Hoy se cumplen cincuenta años de la muerte del dictador más duradero de la historia de España y el que ha dejado una mayor impronta entre los españoles que vivieron bajo su régimen dictatorial.
Pero también, de una u otra forma, entre las generaciones posteriores.
Por este motivo, EL ESPAÑOL ha realizado la primera macroencuesta sobre Franco y su régimen en cuarenta y siete años de democracia, rompiendo un tabú inexplicable entre los medios de comunicación, los gobiernos y las agencias demoscópicas de un país democrático como España.
Los resultados no son los que nos gustarían.
Porque la opinión de EL ESPAÑOL es radicalmente contraria a Francisco Franco y al legado de una dictadura que retrasó la incorporación de España al bloque de las democracias occidentales de la segunda mitad del siglo XX.
Una dictadura que provocó el sufrimiento de los perdedores de la Guerra Civil, pero también de aquellos que tuvieron que exiliarse y de los que, no perteneciendo ni a un grupo ni al otro, vivieron en una España por debajo de los estándares democráticos de la segunda mitad del siglo XX.
La encuesta realizada por SocioMétrica para EL ESPAÑOL sobre la percepción de los españoles respecto a Franco y su régimen arroja datos que merecen un análisis de grano fino alejado de la tosquedad habitual en el escenario político español.
Los resultados confirman una realidad compleja. Mientras el 56% de los españoles se muestra contrario a lo que supuso Franco para España, un significativo 36% se posiciona a favor, con un dato especialmente llamativo entre los jóvenes, donde las posturas están prácticamente empatadas.
Es indiscutible que Franco fue un dictador y su régimen una dictadura, no un simple régimen autoritario como pretendieron algunos, incluido su primer biógrafo en el Diccionario de la Real Academia de la Historia.
La dictadura franquista se extendió durante casi cuatro décadas y tuvo distintas fases claramente diferenciadas.
En alguna de esas fases, el régimen fue especialmente sanguinario y ejecutó una liquidación sistemática de sus opositores. Entre 1939 y 1941 se practicaron entre 23.000 y 28.000 ejecuciones, el 80% del total de las llevadas a cabo por el franquismo a lo largo de sus casi cuarenta años de vida.
En otras fases, el régimen se relajó y abrió la economía al exterior, impulsando el crecimiento español durante los años sesenta gracias a la entrada de tecnócratas del Opus Dei y el Plan de Estabilización de 1959.
En su fase final, el régimen vivió un último estertor cruel con los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975, sin garantía jurídica alguna, cuando cinco miembros de ETA y del FRAP fueron ejecutados apenas dos meses antes de la muerte del dictador.
Pero los cuarenta años de supervivencia del régimen no se explican solamente por la represión.
Nuestra encuesta revela que un 43,5% de los españoles apunta hacia factores de aceptación social y económicos como causa de la pervivencia de Franco en el poder.
Franco murió en la cama porque una parte de la sociedad española, no menor ni anecdótica, apoyaba el régimen. Esta es una verdad histórica incómoda, pero innegable.
Franco, además, era un hombre «en sintonía» con su tiempo en el sentido de que los regímenes dictatoriales fueron habituales durante los años treinta y las décadas posteriores. El franquismo no fue una anomalía histórica, como pretenden algunos. España tampoco fue una excepción ni una isla dictatorial en un entorno europeo impecablemente democrático.
Porque desde los años treinta, la marea autoritaria dejó Europa bajo regímenes cubierta de dictaduras. Alemania, Italia, Portugal con Salazar desde 1926, y numerosos países de Europa del Este cayeron bajo regímenes totalitarios, algunos fascistas y otros comunistas.
Sí fue el franquismo una anomalía en su fase final, por su largo tiempo de vida.
Aunque incluso en esa época había también dictaduras en la mayoría de los países latinoamericanos, como en Cuba, Argentina y Chile tras los golpes de los años 60 y 70, Grecia bajo el régimen de los coroneles entre 1967 y 1974, o Portugal con el salazarismo hasta la Revolución de los Claveles en 1974.
España fue el único país donde la confluencia entre fascistas y tradicionalistas ganó una guerra para permanecer casi cuatro décadas en el poder. Pero no existió en un vacío histórico.
Los datos de nuestra encuesta muestran una polarización extrema en la interpretación retrospectiva del franquismo. Entre los votantes del PSOE, un 68,3% considera que la represión fue clave en la permanencia de Franco, mientras que solo un 1,9% de los votantes de Vox comparte esta visión.
Lo cierto es que a Franco lo ha resucitado la izquierda. Zapatero fue el precursor y Pedro Sánchez el impulsor de ese presentismo. Un presidente tan abrumado por los escándalos que necesita convertir a Franco en su ariete contra la oposición.
El presidente ha querido así celebrar un centenar de actos en 2025 para conmemorar los cincuenta años de la muerte del dictador bajo el lema España en libertad, como si no hubiera ocurrido la Transición y España no tuviera otros hitos mucho más relevantes que celebrar, como el de la aprobación de la Constitución y la llegada de la democracia a nuestro país.
Sánchez finge querer «extirpar» a Franco de la sociedad española, pero lo que está haciendo en realidad es resucitarlo y «maquillar» su obra. Pero esa labor de resucitamiento, tan imprudente como irresponsable, ha tenido un efecto boomerang para el Gobierno.
Nuestra encuesta revela que para un 53% de los españoles las heridas de la Guerra Civil y el franquismo «no están cerradas», pero un 52% considera que esto «favorece a la izquierda» y que por eso la izquierda «fomenta» la narrativa antifranquista.
Un 68% apoya la exhumación de fosas, pero un 50% rechaza la Ley de Memoria y un 61% los actos de Sánchez sobre Franco. Por otro lado, una porción importante de los españoles apoya esas iniciativas.
Esta diferencia es significativa. La sociedad española quiere justicia para las víctimas, pero rechaza la instrumentalización política de la memoria.
Ahora, una parte importante de la sociedad española, que había olvidado a Franco porque este ya no tenía ninguna relevancia en su vida, se suma a una especie de profranquismo meramente estético por pura reacción, no exenta de infantilismo, contra una izquierda empeñada en despertar los viejos rencores del pasado para medrar en ese ambiente guerracivilista.
Insistimos. Franco fue un dictador nefasto cuyo legado debe ser condenado desde el rigor histórico, no desde la demagogia. La mejor manera de enterrar definitivamente al dictador no es resucitarlo cada día, sino construir una democracia tan sólida que haga irrelevante su recuerdo.