Un dolor en el pecho

EL MUNDO 20/04/13
ARCADI ESPADA

Querido J:
Estoy en la mesa con el hombre vivo que más sabe de Mariano Calviño de Sabucedo y Gras, ese mítico gigante del franquismo barcelonés, miembro destacado de la Brigada del Amanecer (copas y cupletistas), consejero nacional del Movimiento (¡aquellos 40 de Ayete!), presidente de Aguas de Barcelona, de gran influencia y capaz de manejar cuestiones delicadas entre la sociedad catalana y El Pardo, como, por ejemplo, la destitución de Luis de Galinsoga, aquel director de La Vanguardia Española que había mandado los catalanes a la mierda. Habíamos quedado para hablar de Juan Antonio Samaranch, de Alfonso de Borbón, de Jaume Castell, del marqués de Villaverde, de Carmen Pichot de Carrero. Y hablamos largamente, a fe mía. Pero entremedio, de pronto, dijo:
– Y las amenazas de Terra Lliure…
– ¿Amenazas?
– Bueno, más que amenazas.
– ¿Cuándo?
– Cuando lo de Bultó.
De inmediato me acuerdo de ti y de nuestro interés por aquellos meses muy inciertos de las bombas en el pecho, del asesinato del industrial Bultó y del ex alcalde Viola, en plena actividad de Època (Exèrcit Popular Català), antecedente de Terra Lliure. Nuestro hombre accede a explicar la historia, pero con la condición de no identificarle. Tuvo una participación protagonista, y no descarta la represalia, eso dice. Han pasado mucho años y todo aquello es un mundo remoto y caído, pero eso dice.
Un día, cuenta, de principios de verano de 1977 llegó una carta patriótica al domicilio particular de Calviño. Le exigían una determinada cantidad de dinero. Si no, irían a por su pecho. Los remitentes demostraban tener informaciones precisas: adjuntaban los números de dos cuentas suizas donde, en efecto, el amenazado guardaba algún dinero. Daban instrucciones sobre la entrega: Mariano Calviño debería trasladarse a Bruselas con el dinero, hospedarse en el Grand Hotel y esperar que alguien contactase con él. El entorno de Calviño asintió, pero interpretando el plan a su manera. Viajarían a Bruselas tres personas: dos comisarios, uno de la brigada antiatracos y otro de la brigada político-social, que aún coleaba, y nuestro hombre. Calviño se quedaría en Barcelona, pero nuestro hombre se haría pasar por él. Llevarían una maleta cargada de algunos billetes, pero, sobre todo, de muchos recortes de papel, como en las películas de serie B. Confiaban, con la complicidad de la policía belga, en tender una trampa a los terroristas. No pudieron hacerlo. Los terroristas debieron de olerse algo, razona nuestro hombre, porque al cabo de los días acordados, sin que nadie se acercara a ellos en las largas y tediosas esperas, los tres volvieron a Barcelona con su maleta de recortes intacta. Cuando nuestro hombre informó a Calviño del resultado, Calviño le dio las gracias y nunca jamás volvió a hablarle de ello.
Martín Villa era el ministro de Gobernación, entonces. Conoció a Calviño, fue a su funeral, incluso, pocos años después. No sabía nada de esa historia.
– Si sucedió como se la cuentan, lo cierto es que la historia no llegó al ministro. Yo tenía buena memoria y aún la tengo, y lo recordaría. Quizá es que la policía no vería la amenaza como demasiado relevante. Aquellos tiempos catalanes fueron muy peligrosos y convulsos y los asesinatos de Bultó y Viola inquietaron de un modo gravísimo a la burguesía catalana. Yo recuerdo el funeral de Viola como uno de los peores días de mi vida. Llegaron a zarandearnos a mí y a Belloch, el padre del antiguo ministro socialista, que era el gobernador. Mientras nos zarandeaban aplaudían al capitán general, que recibía feliz y ostentosamente los aplausos. Entonces el mundo iba así.
– Esa inquietud burguesa…
– Es difícil imaginarla. Había muchas amenazas, algunas verdaderas y otras falsas, muchos rumores. No me extraña que Calviño estuviera en alguna lista. Había votado en contra de la reforma política y había sido un hombre de peso en Cataluña, aunque años antes. En el 1977 era más bien un recuerdo. Pero los terroristas no suelen ser gente muy afinada, sino más bien de brocha gorda.
La burguesía y el terror. El viejo asunto. No solo era un terror físico. Era también un terror moral. El día que la policía anunció la detención de los asesinos de Viola y Bultó, y la tremenda evidencia de que Batista i Roca, el insigne historiador y etnólogo, alma del «escoltisme» y, por tanto, almendra del nacionalismo, era el señor X de Època, La Vanguardia insertó una nota de la redacción, debida probablemente a Manuel Ibáñez Escofet, su subdirector. La recordarás, porque creo que te he dado cuenta de ella. Nunca será suficientemente recordada: «Nos resistimos a aceptar la culpabilidad de don Josep Maria Batista i Roca, profesor ilustre de recta trayectoria, en primer lugar porque no puede defenderse de las acusaciones. Es corriente que los detenidos culpen a una persona que no puede hablar y la muerte de Batista i Roca, en agosto del año pasado, cerró para siempre sus labios. Nadie ignora la actitud política del profesor de Oxford. Fue un nacionalista catalán de firmes convicciones, pero siempre actuó públicamente. No era de la raza de los terroristas. Incluso publicaciones del Consell Nacional Català, enviadas desde Londres, llevaban su firma. Por eso sentimos la exigencia de una reserva moral ante las acusaciones, dictada por la facilidad sospechosa de cargar la culpa a una persona que ya no existe, por parte de unos detenidos».
El profesor de Oxford. El terror de ver la crema catalana flambeada con sangre.
Sigue con salud
A