Tonia Etxarri-El Correo

Con el reto de recuperar el poder territorial que el socialismo ha ido perdiendo en las urnas y obviando el viacrucis judicial que están atravesando él y su partido, Pedro Sánchez, autoproclamado líder de la izquierda española en el 41 Congreso Federal del PSOE, ayer volvió a mirarse en el espejo. Porque estrenaba ejecutiva después de que saliera victorioso en un congreso en el que no hubo primarias, ni contrapesos. Ni partido, incluso. Porque el partido ha quedado fundido en una sola persona a la que sus dirigentes le rinden culto sin cuestionar, siquiera, por qué no ganan las elecciones. Pero el reflejo le devolvió la imagen más incómoda de la que había estado huyendo durante el cónclave del fin de semana. Ábalos, Aldama, Koldo. Los tres citados ante el Tribunal Supremo. Quien fue su mano derecha en el Gobierno y en el partido, el perejil de negocios varios y el comisionista que está colaborando con la Justicia no le han dejado deleitarse con su ejecutiva blindada. ¿Imputaciones? ¿Qué imputaciones? Marrullaban muchos congresistas mientras se sacudían el lastre señalando a la ultraderecha.

Las consignas se repiten con un entusiasmo ciego. Si no fuera porque Ramón Arcusa -Arcu, para los amigos-, del Dúo Dinámico, no pertenece al club de fans socialista, a buen seguro que habría sido su canción ‘Resistiré’, emblema de la pandemia, la que se habría entonado en el congreso, con más fuerza que la Internacional con cierto olor a naftalina. Porque el clima del atrincheramiento se ha instalado en el Gobierno y la familia socialista.

Un agradecido Eneko Andueza -por la ampliación de la cuota vasca en la nueva ejecutiva, de dos a tres- sostiene que el congreso ha tenido «altura de miras» a pesar de que el proyecto del partido haya quedado desdibujado por el acorralamiento judicial. ¿Quién persigue a los presuntos corruptos de la familia socialista: la derecha o los jueces? La respuesta parece obvia; fácil de responder. Pero el victimismo, ese victimismo que tanto incomoda al 10% de críticos que se atreven a manifestarse, es muy tentador para cerrar filas frente a un peligro imaginario. Porque si no existiera la derecha, Pedro Sánchez tendría que inventarla. La necesita para movilizar a sus bases. También a aquellos sectores de extrema izquierda, ultrapodemitas y nacionalistas radicales cuyo discurso ha fagocitado apropiándose del ‘copyright’ de sus propuestas más populistas y a los que seguirá necesitando para gobernar si las urnas siguen sin darle la victoria.

De momento, el congreso que no tuvo reparos en ovacionar a los dos condenados por el fraude de los ERE (Chaves y Griñán), a quienes el Tribunal Constitucional de Cándido Conde-Pumpido exoneró parcialmente, ha dejado escrita toda una declaración de intenciones. Que la corrupción no va con ellos. Que algunos jueces y determinada prensa les persiguen. Que no toleran la alternancia de poder. Y que ya no se acuerdan del dimitido Juan Lobato, a quien no ha hecho falta cambiarle la llave del despacho como le hicieron al defenestrado Tomás Gómez. Personas sin principios dirigiendo a personas sin memoria, que diría el ilustre Voltaire.