EL MUNDO 02/02/15
SANTIAGO GONZÁLEZ
Alberto Garzón es el candidato de IU a la Presidencia del Gobierno. Es, también, el diputado más joven del Congreso, honor que poseyeron antes que él Leire Pajín y José Luis R. Zapatero, lo cual viene a confirmar que la juventud no es un valor absoluto. Permanecerá en el escaño el tiempo suficiente para dejar la distinción en manos más jóvenes e inexpertas. Siempre aparece otro que te madruga el título, como les pasaba a los pistoleros más rápidos del Oeste y a todos los campeones de boxeo menos a uno, pero ser ‘Rocky Marciano’ es muy difícil.
Zapatero perdió el título de diputado más joven y llegó a ser uno de los peores presidentes de nuestra Historia, categoría en la que se retiró imbatido. Llegado al trance, puso en su lugar a Rubalcaba para que pagara la factura. Y sin embargo, ayer pudimos comprobar que ‘Young Sánchez’ reclamaba en Valencia su legado y el de Felipe González. O sea que todo es opinable.
Ahora se llevan mucho los candidatos alternativos. El sábado, también en Sol, Pablo Iglesias proclamó que su próxima estación es La Moncloa. No sé, a mí se me hace raro pensar en que puede ser presidente del Gobierno un tío que hace dos años se confesaba emocionado al ver que unos manifestantes le sacudían la badana a un guardia (https://www.youtube.com/watch?v=7tGaavMrBJM).
Alberto Garzón pertenece también a la casta universitaria y cuando sea mayor quiere ser como Pablo Iglesias. Desde el triunfo de éste en las elecciones europeas, el joven Garzón –repare el lector en este hermoso pleonasmo– viene postulándose para la confluencia de Podemos con Izquierda Unida. No sabía, y no se ha enterado aún, que lo único que interesa de IU al nuevo partido son los votos y los cuadros. Antes, los comunistas mimaban a quienes llamaban «compañeros de viaje», aunque privadamente les consideraban «tontos útiles». Mucho me temo que los pablemos sólo le discutirían al pobre Garzón el calificativo.
Pero el muchacho no ceja y está empeñado en singular batalla con la vieja guardia de la Izquierda Unida madrileña –¿la casta?–, que a su vez tiene declarada la guerra a Tania Sánchez, que al parecer y sin mezclar amor e ideología parece partidaria, como él, de la confluencia con el partido de su novio. El argumento es muy interesante, porque revela las dos varas de medir que todo político español, también los de la casta propiamente dicha, emplean a la hora de evaluar las corrupciones. Ángel Pérez y Gregorio Gordo no son un modelo de gestión, pero las protestas del primero suenan verosímiles cuando dice que él dejó de ser coordinador tres años antes del periodo investigado en Caja Madrid. Garzón se ha puesto en este caso más exigente que la Presidencia Federal de IU, que se ha limitado a abrirles expediente, mientras el candidato considera que ambos están fuera de la organización.
Sin embargo, Esther Esteban tuvo que insistir al preguntar si con Tania iba a usar la misma vara de medir «si finalmente fuera imputada» por la subvención millonaria a los talleres de su hermano cuando ella era concejal en Rivas Vaciamadrid y además se matriculó en un curso de batería para aumentar el número de alumnos. Las dos veces admite como criterio general que la vara de medir es la misma, pero que en el caso de Tania es política ficción porque no se sabe si será imputada o no. En su vocabulario no figura el término futurible. Califica la posible imputación de Tania como «política ficción» y luego se explica recurriendo al tamayazo. Es lo que hay.