ABC 18/11/16
DAVID GISTAU
· Con tal de no aplaudir, la bancada de Podemos ni lo hizo en las menciones a las víctimas del terrorismo
El Rey perdió ayer la oportunidad de convertir una aparición litúrgica en la arenga que dotara al constitucionalismo del estímulo y el relato que jamás saldrán de la tecnocracia marianista. Una arenga no tan acosada por las circunstancias como la del 23-F de su padre, pero igualmente consciente de atravesar un tránsito de incertidumbres.
La ovación larguísima, casi emocionante, con la que fue recibido demostraba que más de la mitad de la Cámara tenía hacia él una predisposición favorable que lo era al mismo tiempo a todo un modo de entender España y el ciclo del 78. La otra porción del Hemiciclo se las apañó para demostrar su enfurruñamiento con mayor o menor descortesía: ¡de entre los antis, ya sólo faltan los trumpistas! Cañamero, aquel fotogénico airado rural a quien el contexto parlamentario transformó en un pobre hombre al que resulta imposible imaginar leyéndose una ley, llevaba una sudadera con la inscripción: «Yo no voté a ningún rey». Usted tal vez no, pero los españoles del referéndum constitucional lo hicieron por millones. A Bernal, senador de Podemos que mantuvo sujeta la tricolor durante todo el discurso del Rey, le hicieron la faena de no reprimirlo: los brazos, fatigados, se le iban venciendo. Y aún tuvo suerte de que no se tratara de una de esas banderas en las que pesa más la historia. Siempre aparece alguien que me recuerda cuán triste es ver quién secuestró el republicanismo español y en qué periferias ideológicas ha quedado extraviado. Los afrancesados no tenemos adónde ir.
La bancada de Podemos, con tal de no aplaudir, quedó sin hacerlo incluso en las menciones a las víctimas del terrorismo, que deberían ser de una transversalidad fuera de la cual sólo quedaran sus asesinos. A veces parece que las víctimas, en cuanto a patrimonio moral de este régimen, han sido incorporadas por Podemos a todo aquello de lo que se declaran antagonistas. El resultado es obsceno.
Si creemos que el Rey perdió una oportunidad no fue porque le faltara instinto para saber qué debía ser dicho. Muchos pasajes de su discurso vindicaron la fundación del 78 y todo lo logrado desde entonces, incluidas la entrada en la UE así como la vertiginosa mutación social, que ahora corre el peligro de ser caprichosamente destruido por los profetas curanderos. Vindicó a su padre y a los contemporáneos de su padre, y lo hizo delante de sus propias hijas, como implicando el siguiente eslabón en una noción de la continuidad. Pero ocurre que es tan mecánico y frío al interpretar los discursos que todo se pierde en un tono mortecino en el cual los diputados constitucionalistas ni siquiera detectan los picos enfáticos que piden aplauso. Este Rey impecable en el ordenancismo necesita que su personalidad desborde más. Aunque sólo sea porque aquí sólo desbordan personalidades peligrosas.
Por lo demás, el acto prescindió de los vinos, de la mundanidad y de los corrillos, y dejó precintados muchos espacios a los cuales no podían acceder los periodistas. Apenas hubo anécdotas amenas, como mucho lo poco que se avivó Podemos para reservarse sus escaños en un día de asiento libre. Hasta en eso veían conspiraciones (¿del Ibex?, ¿del CNI?). Trajeados senadores del PP pugnaron el espacio con barbudos en camiseta. Pero, a pesar de ello, hubo una gran sensación de trámite aséptico que se quería despachar lo antes posible. Los Reyes, como todo el barrio parlamentario ayer, parece que van metidos en un perímetro de seguridad que los hace lejanos y numismáticos. Llevan alrededor, invisible, una mampara como la de Cibeles en los alirones madridistas. Una mampara de la que nada desborda. En las conversaciones livianas del patio, los «letiziólogos» de la información de Zarzuela aseguraban que la máscara contrariada de la Reina era ayer aún más severa de lo habitual.