La Ley Electoral ha cumplido 30 años y algunos efectos perversos del poder del aparato en los partidos son ya bien visibles. Otro efecto indeseable es el condicionamiento de la política nacional por nacionalismos. Los ‘conjurados’ en San Sebastián quieren un partido nacional que proponga debatir estas cuestiones y obligue a los partidos nacionales a comportarse como tales.
El pasado sábado, mientras los periódicos escudriñaban el futuro por la mirilla de las encuestas, un grupo de 45 ciudadanos (y ciudadanas, claro), se reunieron en un hotel de San Sebastián para alentar la formación de un nuevo partido político. Los ‘conjurados’ tratan de ocupar un espacio entre los dos grandes partidos nacionales, quieren ser un partido con implantación en toda España y provienen del PSOE, el ala liberal del PP, el antiguo Partido Comunista y Comisiones Obreras y personas sin militancia.
Los pasos inmediatos serán la creación de una plataforma que reúna a cuantos consideren necesaria la formación de un nuevo partido que tenga como eje de su actuación la regeneración democrática y la creación de un foro en Internet para acoger demandas ciudadanas.
Tiene un papel difícil, aunque la demanda potencial sea enorme. Cuando se consideró la Ley Electoral, los partidos políticos venían de la oposición clandestina a la dictadura o eran de reciente creación. En cualquier caso, el legislador consideró que sería bueno fortalecer su posición. Por eso la Constitución destaca en el artículo 6º que «los partidos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política». También con el mismo fin estableció la Ley Electoral listas electorales cerradas y bloqueadas y para dar satisfacción a la demanda de los nacionalismos, circunscripciones provinciales que distorsionan la representación de los ciudadanos y el principio «un hombre, un voto» para primar las opciones periféricas en detrimento de los partidos nacionales.
De todo aquello han pasado ya 30 años y algunos efectos perversos del poder del aparato en los partidos, empezando por la selección negativa de los candidatos, son ya perfectamente visibles. Otro efecto indeseable es la capacidad de los nacionalismos para condicionar la política nacional, distorsión que ha alcanzado extremos notables en las extravagancias de las reformas estatutarias y sencillamente esperpénticos en la extraña alianza entre el partido del Gobierno y Esquerra Republicana de Cataluña. Los conjurados quieren poner en pie un partido nacional que proponga debatir estas cuestiones y obligue a los partidos nacionales a comportarse como tales.
Han nacido predestinados al éxito. Cuentan con unos días de gracia, porque los partidos realmente existentes están entregados a la campaña y no están para nada que no sea las elecciones del domingo. Pero a partir del lunes no habrá descanso. El nasciturus empezará a recibir caña desde el primer momento. Será ubicado en la extrema derecha por socialistas y nacionalistas y también contará con la hostilidad del PP. Si se me permite parafrasear la paráfrasis de Rafael Alberti sobre el famoso texto de Marx y Engels, «un fantasma recorre Euskadi, España./Nosotros le llamamos ciudadano».
Santiago González, EL CORREO, 22/5/2007