redacción…». Y así hasta que te acaban preguntando cosas como si es «normal» que los medios de comunicación «se copien» los unos a los otros… No, solo se miran de reojo; supongo que como ocurre entre los fiscales y demás leguleyos.

La invocación del secreto profesional ha sido alternada en la Sala de lo Penal con una amplia exposición de detalles acerca de la obtención, verificación y elaboración de una información; sobre cómo se relacionan los periodistas con sus fuentes, cuántos taxis hay que coger en idas y venidas encaminadas a atar los datos, el valor de los entrecomillados y tantas otras vicisitudes en el día a día de un periódico y de sus plantillas. Eso sí ha sido una revelación de secretos en toda regla, a la altura quizá de la que ha llevado al fiscal general al banquillo.

Como en este oficio se tiende a la vanidad, algunos no han dudado incluso en entrar en elevadas consideraciones sobre la función social de la prensa, la confianza de las empresas en sus profesionales, los dilemas morales planteados por la implicación reputacional de lo que se difunde o la conciencia clara de que te la están intentando meter doblada. Cuitas, en definitiva, como las que salen en ‘Todos los hombres del presidente’ pero sin el llorado Robert Redford.

A falta de un Woodward de pelo rubio pajizo, paradójicamente los detentes mediáticos del fiscal general han visto desarbolada su coartada en el Alto Tribunal por los ecos de las cloacas de otra «periodista de investigación» que se presentaba ante todo quisque como correa de transmisión de Bolaños, del propio García Ortiz y hasta de Pedro Sánchez, también conocido como «El uno«. Debe de ser que aquí somos más de Berlanga.