Santiago González, EL MUNDO, 18/4/12
Jesús Loza es un posibilista del PSE a quien Patxi López ha confiado un cargo peculiar: Comisionado del lehendakari para la Convivencia y la Memoria. El problema es que el voluntarioso Loza tiene ante sí un campo de trabajo muy difuso, formado en su mayor parte por asuntos evanescentes: la Ponencia de la Paz y la Convivencia aún no tiene fecha de constitución, ni se sabe si va a estar presidida por alguien o no. Respecto al preso Arnaldo Otegi, cuya libertad reclama cada vez que se le presenta la ocasión, afirma que no le gusta «estar todo el día ofreciendo el papel de víctima a ese mundo de Batasuna, que ni lo es ni se lo merece»; y, sin embargo, ningún representante institucional ha hecho tantos esfuerzos para caracterizar al dirigente batasuno como el Mandela vasco. Al tiempo, recuerda a los interlocutores elegidos por los presos que él les reclamaría, antes que nada, «que pidan a ETA que se disuelva, que no engañen a sus propios presos», lo que constituye un galimatías conceptual considerable y una invitación al ensimismamiento, porque ETA, sus presos y los representantes vienen a ser los mismos, a saber: Anabel Egüés, Lorentxa Gimon, Jon Olarra, Xabier Alegria, Mikel Antza y Marixol Iparragirre.
Anabel Egüés pertenece al sector duro de los presos, si es que la distinción entre halcones y palomas tuviera algún sentido. Cumple en Algeciras una condena que suma 1.725 años de cárcel por atentados y asesinatos varios. Las almas pías se han esponjado con la designación de representantes de los presos. Consideran que la mera designación de estos duros para hablar con el Gobierno es una señal esperanzadora. Habría que matizar: Egüés fue designada interlocutora de los terroristas presos en 2005, antes del fallido proceso de paz de Zapatero, pero es que la banda terrorista ya había designado interlocutores casi 10 años antes entre los carniceros más cualificados de la organización: Txikierdi, Zabarte Arregi, Gloria Rekarte, Gaztelumendi, Henri Parot, Begoña Sagarzazu y Mercedes Galdos, en una época en la que ETA no tenía ningún interés en negociar paz por presos porque consideraban que una vez negociadas las cuestiones políticas, la amnistía vendría por su propio pie.
Está, por otra parte, la cuestión onomástica. Luis Arana Goiri, el hombre que sacó a su hermano menor, Sabino, «de las tinieblas extranjeristas», se casó con una sirvienta llamada Josefa Egüés Hernández. El valle de Egüés está en Navarra, parte integrante de la irredenta Euzkadi sabiniana, pero los hermanos Arana pare- cían más sensibles a la fonética que a las realidades geográficas y a Luis le debía de parecer que Egüés sonaba a aragonés, razón que le llevó a cambiar los dos apellidos de su santa por Eguaraz Hernandorena, que el tuneo y el disfraz son tradiciones centenarias entre los hijos más conscientes de este pueblo.
Las víctimas agradecieron a Jesús Loza el detalle, pero insistieron en sus críticas al lehendakari, en el fin de la impunidad y en que Eguiguren dé pistas para encontrar a ‘Josu Ternera’. Un embolado.
Santiago González, EL MUNDO, 18/4/12