La política es un juego de palabras. Con palabras se hacen las leyes, con palabras controla al Gobierno el Poder Legislativo y con palabras controla a ambos el Poder Judicial. Para que cumplan su función, han de estar sometidas a las reglas del juego, la primera de las cuales es que tengan un sentido unívoco, que todos los poderes tengan el mismo diccionario. No es nuestro caso. Sánchez, presidente trapalón e ignaro, ha confiado el diccionario a la más analfabeta de la cuadrilla. También podría habérselo regalado al más analfabeto, que en esto no se deben regatear méritos a los gobernantes por razón de sexo. O género, como dicen ellos. Y ellas.
“It’s only words, and words are all I have to take your heart away” decía aproximadamente una canción de los Bee Gees, antes de que un desalmado confiase todas las palabras a una incompetente como Irene Montero, O Montera. O Montere, marquesita de Galapagar y Neologismos.
Ella las enlazaba caprichosamente, tal vez para elevarlas a la definición lorquiana de la poesía: “la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse y que forman algo así como un misterio”. Irene ha creado palabras misteriosas que uno ni siquiera pensó que pudieran ir por separado.
La piedra angular de todo este desaguisado la puso en 2005 el improbable presidente Zapatero, cuando dijo: “las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”.
Todo gobernante, especialmente si es de izquierdas, se apunta a la lógica del interlocutor de Alicia en ‘A través del espejo’: “Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen. Ni más ni menos”. “La cuestión es saber si las palabras pueden significar tantas cosas diferentes”, trataba de objetar Alicia y Humpty Dumpty Sánchez replicaba: “La cuestión es saber quién manda aquí. Eso es todo”. Todo lo demás viene por añadidura, como la promesa de traer de vuelta a España al prófugo Puigdemont, en un diálogo ejemplar con el periodista Iñigo Alfonso: “Pero la Fiscalía…” “La Fiscalía, ¿de quien depende?” “Del Ejecutivo”. “Pues ya está”. Y si le permite volver en libertad, lo mismo.
La encuesta de Sigma 2 venía a demostrar que la banda del Gobierno maneja con distinto significado las palabras: una mayoría significativa de los votantes ve mal o muy mal los indultos a los golpistas condenados. Así están las cosas. Otro debate, más palabras, era del Estado de la Nación, que dejó de celebrarse en los últimos ejercicios de Rajoy y que Sánchez ha pospuesto hasta nueva orden, o sea, hasta que haya “un escenario político más propicio”. Convocaré elecciones cuando las vayamos a ganar.
Se han clausurado los debates. Mis queridos colegas (y sin embargo amigos, con permiso del gran Alfonso Sánchez) Valdeón y Argudo querían organizar uno sobre la Ley Trans. No han podido. Una de las partes ha rechazado la invitación, porque los derechos humanos no se someten a debate, porque dar la palabra a un opositor es como hacer un debate sobre la violencia de género pidiendo la opinión de maltratadores y asesinos. Nivelón. Eso mientras la ley está en estado de larva, o sea, de anteproyecto. El día que se apruebe como Ley habrá pena de cárcel para los críticos. Y quizá para los periodistas que pregunten por el tema.