La abstención del PSOE permite desbloquear la gobernabilidad después de diez meses de parálisis. Unas terceras elecciones, además de un ridículo internacional, hubieran sido nefastas para los intereses del país y para el propio PSOE, mermado por la batalla interna y el distanciamiento con sus bases. En consecuencia, el viraje histórico de los socialistas no puede interpretarse como un apoyo expreso a Rajoy, sino como un gesto de altura política y responsabilidad institucional acorde con la formación que más tiempo ha gobernado este país desde la Transición.
El PSOE es un partido tradicionalmente dividido entre un ala nítidamente socialdemócrata y otra más izquierdista y radical. Que en esta ocasión se haya impuesto el alma pragmática es algo positivo para España. Porque nuestro país necesita de un partido sólido y fuerte capaz de aglutinar el centroizquierda a través de una oferta política reformista, lejos de un aventurismo político obsesionado con ocupar el espacio político de Podemos. En este sentido, la decisión tomada ayer permitirá al PSOE ganar tiempo y afrontar su necesaria renovación. Las heridas causadas por la intensa pugna alrededor de la investidura son de un calado profundo. Ni Puig, ni Page, ni Lambán quisieron tomar la palabra en el Comité Federal. Sí lo hicieron Fernández Vara –para defender nítidamente dejar gobernar al PP–; y Susana Díaz, quien evitó pronunciar la palabra «abstención» y pidió a su partido «responsabilidad». Después, al término de la votación, Sánchez publicó un tuit que disparó las especulaciones sobre su vuelta: «Pronto llegará el momento en que la militancia recupere y reconstruya su PSOE». Es evidente que la Gestora se verá obligada en los próximos meses a convocar un Congreso Extraordinario. Pero, entretanto, sería un error mayúsculo por parte de los socialistas continuar enzarzados en debates personalistas o batallas palaciegas que no harían más que acentuar su debilidad.
En el corto plazo, y una vez que ha sacado adelante la abstención, el mayor problema que tiene el PSOE es conseguir la unidad en su grupo parlamentario. Aunque algunos diputados ya avanzaron que no se moverán del no a Rajoy, la resolución aprobada es imperativa para todo el grupo en el Congreso. El Comité Federal es el máximo órgano de dirección socialista entre congresos y su normativa interna obliga a todos los miembros del grupo parlamentario a «estar sujetos a la unidad de actuación y disciplina de voto». La postura de Iceta en torno al no a Rajoy –también la de los socialistas del País Vasco y Baleares– ha sido muy beligerante. De ahí que ayer el primer secretario del PSC rogara «sensibilidad» a la nueva dirección federal para ofrecer una salida honrosa a aquellos diputados que han hecho del rechazo a Rajoy una bandera inamovible. Díaz parece decidida a mantener el pulso e imponer la cohesión en el grupo parlamentario. Pero, al margen de la posición final de los siete diputados del PSC, lo cierto es que esta crisis ha aumentado el riesgo de ruptura entre Ferraz y los socialistas catalanes. Deberían evitarlo, pero no a cambio de perpetuar la falta de un discurso coherente del PSOE en Cataluña.
El Rey iniciará hoy las consultas con vistas a una eventual investidura de Rajoy a finales de esta semana. La abstención del PSOE llega en el último suspiro antes de que expirara el plazo para agotar la legislatura. Pero es un gesto que cabe agradecer porque permitirá a España disponer de un Gobierno, aunque sin mayoría absoluta. En la resolución que sacó adelante, el PSOE compromete una oposición «firme y constructiva» y un «diálogo con el Gobierno y todas las fuerzas políticas».
La estabilidad del próximo Ejecutivo es clave para que España pueda afrontar los compromisos adquiridos, especialmente, en materia económica. Así que sería conveniente que el giro socialista fuera el preludio de una etapa de entendimiento entre PP, PSOE y Ciudadanos, en aras de afrontar una agenda reformista que ya se ha convertido en ineludible.