EL MUNDO 12/01/17
ARCADI ESPADA
EL DISCURSO de Chicago, con el que Barack Obama puso fin el martes a su carrera política, fue coherente con lo que ha sido la gran intención y el eje moral de su presidencia: la necesidad de tratar a los votantes como adultos. Hasta tal punto ha sido eso cierto que la victoria de DT puede interpretarse como la respuesta que la mitad ganadora ha dado al reto que Obama lanzó sobre sus ciudadanos: hay muchos que prefieren ser puerilmente tratados. Los ciudadanos de este párrafo de su discurso, por ejemplo, que alude a los sagrados lazos con que George Washington definió la unidad básica de la nación: «Debilitamos esos lazos cuando nos definimos como más estadounidenses que otros; cuando desechamos todo el sistema como inevitablemente corrupto, y culpamos a los dirigentes que elegimos sin examinar nuestro propio papel en su elección». ¿No están ahí, en ese párrafo, como mariposas atravesadas por alfileres, los nacionalistas, los populistas y esa pléyade invariable de frívolos irresponsables que votan como el que escupe, y que acaban siempre escupiendo al cielo?