EL MUNDO 13/10/14
SANTIAGO GONZÁLEZ
Días como el de ayer dejan descolocados a todos los seguidores del proceso secesionista en el que Mas ha embarcado a tantos catalanes. La noticia del día podría ser «y al séptimo descansó», porque es el primer día desde hace mucho en el que el presidente de la Generalidad no ha hecho declaraciones, ni ha reunido a sus socios para volver a ratificarse en lo mismo, ni ha anunciado un cambio en el calendario, en las condiciones, en las preguntas, en los órganos de control de la consulta o en el pueblo de Cataluña mismo, que es como ese hombre llama al censo electoral.
De hecho, si no fuera por la infalible presencia de la familia Pujol y su horizonte jurídico-penal, que internacionaliza un poco el tema, gracias a la curiosidad que muestran hacia ellos el Principado de Liechtenstein y la Interpol, ayer habría parecido un día español. Los 38.000 manifestantes que contó la Guardia Urbana en la plaza de Cataluña no son apenas nada frente a los 1.800.000 de hace un mes, pero la presencia de banderas españolas y catalanas, juntas y revueltas, era un espectáculo desasosegante para cualquier buen catalán. Y sin una sola estrellada.
Trató de salvar la honra el hombre fuerte del Gobierno, Oriol Junqueras: «La responsabilidad nos obliga a hablar poco y trabajar mucho». Todo esto pasaba 26 días antes de la cita histórica que el secesionismo catalán tiene el 9 de noviembre con el esperpento. El sueño de Mas va a fracasar no porque la enérgica actitud del Gobierno haya hecho entender al president y a sus cómplices que la ignorancia de la ley va a tener unas repercusiones indeseables para ellos. Toda asociación para delinquir suele llevar a este problema: no hay manera de que los cómplices se pongan de acuerdo en el reparto del botín. Mucho menos cuando hay pérdidas.
Mas sabe que la alternativa electoral es la única que tiene después del día 9. Convocar e irse a su casa. Llegó al Palau en 2010, aupado en 62 escaños, mientras su competidor, Esquerra, se quedaba en 10. Pero Mas es un hombre generoso y adelantó las elecciones para que ERC pudiera acortar un poco las distancias. CiU perdió 12 escaños y Esquerra ganó 11. Mas se consideró satisfecho porque los diputados partidarios del referéndum habían pasado de 86 a 87. Es un hombre bueno y generoso. Más que el legendario Abundio. Por eso ahora no puede entender que Oriol Junqueras se niegue a corresponder, camuflando el inevitable fracaso electoral de CiU en la ensalada mixta de una coalición.
Junqueras no es tan bueno, no tan generoso. Él quiere ser califa en lugar del califa y necesita que Mas haga el ridículo una vez más y convierta a Esquerra en el primer partido de Cataluña. El honorable se lo ha trabajado mucho y verá su esfuerzo coronado por el éxito. Para que luego le llamen fracasado.