EL MUNDO 19/09/14
VICTORIA PREGO
Alguien que se dedica a la política debería llevar en su equipaje un proyecto intelectual, una suma de las ideas que, a su juicio, sean de aplicación para mejorar la vida de los ciudadanos cuyo apoyo necesita para poner su proyecto en práctica.
Eso le obliga a explicar con todo detalle el contenido de su programa de la manera más asequible y menos abstrusa que sea capaz de alcanzar. Y debe hacerlo de una manera constante, sin titubeos y sin tregua, para que los ciudadanos que se interesan por sus vidas acaben calibrando con conocimiento de causa si el político en cuestión es merecedor de su confianza porque lo que propone tiene sentido para ellos y lo valoran como un proyecto deseable. Y claro que todos los ciudadanos se interesan por la política, sencillamente porque se interesan por sus propias vidas.
Lo que hizo Pedro Sánchez anteayer no fue «estar donde está la gente» para ganarse su respaldo. Lo que hizo fue un gesto, un mohín. Se colgó una guirnalda de flores con esa entrada de impacto en un programa de tarde de elevada audiencia. No se ha ganado con eso los votos de nadie porque nada ha dicho a los espectadores de ese programa. Nada, salvo que no le gustan los toros. Pero como es el secretario general del Partido Socialista, más de uno ha deducido de sus palabras una actitud de hostilidad a la fiesta nacional. Y, al tiempo que su partido registraba de prisa y corriendo la iniciativa prometida en televisión por el líder, ha tenido que salir el número dos del PSOE a aclarar que ellos están contra el maltrato a los animales, pero que de ninguna manera su formación tiene nada contra las corridas de toros.
Es lo que tiene dedicarse a la actividad pública, que no se pueden hacer comentarios ligeros como si estuviera uno en el cuarto de estar de su casa porque, si uno es el aspirante a presidente del Gobierno de España, todo lo que diga o haga se inscribirá en esas coordenadas.
Lo que hizo Pedro Sánchez fue una gracia que le dejó como «un tío enrollado» y que no debería ser el comienzo de una estrategia pensada porque en ese caso tendría que peregrinar por los platós de todas las televisiones haciendo lo que hizo este miércoles: no sólo encestar un balón, haciendo que rememora sus tiempos de jugador de baloncesto u opinar contra la fiesta de Tordesillas donde, por cierto, habrá perdido con su comentario tantos votos como crea haber ganado con su golpe de efecto. Tendrá también que ir a cocinar o a participar en una casa cerrada donde los concursantes se besan y se odian a partes iguales, o a los debates donde unos se gritan a otros y ofrecen un espectáculo de gran aceptación popular.
Pero entonces tendría que banalizar su mensaje hasta el límite de lo barato. Y así no sería fácil que los españoles que se interesan por las ideas contenidas en su programa tengan en cuenta sus propuestas. Su participación en un programa de la tarde ha beneficiado sólo al propio programa, que hará bien en amortizar su éxito hasta la extenuación.