Miquel Giménez-Vozpópuli
Rodear sedes parlamentarias tiene siempre mal fin. La coacción al poder emanado democráticamente de las urnas solo es una cosa: fascismo.
Lo hemos visto en el parlamento andaluz, como antes lo vimos en las Cortes o en el Parlament catalán. Siempre que el pensamiento – por ser generosos en el término – radical ve como los votantes no secundan sus ideas lo primero que piensan es en rodear el parlamento. Da igual el que sea, lo sustancial es que hay gente que, por su propia ideología, no concibe que el poder pueda detentarlo – democráticamente, se comprende – nadie más que ellos. Encubren su absoluto desprecio por la libertad de elección con sofismas como que lo hacen porque luchan contra el fascismo, el machismo, el capitalismo y, en el caso catalán, esa ominosa España que utilizan como contenedor de lo anteriormente dicho.
En Cataluña los separatistas rodean el Parlament a la primera de cambio, bien sea para reivindicar sus fantasmagorías, bien para achuchar psicológicamente todo lo posible a la oposición. La cosa es presionar, dicen, creyéndose émulos de quienes asaltaron el Palacio de Invierno. Sus formas y maneras no difieran en nada de podemitas y socialistas: caña al mono, todo el mundo es facha hasta que se demuestre lo contrario, Dios no existe y, además, es de Vox. Y no se hable más. ¡Qué bonita meleé, que sublime revoltijo de siglas, que contradicción histórica de cara al futuro presentan quienes se apostan en los perímetros de un hemiciclo cualquiera! Allí se encuentran manoseados, como en aquella vieja vidriera del tango Cambalache, socialistas que añoran sus despachos y sus tarjetas VISA Oro junto a funcionarios estelados que no contemplan en modo alguno perder ambas cosas; junto a ellos, el hijo de papáconvergente que es revolucionario en horario universitario para así tener la patriótica excusa de saltarse las clases Per Catalunya pasa el canuto al provocador profesional, siempre de paso, de perfil, que cobra a tanto el Molotov y mira con suficiencia a esa panda de aficionados. Señoras de una edad ciertamente propicia a la artritis, peinadas de peluquería cara de Sarriá, poseedoras de unos furores y una cólera olímpica contra todo lo que no sea su clase y su raza riendo histéricas al lado de periodistas y cargos abundantemente nutridos a base de la leche de la Generalitat, que están allí porque hay que fichar, como le oí un día decir a cierto piernas que ahora parece mandar mucho en esto de los medios. También, seamos sinceros, encontrará a personas como usted y como yo, desengañadas, hartas, ilusas, que, no sabiendo a que santo encomendarse, lo han hecho al de la demagogia fácil que les sirven gustosos los demagogos. Pero esos acaban por marcharse, dejando a los otros en su gozo onanista.
¡Hemos rodeado el Parlament!, exclamaban por las redes sociales los separatistas cuando se discutían las barbaridades de hace un año
¿Alguien cree que la Ferrusola es feminista? Aquí, cuando de ejercer presión en la calle se trataba, los socialistas han brillado por su ausencia, y mira que el pujolato duró lo suficiente para montarle no una, sino varias huelgas generales o escraches a diario. Aún recuerdo cuando la buena de Marta se metió a degüello con las feministas por pedir el aborto libre y gratuito. Silencio. O los años que se pasó Pujol siendo presidente del Instituto Catalán de la Mujer. Las militantes del PSC trinaban exigiendo que el partido hiciese algo. Nadie rodeó el parlamento catalán ni fue a la portería de Pujol o a la sede Convergencia. Los del PSC son bons nois y no hacen esas cosas. Eso sí, no duden ustedes que, si mañana se sentasen en la presidencia de la Generalitat Inés o Alejandro o cualquiera otra persona de esas que los pijos progres tildan de derechona, los separatistas tendrían a su lado en sus acosos al PSC. Al corro de la patata, comeremos ensalada, lo que comen los señores… Debe ser eso, que los socialistas, aquí o allí, desean sentarse a la mesa del poderoso.