Ignacio Camacho-ABC
- El asentamiento de JuanmaMoreno radica en una acertada interpretación perceptiva de la psicología social de Andalucía
Hace tres años y medio muy pocos andaluces apostaban por que el inesperado Gobierno de centro-derecha fuese otra cosa que un paréntesis temporal en la dominancia socialista. Como había ocurrido con Cospedal en Castilla-La Mancha, con Monago en Extremadura o con Patxi López frente al PNV en el País Vasco. El pronóstico mayoritario ni siquiera auguraba que Juanma Moreno fuese a completar el mandato; mucho menos que se asentara, pandemia por medio, en el perfil de un presidente maduro, competente y con capacidad de liderazgo. La noche de la carambola electoral, su propio partido le tenía el finiquito preparado. Hoy, sin embargo, no sólo es el favorito claro de las encuestas sino el dirigente mejor valorado incluso entre una porción significativa de sus adversarios. Y a salvo de las contingencias de una siempre imprevisible campaña, existen pocas dudas de que revalidará su mandato. La única duda, a priori, de las elecciones recién convocadas consiste en si el resultado le alcanzará para gobernar en solitario. Hipótesis difícil de ratificar ante el crecimiento de Vox y el desplome de Ciudadanos.
El éxito de Moreno -al que inexplicablemente sus rivales desdeñan mencionándolo por su segundo apellido, Bonilla- radica en una percepción acertada de la psicología social de Andalucía, incluido el arraigo del modelo clientelista. Una comunidad donde la larga experiencia del subdesarrollo ha creado una conciencia de desamparo muy acusada y la subsiguiente demanda de servicios públicos fuertes, sobre todo en materia educativa y sanitaria. La atención preferente a esos sectores, en especial con una gestión del Covid bastante afortunada, ha despejado las dudas que suscitaba la alternancia tras casi cuatro décadas de identificación popular entre autonomía y socialdemocracia. Un sesgo liberal con leyes de desestatalización económica y bajadas de impuestos ha terminado de aventar el miedo al relevo. A ello hay que sumar la ausencia de escándalos de corrupción como los que ahogaron al PSOE en una ciénaga de descrédito y un funcionamiento coordinado y leal de la coalición de Gobierno.
Le beneficia también que el socialismo haya encajado mal su desalojo, inadaptado en el inédito rol de oposición y atónito por la pérdida de su latifundio histórico. Susana Díaz retrasó demasiado el proceso sucesorio y aunque Juan Espadas es un candidato de buen tono, las alianzas de Sánchez con los nacionalismos insolidarios han averiado sus expectativas de voto mientras el PP se beneficia del novedoso ‘efecto Feijóo’. Pero nunca conviene menospreciar el potencial movilizador de un partido numeroso en militantes y con fuerte implantación política e institucional -seis diputaciones de ocho y la mayoría de los municipios- en todo el territorio. El principal peligro para la derecha reside en la abstención que pueda generar la expectativa de un triunfo cómodo.