EL MUNDO 12/03/14
· Los colectivos de víctimas escenifican una insólita unidad frente a «cualquier fanatismo»
Ángeles lo dijo al son de una viola en el Bosque de los Ausentes. Pilar tras un saxofón en la Estación de Atocha. Una ante un puñado de políticos con las corbatas de la derecha. Otra frente a un manojo de políticos con las descamisas de la izquierda. «Hoy estamos aquí todas las víctimas. Pedimos a los políticos que luchen contra todos los terrorismos», dijo la primera haciendo una referencia implícita a ETA. «Hoy es el día de la unión de las víctimas. Rechazamos cualquier terrorismo», soltó la segunda con lo explícito de tener a su lado en el estrado a una víctima de la banda criminal vasca.
Y, por primera vez en 10 años, tanto se parecieron sus discursos que Ángeles y Pilar sonaron más fuerte que Pedraza y Manjón.
El décimo aniversario de la escabechina terrorista más sangrienta de la historia patria se encarnó en las presidentas de la AVT y de la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo con un mensaje unitario, como si una década de desencuentro hubiera sido ya cansancio suficiente.
A las convocatorias de los dos colectivos de víctimas más numerosos de España les separaron una hora y 500 metros, lo que transcurrió en el tiempo y en el espacio entre El Retiro y Atocha.
Y también el público de sus primeras filas.
Porque al acto de la Asociación de Víctimas del Terrorismo –en el que también estaban Ángeles Domínguez y Mari Mar Blanco, presidentas de otros dos colectivos de víctimas– asistieron, sobre todo, políticos del Gobierno y del Partido Popular.
O sea, los ministros de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, y de Interior, Alberto Fernández Díaz; la alcaldesa, Ana Botella; la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal; el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, o la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. A su lado, como si no hubiera oposición política, la portavoz parlamentaria socialista, Soraya Rodríguez, y la líder de UPyD, Rosa Díez.
Y ante todos ellos, Ángeles Pedraza, que había prometido hablar «como madre» y «no hacer reproches, ni enfrentamientos, ni polémicas», vertió un minuto de munición: «Nosotros no podemos olvidar. Yo quiero hoy pedir justicia y pediros [a los políticos presentes] que acabéis con todos los terroristas. Sé que la economía es un pilar de la sociedad, pero también lo es la ética y la moral. Las víctimas necesitamos el espacio que merecemos, no nos dejéis sufrir en soledad. Algo no va bien si las víctimas nos sentimos solas. ¿Es justo que seamos un estorbo para algunos? Luchad con coraje contra todos los terrorismos».
Trajeados de oscuro y con lazos negros en las solapas y en los vestidos, los políticos y las políticas escucharon inmóviles las comillas de Pedraza, que había calculado en su discurso el calendario de su dolor personal y de su intervencionista acción política desde la AVT: «Son 3.652 días sin dejar de luchar por la justicia para ellos, 522 semanas…».
Y luego volvió a los terrorismos. A todos. «Son más de 1.000 vidas rotas por la sinrazón. Excepto el 10 de noviembre, todos los días están marcados en negro en la historia del terrorismo en España».
«Sí, sí, el 10 de noviembre es el único día que no ha habido asesinatos terroristas», le dijo Pedraza a Gallardón, nada más bajar del estrado, ante la pregunta atribulada del ministro.
Para entonces ya iban camino del cielo 192 globos blancos y de los tres árboles que coronan El Bosque de los Ausentes decenas de ramos de flores, colocados por algunas víctimas de los atentados de aquel día y parte del público que se había concentrado ante la música de la viola y el piano y las banderas de España.
Se trataba de gente mayor, aspecto de jubilados que pasean por El Retiro en un día de sol, nada que ver con el nublado real y metafórico de aquel otro 11 de Marzo.
Pero las caras de los jubilados de ayer traían otro gesto distinto al de sus días actuales de paz. Traían el de la tristeza. Fue difícil ver a alguien que no se pinchara en la ropa un lacito negro, ni hombres y mujeres que tomaran una flor y la pusieran en alguno de los árboles tan presentes de los ausentes.
Un rato después, en el asfalto de la Estación de Atocha, se apretujaron sin tanto boato y ante el líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, o el secretario general del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez, los organizadores del acto de las 13.00 horas: el sindicato de actores, CCOO, UGT y el colectivo de Pilar Manjón. La madre de Daniel Paz Manjón fue más conciliadora que otras veces y que otros oradores. «Os agradezco que no os hayáis bajado de los trenes. Hoy es un día para recordar a los que murieron y para la unión de las víctimas. Hoy nos acompaña Joaquín Vidal, presidente de la Federación Autonómica de Víctimas del Terrorismo. Qué mejor muestra de unidad que tener una víctima de ETA con nosotros en el escenario (…) Rechazamos cualquier terrorismo y estamos aquí contra el fanatismo religioso o ideológico».
Después del discurso, en la acera y con un enjambre de cámaras y periodistas alrededor, Manjón lanzó un reproche sin nombres: «A los que se bajaron de los trenes se les oye más que a nosotros». No habló Manjón de las dudas de otros sobre la autoría o la inspiración de los atentados. Pero sí dejó claro por qué piensa que pasó lo que pasó. «Todos somos inocentes, todos eran inocentes. Cualquiera de nosotros podía viajar en esos trenes y morir. Sólo el azar y los malditos asesinos son los responsables».
Le escuchaba un gentío heterogéneo de jóvenes y no tanto, casi la misma cantidad de gente que había asistido al acto de la AVT.
En el de la Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo había sindicalistas, parados, profesionales liberales, estudiantes y jubilados con el mismo gesto que los de antes en El Retiro.
Incluso tres mujeres con un ramo de flores que aguantaron las lágrimas hasta que sonó un nombre. Quizá uno de los suyos. Los fotógrafos hicieron su trabajo y una de ellas les increpó con los nervios de una intimidad a medias, ese conflicto entre el dolor interno y el homenaje público.
Las palabras gruesas de Atocha fueron cosa de los líderes de Comisiones Obreras y de UGT en Madrid. «La verdad se conoce. No hay otras teorías que la de la justicia. Le mando un mensaje a Ignacio González para que deje de hacer el ridículo avalando esas teorías», dijo Jaime Cedrún, secretario general de CCOO Madrid. El sindicalista había empezado fuerte: «Estamos aquí contra el horror de la incomprensión hacia las víctimas, de los insultos, de los anónimos, de las amenazas y del poco respeto de algunos medios y políticos. Que este 11-M sea distinto a otros y que termine el hostigamiento a las víctimas. Que sea el de la unidad de las víctimas para que no haya víctimas de primera y víctimas de segunda».
José Ricardo Martínez, su homólogo en UGT, cargó el día de enfado: «Nos repugna ver a políticos que tienen dudas. ¿Sobre qué o quién? ¿De que la Justicia se ha definido? ¿De la verdad desgraciada? No dudan. Mienten. Y nosotros no podemos aceptar esa mentira». Y de preocupación: «Nos preocupa que se esté reescribiendo la historia. Queremos que se escriba. Porque tenemos memoria. No olvidamos lo que hicimos cada uno y lo que dijimos».
Los aplausos se quedaron para los nombres de los muertos, leídos con sus apellidos, su nacionalidad y su edad, entre el silencio de la gente normal y algunos sollozos contados 10 años después.