Un final sin fin

KEPA AULESTIA, EL CORREO 08/02/14

· El propósito de ordenar institucionalmente la desaparición definitiva de ETA corre el riesgo de convertirse en una obsesión sin sentido para el Gobierno de Urkullu.

· No puede hablarse del «final ordenado de ETA» porque caben muchos ‘finales ordenados’.

El Gobierno de Urkullu ha hecho suyo el «final ordenado de ETA». La adquisición del concepto aflora como la fórmula definitiva del druida que todos los vascos llevamos dentro –y algunos por duplicado– a la hora de hallar ‘la’ solución. En los últimos años ha tenido lugar una discusión más bien sorda entre quienes abogaban por un final ordenado de la violencia y quienes pronosticábamos un ocaso menos programado de la banda. Está bien, concedamos que la discrepancia se daba entre quienes veíamos menos riesgos en un final desordenado de ETA y aquellos que vaticinaban un adiós acorde a supuestas reglas de resolución de conflictos, tipo Sudáfrica o Irlanda.

Hoy unos defenderán que todo estaba previsto en no se qué hoja de ruta, otros seguiremos pensando que la inercia más primaria adquiere la apariencia de una estrategia sofisticada. Pero lo importante es que hemos llegado hasta aquí. A un punto sin retorno para la violencia física, aunque el momento ofrezca muchas oportunidades para que el terrorismo pasado se reivindique a sí mismo. Invocar el «final ordenado de ETA» transmite la sensación de que se sabe de lo que se habla, que existe un plan, que solo hace falta aplicarlo y, en tanto que sea imprescindible, acordarlo. Pero en realidad el concepto es indeterminado y equívoco. De entrada obliga a precisar quién o quiénes ordenarían ese final y en qué sentido.

El «final ordenado» contaba, como propósito, con un argumento pretendidamente inapelable: aseguraría la unanimidad de los integrantes de la banda terrorista y prevendría cualquier tentación de retomar las armas. Ese parece un capítulo superado, y no solo porque la propia banda dio a conocer que únicamente el cuatro coma algo de sus integrantes se había mostrado disconforme con sus designios. A partir de ahí el «final ordenado» presentaría ventajas en cuanto a la verificación del desistimiento etarra, de su desarme, e incluso a la fijación de la fecha en que ETA desaparezca formalmente.

Pero nada de eso es más sustantivo que el relato sobre lo ocurrido a que dé lugar una u otra ‘ordenación’ del final etarra; que el mantenimiento o no de las responsabilidades contraídas en el ámbito penal; que la denominada ‘vía Nanclares’ se fomente o se prescinda de ella porque el cuerpo unánime de los etarras presos aspira a su excarcelación ‘sine die’.

No puede hablarse de «el final ordenado de ETA» porque caben muchos ‘finales ordenados’, teniendo en cuenta además que por la naturaleza del problema todos ellos comportarían un mínimo desorden. El Gobierno de Urkullu cree haber concebido su final ordenado para ETA que, a tenor de las informaciones que circulan, adquiere todos los visos de ‘una oferta que la banda no podría rechazar’.

Es el momento en que la pizarra que contiene la hoja de ruta perfecta se viene abajo, a causa muchas veces del aturdimiento de quien se pasa el día dándole a la tiza con más obstinación que entusiasmo. Por exasperante que parezca mantenerse quietos hasta que los restos de ETA sean capaces de retirarse de escena en orden, todos los demás atajos nos adentran en un final sin fin.

El cruce de declaraciones que ayer mantuvieron el lehendakari Urkullu y Arantza Quiroga no solo demuestra la existencia de planteamientos distantes. Refleja además que los métodos de aproximación no están siendo precisamente útiles. La parodia de un encuentro «discreto» e incluso «privado» acabó desatando la más agria controversia entre jeltzales y populares del tiempo en que Rajoy es presidente. Pero hay más. Cabe intuir que la insistencia del lehendakari y de su partido en la celebración del encuentro tiene que ver con su convencimiento de que la visita a La Moncloa desbloquearía un asunto sobre el que no existía una interlocución válida a otro nivel. El problema es que, también por un secretismo trufado de documentos que van, vienen y son incautados, ese cauce pueda quedar afectado por la controversia pública.

Iñigo Urkullu se pronunció al día siguiente de la reunión con el «no entiendo el inmovilismo». Arantza Quiroga pareció replicarle ayer afeando que el lehendakari hubiese propuesto a Rajoy medidas de gracia al margen de la aplicación de las vías ordinarias de la legislación penal y penitenciaria. Ahora toca restaurar los puentes necesarios para establecer un pilotaje compartido entre La Moncloa y Ajuria Enea. Lo que demuestra cuán difícil es diseñar un final ordenado de ETA al margen de la aplicación de la legalidad vigente, teniendo en cuenta la renuencia de la banda todavía armada a poner fin a su existencia atrincherándose tras comunicados más patéticos que frustrantes.

Mariano Rajoy es el único presidente de Gobierno que no da muestras de estar convencido de que él acabará con ETA, entre otras razones porque no lo necesita. ETA está acabada. Todos sus predecesores sucumbieron en algún momento a la visión de que a ellos correspondía resolver el problema, a veces incluso de manera obsesiva, en la certeza de que sus habilidades y estratagemas lograrían aquello que no habían conseguido los anteriores. Les pasó a Rodríguez Zapatero y a Aznar, también a Felipe González. Lo de Adolfo Suárez es más comprensible, porque antes y después de las elecciones de 1977 era general la convicción de que ETA duraría lo que tardara la democracia en asentarse.

El lehendakari Urkullu accedió a Ajuria Enea con una ETA en franca retirada. El problema es que su mandato no le permite ordenar el final sin enfrentarse no ya a la impasibilidad de Rajoy sino a aquella de la que hacen gala los restos de ETA, esta vez anunciando «aportaciones significativas para alimentar el proceso» y dispuestos a dar carta de naturaleza a la ‘Comisión para Impulsar el Proceso de Paz’. Lo dicho, hay tantos ‘finales ordenados’ que conducen al desorden.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 08/02/14