Editorial-EL MUNDO
BUENA parte de la opinión pública constitucionalista ha recibido con sorpresa y preocupación la decisión de Ciudadanos de romper el tándem que formaba con el PP en la Mesa del Congreso, donde frenaban juntos la tramitación de iniciativas. Con este movimiento, la formación liberal permite el desbloqueo de una veintena de leyes –muchas de la época de Mariano Rajoy– que ahora seguirán el trámite parlamentario. El problema es que entre esas leyes figura una tan sensible como la propuesta de PSOE y Podemos para eliminar el veto del Senado al techo de gasto, prerrogativa que impide a Pedro Sánchez acortar los plazos para tratar de aprobar su plan de Presupuestos, muñido con Pablo Iglesias y los separatistas. Unas cuentas irresponsables y lesivas para el ahorro y el empleo que los dirigentes de Ciudadanos han sido los primeros en reprobar.
Es cierto que ahora se abre el plazo de enmiendas parciales y que Cs sigue teniendo la llave para prorrogar los plazos y bloquear su aprobación, lo que en la práctica deja las cosas como estaban: al PSOE tratando de convencer a ERC y PDeCAT de que voten a favor de sus cuentas en el verano de 2019. Pero la decisión de romper la unidad de acción con el PP para promover debates políticos en el Congreso peca de un tacticismo electoralista que delata el afán del partido naranja por marcar perfil propio –distanciado del PP– ante el ciclo electoral que se inaugura en Andalucía.
Ciudadanos está en su derecho a reivindicar una identidad política de centro, desmarcada de esa derecha en la que la izquierda le ubica, lo que parece causarle tanto disgusto como la inopinada adhesión de Vox a una iniciativa suya como el acto que se celebrará este fin de semana en Alsasua. Pero caracteriza a Albert Rivera un estilo de liderazgo un tanto impulsivo y movedizo que el electorado no siempre entiende; lo cual, unido a la complejidad del juego parlamentario, genera alarmas que perjudican la necesaria fortaleza del constitucionalismo frente a los enemigos del sistema del 78 que sostienen a Sánchez. No puede ahora quejarse el líder centrista del revuelo levantado, pues debería haber tenido en cuenta aquella vieja máxima según la cual en política no se debe hacer aquello que no se puede explicar. Y Cs ha necesitado demasiadas aclaraciones posteriores para combatir la confusión originada por su giro estratégico.
A un partido que ha aportado estabilidad a gobiernos constitucionalistas, sean socialistas o populares, cabe pedirle que prolongue ese sentido de la responsabilidad. Acumula ya experiencia suficiente como para ofrecer a los ciudadanos mayor consistencia y evitar derivas erráticas. Los españoles esperan aún muchos valiosos servicios de una formación que ganó las elecciones en Cataluña y que ha de saber distinguir lo fundamental de lo estratégico.