- Si Adriana Lastra hubiera sido hombre no hubiera dimitido por su embarazo. ¡Qué contento estará el machismo hispano!
No es que Adriana Lastra haya sido lo mejor que ha habido en la Vicesecretaría General del PSOE desde que se introdujo esa figura en la Comisión Ejecutiva Federal socialista para darle más poder al que había sido secretario de organización, Alfonso Guerra. Desde que el PSOE llegó al Gobierno de España, se necesitaba que alguien con autoridad se hiciera cargo de la organización socialista para suplir en el día a día el papel que ya no podía ejercer el secretario general, Felipe González, metido de lleno en las tareas de Presidente del Gobierno.
No era la Vicesecretaría General, como han dicho algunos comentaristas, una responsabilidad meramente representativa. El tandem Felipe-Alfonso repartía trabajo y responsabilidades. Felipe se responsabilizaba del Gobierno y Alfonso del partido. Todos sabían que Felipe era la máxima autoridad cuando de cuestiones de calado tenía que decidir el partido. Las reuniones de la Comisión Ejecutiva Federal eran semanales y cada miembro de esa dirección mantenía sus posiciones hasta que el Secretario General daba por cerrado el asunto del que se discutía. Unas veces coincidían Felipe y Alfonso y otras discrepaban. El Vicesecretario General, con su autoridad se encargaba de que lo decidido democráticamente circulara por la organización como la sangre por venas y arterias.
El Comité Federal, máximo órgano entre Congresos, ejercía sus funciones. Martínez Cobos, militante histórico, residente en Toulouse, se encargaba de dirigir los debates con gran solvencia y autoridad. A nadie le quitó la palabra y todos sus miembros tenían la libertad de decir lo que pensaban sobre la Comisión Ejecutiva o sobre la política del Gobierno. O bien Alfonso o bien Felipe o uno detrás de otro se encargaban de defender la gestión de la dirección. Finalmente se votaba y siempre había en torno a un 25% que votaba en contra de la dirección socialista. Hubo veces que los Comités Federales llegaron a durar dos días; tal era el nivel de debate y la intensidad de los mismos, que en una sola jornada no daba tiempo de conseguir posiciones mayoritarias.
No me imagino a ninguna empresa u organización celebrando sus Consejos de Administración y televisando el discurso del consejero delegado anunciando lo mal que va el banco o la empresa
Llegó José Luis Rodríguez Zapatero y el debate acabó diluyéndose. Tuvo la mala idea de televisar su intervención como secretario general en el Comité Federal para que los medios de comunicación pudieran seguir sus discursos. Se acabó el debate. Nadie tira piedras sobre su propio tejado. Si la prensa escuchaba, no se iba a descubrir ante ella los errores, las dificultades o el malestar reinante en la organización. El discurso era triunfalista y marcaba el camino a seguir por los intervinientes. Si alguien se desviaba, inmediatamente era acusado de changabailes y de beneficiar los intereses de la oposición. Esa moda sigue en la actualidad y así podemos saber lo bien que va el país, lo bien que va el PSOE y como ganará triunfalmente las elecciones.
No me imagino a ninguna empresa u organización celebrando sus Consejos de Administración y televisando el discurso del consejero delegado anunciando lo mal que va el banco o la empresa. Si le escucha la prensa, tendrá que bendecir al santo y piropear su desarrollo.
El último Comité Federal, el del pasado sábado, tenía por objetivo realizar algunos cambios en la composición de la Comisión Ejecutiva Federal. Su vicesecretaria general había dimitido y había que buscarle una sustituta. Nadie movió un dedo para evitar que una mujer que espera un hijo deje una responsabilidad como la que ha dejado Lastra. Había que haberla mantenido en su puesto. Había que haberle proporcionado todo lo que hubiera necesitado para que un embarazo no hubiera sido la causa de su dimisión.
Si Adriana Lastra ha dimitido por su embarazo – y no hay porqué dudar de su palabra- quienes lo permiten están enviando el mensaje a la sociedad de que el embarazo en la mujer es un engorro para ella y para el trabajo que desarrolla
Hasta ahí podíamos llegar después de los avances que ha hecho la sociedad para conseguir la conciliación laboral. No solo habría que haberla mantenido donde estaba. Habría que haberle aumentado el sueldo de diputada como habría que hacerlo con cualquier mujer que decida traer un hijo al mundo. No hay nada que Adriana Lastra pueda hacer más importante en su vida que aportar un hijo a un Estado que se está quedando sin niños. Subir de categoría profesional y de remuneración salarial a la mujer que trabaja y se queda embarazada o aportar un salario mensual a la mujer que no trabaja pero que se queda embarazada es algo que debería hacer el Estado y el mundo empresarial.
Si Adriana Lastra ha dimitido por su embarazo – y no hay porqué dudar de su palabra- quienes lo permiten están enviando el mensaje a la sociedad de que el embarazo en la mujer es un engorro para ella y para el trabajo que desarrolla. Si Adriana Lastra hubiera sido hombre no hubiera dimitido por su embarazo. ¡Qué contento estará el machismo hispano! Los “defensores de la vida” hubieran puesto el grito en el cielo si Lastra hubiera decidido interrumpir su embarazo y, por eso, llama tanto la atención que esos “defensores” no hayan defendido la vida del futuro bebé de Lastra y el derecho de su madre a tenerlo sin perjudicarse personal y profesionalmente.