Un final imperfecto

 

Es probable que el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad se produzca sin un previo y formal corte de amarras con el terrorismo. Los acontecimientos van apuntando hacia un final imperfecto, que se volverá especialmente injusto para las víctimas. Aunque buena parte de los autores materiales de los asesinatos se vean obligados a cumplir la pena impuesta por los tribunales, el desordenado final de ETA disipará la exigencia de una asunción colectiva de la culpa.

La historia de los últimos años en Euskadi es, en buena medida, el relato de cómo ha imaginado cada cual el final de ETA. Todavía hace poco que se vino abajo el mito de la imbatibilidad de la banda, dejando atrás la falsa disyuntiva entre soluciones políticas y soluciones policiales. Quizá por eso la política vasca sigue imaginando cómo se acabará la violencia de ETA, o de qué modo su final podría ser beneficioso para determinados postulados, mientras aún son demasiados los que se niegan a pensar que la ‘Organización’ deba disolverse algún día.

Durante todo este tiempo ha prevalecido la convicción de que el final de ETA sería perfecto y ordenado. Orden y perfección que cada cual veía a su manera. Unos, mediante una derrota en toda regla de un mundo condenado a la desaparición. Otros, convencidos de que un final negociado podría sacudir de su atonía al autogobierno para catapultarlo, años después, muy por encima de la lógica de la Transición. También soñaban con un desenlace redondo -en tanto que victorioso- quienes siempre trataron el final de ETA como un tabú al que no debían referirse, porque sólo mentarlo suponía una suerte de desarme ideológico. Sin embargo, cada día que pasa son más las señales que apuntan hacia un final imperfecto y desordenado del terrorismo.

El hallazgo del cadáver de Jon Anza en la morgue del Hospital de Toulouse ha sido suficiente para que toda la izquierda abertzale orille su «unilateral» apuesta por eso que denomina «proceso democrático» y vuelva a refugiarse en el victimismo de un mundo que necesita sentirse acosado por los estados español y francés. Aunque al reaccionar así la izquierda abertzale no sólo trata de reverdecer los lazos de solidaridad que el debate interno haya podido debilitar. Sobre todo intenta eludir la descarnada versión de que el activista donostiarra pudo fallecer en el más absoluto desamparo. Sean cuales sean las conclusiones de la autopsia de Anza, la izquierda abertzale ha vuelto a retratarse endeble. Los síntomas que ofrece son más los de una paulatina dilución que los de una ordenada retirada para salvar siquiera los muebles. Nadie está al mando realmente, mientras los más resistentes libran su particular pulso con quienes tratan de encontrar alguna escapatoria. Es el momento de la desconfianza interna, de las deserciones vergonzantes y, también, de la inquina más sectaria por parte de quienes se creen al mando. Nadie se hace responsable del conjunto, y a lo sumo algunos intentan responder de aquello que les es más próximo. Pero ya ni siquiera insisten en la desfachatez de transferir a los demás la tarea de ordenar su propio y perfecto final.

Pero la probable imperfección del final de ETA no afecta únicamente a sus filas. En realidad eso es lo de menos. El pasado jueves el pleno del Parlamento vasco debatió una iniciativa del PP para que la Cámara se declarase favorable a la disolución de los ayuntamientos que gobierna ANV. La discusión acabó evidenciando las diferencias que separan a socialistas y populares a la hora de imaginar un final perfecto para el terrorismo. El PP lo encomendaría a una reforma de la Ley de Partidos que impidiese cualquier resquicio por el que la izquierda abertzale pueda colarse en los comicios locales y forales del próximo año. Frente a ello, el portavoz socialista, José Antonio Pastor, esgrimió la idea de la respuesta «más eficaz»; como si alguien pudiera asegurar de antemano que tal cosa existe. Parece que retorna la ilusión. Estas últimas semanas tanto el presidente Rodríguez Zapatero como otros dirigentes socialistas se han mostrado orgullosos de negociar con ETA en 2006. El argumento esgrimido es tan simple como engañoso: dado que ETA acabó debilitada a consecuencia de la ruptura de la tregua, implicarse en aquel proceso fue un acierto del Gobierno.

Es probable que al final ETA desaparezca por dilución. Tal desenlace supondrá una gran decepción para miles de personas de la izquierda abertzale que durante todos estos años han esperado asistir a una triunfal concesión política por parte del Estado. Pero esa decepción puede superarse más fácilmente que la dolorosa marca que un final imperfecto dejará entre quienes han padecido y padecen el embate terrorista. Porque si bien la trama compuesta por ETA y la izquierda abertzale no se llevará ventaja política alguna, su propio debilitamiento contribuirá a que puedan salir del trance sin asumir responsabilidad alguna respecto al pasado, sin pedir perdón, sin someterse al juicio histórico que merece tan sistemática y jaleada crueldad.
También es probable que el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad se produzca sin un previo y formal corte de amarras con el terrorismo. Los acontecimientos van apuntando hacia un final imperfecto, que se volverá especialmente injusto para las víctimas. Aunque buena parte de los autores materiales de los asesinatos se vean obligados a cumplir la pena impuesta por los tribunales, el desordenado final de ETA disipará la exigencia de una asunción colectiva de la culpa.

Kepa Aulestia, EL CORREO, 14/3/2010