Ignacio Marco-Gardoqui-EL CORREO
El discurso pronunciado por el candidato Núñez Feijóo en la primera sesión del debate de investidura tuvo un fallo garrafal. Fue demasiado sensato y contenía un grave exceso de sentido común. Así no se puede salir hoy a la calle en España. Tan es así que en un gesto de desdén que le deshonra (¿todavía más?) el presidente en funciones no se dignó a subir a la tribuna, ni siquiera a delegar en su portavoz oficial o en algún ministro y delegó en un airado diputado, el señor Puente –otro castigado por los acuerdos de las minorías–, que cumplió perfectamente con su ingrata labor de denigrar sin debatir y de gritar sin escuchar. O no atendió al discurso del candidato o no lo entendió, quizás sea eso. No le prestó atención al no considerarlo importante. En cualquier caso, no hizo ni caso. Él, a lo suyo. Sabía lo que tenía que decir antes de oír lo que debía escucharle. Así va bien. Tiene futuro prometedor en el nuevo Gobierno.
El debate del Congreso tiene su resultado decidido de antemano. Pero hay otro en la calle y en los medios de comunicación y ese es de conclusión incierta y de consecuencias diferidas. Feijóo sabe que pierde el primero y por eso se centró en el segundo. Empezó duro, desgranando las razones por las que no alcanzará la investidura, al no estar dispuesto a aceptar lo que su rival aceptará y sin pestañear.
Se agarró a la igualdad como nuevo mantra que otrora enarbolaron las izquierdas y que ahora han postergado tras unos egoístas intereses personales y propuso pactos como alternativa a la radicalidad. Su discurso tuvo un profundo sentido económico. Con nuevas medidas fiscales en favor de las rentas medias y bajas y, en especial, de los nuevos emprendedores. También hizo planteamientos laborales interesantes, que la vicepresidenta Díaz seguía con burla desde su escaño. La veo muy preocupada con los viajes siderales de los poderosos del mundo que, piensa ella, huyen de la contaminación, cuando en realidad es posible que huyan de ella misma.
Total que hemos escuchado propuestas sensatas que, sin embargo y quizás por eso, no servirán para nada. Ese es el drama que vivimos en la España de hoy.