- Las narcolanchas y los traficantes de seres humanos paseándose impunes por las costas españolas suponen un agrio retrato del Gobierno de un peso pluma
En contra de lo que pensarán muchos españoles a tenor de lo que ven, la primera misión de un Estado no consiste en atiborrarnos de propaganda, dar la murga con la «emergencia climática» y perseguir a los jueces y la oposición. La misión de un Estado es otra:
–Proteger las fronteras nacionales. En lo que Sánchez suspende, a la vista del coladero de pateras y narcolanchas.
–Garantizar la integridad territorial de la nación. En lo que Sánchez suspende, pues precisamente es rehén de aquellos que quieren destruirla y compra su apoyo con cesiones que van desguazándola (próxima parada: consulta y cupo catalán).
–Preservar la seguridad ejerciendo lo que Max Weber llamaba «el monopolio de la violencia». En lo que Sánchez también suspende, con una romería de narcolanchas paseándose casi impunes por la costa andaluza ante un Estado fofo que no acierta a frenarlas por falta de dotación.
–Preservar el Estado de derecho. En lo que Sánchez suspende, toda vez que se dedica a perseguir a los jueces que no se doblegan a sus arbitrariedades y niega su derecho a existir a la oposición, al postular que sea encerrada tras «un muro».
En la mañana de Jueves Santo volvimos a ver al Estado chuleado por los narcos. Un alcalde malagueño alertó de que frente a su playa había once narcolanchas a la capa, abarloadas a la espera de que amainase el temporal. El regidor contó que llevaban una semana dando vueltas por la zona malagueña del Estrecho sin ocultarse demasiado. Acudió una patrullera de la Guardia Civil para dispersarlas y cuando se daban a la fuga una de ellas se averió. La embarcación de la Guardia Civil intentó detenerla, pero cuatro narcolanchas viraron en su apoyo y una embistió a la nave de los guardias, esta vez por fortuna sin heridos. Acto seguido se dieron el piro. Como casi siempre.
Los sindicatos policiales y los políticos de la oposición de la zona han repetido hasta el aburrimiento que aquello es un cachondeo, que lo que está haciendo el Gobierno es intentar frenar a los Ferraris que pilotan los malos corriendo tras ellos a bordo de unos Seat 600 (y además, pocos). Resultado: el narco campa casi a su aire, con una representación simbólica de la ley y el orden, que a todas luces no basta.
Un Estado fuerte habría tomado ya medidas inmediatas tras el asesinato de los dos guardias civiles arrollados en Barbate a comienzos de febrero por una narcolancha de 14 metros de eslora cuando navegaban en una pequeña Zodiac (en lacerante paradoja, ese crimen se produjo solo unas horas después de que Marlaska se pasease por la zona haciendo propaganda del supuesto gran esfuerzo que allí había acometido el Gobierno de Mi Persona). ¿Y qué han hecho el Estado español y su achicharrado ministro del Interior tras aquel doloroso mazazo? Pues bla, bla, bla… y en realidad todo sigue más o menos igual. Es delator de la extrema debilidad del Gobierno en este frente el hecho de que el periódico de cámara de Sánchez evita el término narcolancha en sus titulares. Son «embarcaciones ilegales» o «barcazas».
Un Estado que se respeta tiene una Armada para algo. No permite que los narcos y los traficantes de seres humanos se enseñoreen de sus costas con una romería de pateras y narcolanchas.
Pero el divo de las Marismillas no está para estas cosas. Se encuentra muy ocupado preparándole la consulta a Puchi y el cupo catalán a Oriol y tejiendo cortinas de humo para tapar las aventurillas lobísticas de Bego. Esos son los temas de Estado de un Gobierno de cartón piedra, que no tiene presupuestos, cuyo programa económico se centra en sablear al contribuyente y cuya política exterior consiste en apoyar a Hamás frente a Israel, blanquear a Maduro y pelotillear al autócrata alauita para que acto seguido nos siga tomando de coña con maniobras militares en aguas cercanas a Canarias y con las aduanas de Ceuta y Melilla cerradas pese a reiteras promesas. No solo es mendaz y enemigo del juego limpio. Además es un gobernante flojísimo. Su fórmula es la siguiente: petulancia inversamente proporcional a los resultados.