Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Como excepción en extremo llamativa, en un par de ocasiones se ha venido abajo. Literalmente. Pese a la ya subrayada soltura en el manejo de la verticalidad, siguen inquietando imágenes suyas, que han quedado grabadas, donde una fuerza fulminante tira de él hacia abajo

Sin duda está sufriendo una mutación cuyos signos externos hablan de algo que sucede en el interior. Ya dentro, vete a saber si se trata de lo moral que, al corromperse, vulnera su maquinaria, o bien de cirugías estéticas encadenadas. Si este fuera el caso, no es imposible que estemos ante un cuadro de trastorno dismórfico corporal, haciendo que él perciba como intolerables los naturales signos del paso del tiempo, que en su caso son insignificantes dada la edad y la buena constitución. Como fuere, de encajar en el cuadro citado, parece que se limitaría al rostro. Preocupación de nuevo infundada tratándose del más halagado por las féminas y los gays si comparamos con los que le han precedido.

Algo tensa sus facciones, si bien el fenómeno ya se venía manifestando antes de que rigideces excesivas sugirieran la intervención estética. Entonces era posible inducir incomodidad (ante un interlocutor hostil o una situación desagradable) de la repentina tirantez en la frente, de la mirada amenazante acompañada de la contracción de los labios, como si quisiera poner la boca de punta, a modo de pico. Sin embargo, su reciente mutación nos deja sin opciones de inducir, deducir, inferir o colegir nada sobre los desencadenantes que estiran varios de los cuarenta y tres músculos de la cara mientras otros, que normalmente dependen de los primeros, cobran absoluta independencia. El resultado es nuestro desconcierto interpretativo, siendo así que, sin venir a cuento, en situaciones en principio tranquilas y neutrales, el músculo corrugador superciliar contradice al dilatador de las narinas, al tiempo que el depresor del labio inferior quiere comunicar frustrados e inescrutables mensajes.

En cuanto a la postura del cuerpo, es en general impecable, como le corresponde a un hombre del tipo atlético que sabe gestionar perfectamente una altura bastante por encima de la media, sin ceder a las caídas de hombros ni a las inclinaciones de cerviz. Acaso haya contribuido la práctica del baloncesto, deporte que mantiene a tipos altísimos con el porte erguido pese a superar en medio metro al común de los mortales. Hay una disciplina antigua detrás de ese mantenerse en su altura con naturalidad. La torpeza solo asoma en sentido horizontal, cuando la proximidad de alguien con mayor categoría que él o con un estatus superior le suele provocar una inseguridad extraña. Siendo la extrañeza doble, pues, por un lado, todo el mundo tiene cerca alguna vez a alguien de mayor rango sin incomodarse, y, por otro lado, es evidente que trata de reprimir aquella inseguridad con pasitos laterales que empeoran el conjunto.

Como excepción en extremo llamativa, en un par de ocasiones se ha venido abajo. Literalmente. Pese a la ya subrayada soltura en el manejo de la verticalidad, siguen inquietando imágenes suyas, que han quedado grabadas, donde una fuerza fulminante tira de él hacia abajo. Tanto que los presentes más atentos deben aportar sus brazos para mantenerlo en pie. Con todo, el gran enigma está hoy en sus expresiones faciales. ¿Cómo lo retrataría Goya?