Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

  • A Sánchez le encantaría ser el Xi Jinping ibérico y prescindir de la separación de poderes, la justicia independiente, la UCO insobornable y otras molestias

La política exterior de Pedro Sánchez tiene dos ejes: enemistar a España con sus aliados y tener relaciones amistosas con sus enemigos. Un planteamiento tan absurdo no puede tener sino resultados catastróficos. Un actor diligente y laborioso de semejante disparate es el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. No satisfecho con servir de lacayo en Venezuela a un narcodictador criminal, ahora zascandilea en China como defensor en Europa de los intereses del gigante comunista asiático. Ahora bien, cuando un comportamiento es incomprensible, los franceses ya nos dieron la clave del misterio hace mucho tiempo, cherchez la femme ou chercher l´argent. Descartada la primera opción, queda la segunda como explicación plausible.

Veamos lo que representa China en el contexto mundial actual. El siglo XX se cerró y el XXI se inició bajo el signo del optimismo sobre la prevalencia del orden liberal democrático. Se creyó, hoy sabemos que ingenua y prematuramente, que elementos como las elecciones libres, los derechos fundamentales, las libertades civiles y políticas, la economía de mercado, el imperio de la ley, la rendición de cuentas de las autoridades, el libre comercio internacional, la viabilidad de un multiculturalismo pacífico y respetuoso con otras creencias y costumbres, la integración regional y la gobernanza global sujeta a reglas de aplicación universal, serían la norma generalmente aceptada y que esta concepción de la convivencia en sociedad y de las relaciones internacionales reinaría sobre un planeta definitivamente pacificado, civilizado y próspero.

Si nos preguntamos en 2025 qué ha sido de aquella perspectiva tan halagüeña en la que todavía creíamos hace tan sólo quince años, nuestra respuesta no puede ser sino melancólica. La verdad es que el mundo ha experimentado en la última década una fuerte regresión del orden liberal. Los frentes en los que se observa este triste fenómeno son diversos, pero se pueden clasificar en dos dimensiones, una externa, es decir, los ataques exógenos a las democracias, y otra interna, que consiste en la pérdida de los principios y valores liberales en el seno de nuestras sociedades occidentales amenazados por fuerzas de vocación totalitaria básicamente radicadas en la izquierda.

Este impresionante crecimiento económico no se ha visto acompañado de un avance en la calidad de la democracia china o en la ampliación de las libertades y derechos de sus ciudadanos, sino más bien al contrario

Dentro de las amenazas exógenas ocupa un lugar sobresaliente la República Popular China. Veamos algunas cifras apabullantes. En 1992 el PIB chino fue de 400.000 millones de dólares, El año pasado alcanzó los 18.7 billones, es decir, se ha multiplicado por casi 50 en 43 años. Como comparación, el PIB USA fue en 2024 de casi 30 billones de dólares y el de la UE, 19.4 billones. A este ritmo de crecimiento se calcula que el PIB chino igualará al de USA entre 2030 y 2035. A la UE la superará mucho antes. El presupuesto militar de China fue de 10.000 millones de dólares en los noventa del siglo pasado, en 2024 ha sido de 230.000 millones, una multiplicación por más de 20 en treinta años. Sin embargo, esta es la cifra oficial, pero los analistas de defensa occidentales estiman que es en realidad muy superior, pudiendo rebasar los 300.000 millones de dólares. De hecho, es el segundo gasto militar del mundo, sólo por debajo del norteamericano. Este impresionante crecimiento económico no se ha visto acompañado de un avance en la calidad de la democracia china o en la ampliación de las libertades y derechos de sus ciudadanos, sino más bien al contrario. El sistema de partido único se ha vuelto crecientemente autoritario en los últimos años, contradiciendo la teoría de que la prosperidad económica lleva consigo la democratización. Este es uno de los aspectos más preocupantes del caso chino. A partir de la apertura por Deng Xiaoping en 1978 de la economía y la introducción de la propiedad privada y de mecanismos de mercado en una estructura hasta entonces colectivizada, el sistema chino ha consistido crecientemente en una combinación de férreo control político y de economía nominalmente libre, aunque siempre tutelada por el PCCh. El arrollador éxito económico de este modelo, que ha sacado a centenares de millones de chinos de la pobreza y ha creado una clase media acomodada muy extensa con notable capacidad de consumo, puede servir de ejemplo en Occidente para desprestigiar a la democracia liberal. Si el bienestar material de los chinos llega a ser igual o superior al europeo o al estadounidense, acompañado de paz social, estabilidad política, orden público, seguridad en las calles y orgullo nacional, habrá no pocos ciudadanos occidentales que se pregunten como Lenin: “Libertad, ¿para qué?”. Pese a que el Gobierno chino es un decidido defensor del libre comercio internacional -no olvidemos que China es la fábrica del mundo y una formidable potencia exportadora- su concepto de la democracia es totalmente opuesto al que impera en Europa o en Norteamérica.

Los díscolos se pueden ver privados de derechos sociales, laborales o políticos en función de su nota de crédito social. Actualmente, se estima que unos veinte millones de chinos figuran en “listas negras” del crédito social sujetos a diversas limitaciones y restricciones

Existe además un factor que torna la oposición china al orden liberal extraordinariamente preocupante. Los recientes avances tecnológicos han suministrado instrumentos muy poderosos de represión política. El Estado chino hace ya un amplio y frecuente uso de esas tecnologías para controlar el comportamiento de su población, sobre todo de los colectivos contestatarios. Reconocimiento facial, registro de iris, secuenciado de ADN y millones de cámaras por todo el territorio convierten al PCCh en un Gran Hermano omnipotente y omnipresente. Su refinamiento ha llegado al punto de establecer un sistema de “crédito social” que mediante el uso de todas estas tecnologías de control compila las actitudes, los gustos, las opiniones y los hábitos de sus ciudadanos, premiando o castigando según su esquema de conducta se ajuste o no a lo que el Partido considera correcto. Así, los díscolos se pueden ver privados de derechos sociales, laborales o políticos en función de su nota de crédito social. Actualmente, se estima que unos veinte millones de chinos figuran en “listas negras” del crédito social sujetos a diversas limitaciones y restricciones.

Control absoluto de sus súbditos

Ahora bien, la utilización represiva de la tecnología puede no ser lo peor que anida en el sistema político chino. La IA y el manejo de big data facilita a las autoridades herramientas potentísimas de información y comunicación. Un régimen centralizado podría, mediante estas técnicas, conocer el parecer de sus ciudadanos sin necesidad de consultarles a través de encuestas o de llamadas a las urnas. De esta manera, debidamente al corriente de los deseos, aspiraciones, insatisfacciones y críticas de la gente, el régimen estaría en condiciones de adelantarse a posibles protestas tomando las medidas adecuadas para satisfacer a la ciudadanía convertida, gracias a este procedimiento en una masa sumisa y complaciente de una obediencia sin fisuras a los que mandan. Dando un paso más, la tecnología abriría el camino incluso a conformar la opinión, las preferencias y la cosmovisión de los integrantes de la sociedad con lo que el sueño de todo tirano de control absoluto de sus súbditos sin necesidad de recurrir a la violencia o a la coacción se vería cumplido y el mundo feliz de Huxley hecho realidad. La conclusión es que ha nacido en Asia un antagonista al orden liberal y a la democracia de enorme dimensión que desafía todas nuestras ideas, convicciones y convenciones de forma hasta ahora desconocida. Debemos ser conscientes de la envergadura de este peligro. Y ahí es donde nuestro Bambi con colmillos ha empezado a hacer su agosto con la falta de escrúpulos marca de la casa sanchista. De hecho, la querencia de Sánchez por China y su régimen totalitario se explica porque en el fondo a él le encantaría ser el Xi Jinping ibérico y poder prescindir de la separación de poderes, la justicia independiente, la UCO insobornable y otras molestias. Y así vamos.