Editores-Eduardo Uriarte

Tras la pachorra, que no paz, de Rajoy, sorpresivamente todo se mueve a una velocidad de vértigo hasta llegar a aniquilar cualquier capacidad de sorpresa. Puede pasar cualquier cosa, hasta lo sagrado se conmueve, sólo falta un escándalo en la Conferencia Episcopal. La España decimonónica parece que vuelve, sólo los cuarteles están tranquilos, que después de la experiencia del Caudillo quizás ellos si aprendieron para siempre (y no me vengan con que todo se andará). Son días de placer para el gacetillero que no tiene tiempo para relatar tanto acontecimiento. La vieja España en la que hasta el más tonto del pueblo asaltaba diligencias y llegaba a general parece que ha vuelto.

En la literatura popular del pasado los traidores y malvados, un poco bufos, fueron los vizcaínos, los vascos de hoy. Y no es de extrañar, traidores, lo que se dice traidores…, ahí están Aitor el del tractor, Urdangarín y Lopetegi, que no se sabe quién la ha montado mayor. Lo del exministro Huertas, es otra cosa, era muy previsible, todo producto de la tele es efímero y pasajero. Un rápido y coherente final de un protagonista del reality show en la que hemos convertido la política española. Eso sí, con bocata de tortilla de patatas, por no decir española, para los invitados al plató, que lo somos todos, como Hacienda.

Las emociones solo han empezado, se van a aburrir de ellas. Este Gobierno, el más minoritario de la historia, va a tirar de política sentimental, nos va a emocionar, va a representar escenas sacadas del guion de “Lo que necesitas es amor” y  “¡Sávame!”, con más almíbar si es posible, porque otra cosa no puede hacer para esconder sus limitaciones. Nos va sacar conejos de la chistera cada semana para demostrarnos que “otra política” es posible, como si lo que hiciera fuera política, y encubrir su incapacidad e, incluso, su bastardo origen, pues a Sánchez le apoyaron en su moción de censura, que no de investidura, todos los que están a la tarea de abatir este Estado. El Gobierno presentable que ha nombrado parece escapar de ese origen, pero el lastre bárbaro antisistema que padece es demasiado pesado.

Nos puede engañar a todos y, además, todo el tiempo, este país es así de inconsciente, una gran ventaja para los líderes de la izquierda. Pero se pueden engañar a ellos mismos, que es lo peor. Creerse con capacidad, a pesar de todas las dificultades, de resolver el más grave reto que ha tenido la democracia española, como es la secesión golpista de Cataluña. Es verdad que el PP también creyó que la podía resolver no viéndola, que se pudriera, y cuando la vio finalmente no fue capaz de asumirla en toda su gravedad -desde hace tiempo no hay como ser político para no ver los problemas-, hasta que le costó, con otro problema que no quería ver, el de la corrupción, el poder. Pero lo de Sánchez es peor que lo de Rajoy, cree que lo puede resolver. Como muestra ahí está el maestro Zapatero resolviendo, nada menos, el problema venezolano.

Y lo peor es que cree que puede llevarlo a cabo mediante la negociación con los nacionalistas. Se trata de una enfermedad genética del socialismo español denominada por los viejos del lugar como “el síndrome sindicalista”. Este síndrome les impele por encima de toda prudencia a creer que todo es negociable -los sindicatos viven de la negociación-, y si al final no es así, se asume el otro elemento fundamental sindicalista -en Euskadi los que fuimos socialistas lo sabemos bien- considerar que el amo de la fábrica son los nacionalistas y que nos va el empleo en acabar cediendo. La cosa, naturalmente, es más profunda, pero no nos vamos a poner académicos explicando el peso del anarcosindicalismo en la cultura socialista, la hegemonía del largocaballerismo en su seno, y su ignorancia de la política y la historia -un poco de Churchill no les vendría mal-. Con decir que la política tiene que estar supeditada -lo que se acaba supeditando es la ley-a los buenos fines, se siente consolados. Un peligroso voluntarismo de fácil conexión con el decisionismo nacionalista. Lo importante es llegar a cualquier fin, aunque sea tras el mayor y criminal de los desistimientos (pasó en la negociación con ETA de la que dejaron vivo y catapultado a su brazo político). Además, la base reivindicativa de la que Sánchez parte, la plurinacionalidad, es decir, la nada en lo nacional, es una bicoca para los heroicos nacionalistas. Al final van como los verticalistas a negociar con la dirección de Altos Hornos de Vizcaya: a tragar.

El problema catalán se puede convertir en el Litell Bighorn de Sánchez- por no decir en su Bruch-, porque aunque la gente esté dispuesta a soportar mucho y a dejarse engañar, no va permitir que le roben el suelo que pisan, que el roben lo que son, que le roben ese concepto discutido y discutible, tan caro a los que aquí vivimos, porque resulta ser garantía de libertad y, probablemente, de la única convivencia posible. Sánchez va a ceder en todo, en su día su partido lo hizo ante algo peor, ETA, y encontrará las argucias y mentiras necesarias para venderlo como un quehacer democrático. Sin embargo, en vez de que alguien grite que se llevan a los infantes, alguien gritará -esperemos que no tenga que ser de nuevo el rey- que nos roban la nación, y la gente entenderá que eso es más grave, mucho más grave, que lo de Bárcenas, que lo de Huertas, que lo de los Ere, que lo de la selección, que los reality shows, y que indignados nos defiendan de la frivolidad de nuestros gobernantes.

Sánchez nos podrá engañar con conejillos que salen de la chistera, pero no con el problema catalán, porque sencillamente, no tiene solución -esa solución- y es muy serio. Si el socialismo español fuera republicano conocería las catilinarias y sabría que ante la destrucción de la república no hay sindicalismo posible que pueda mediar en la necesaria represión de la rebelión. Todo discurso que intente ablandar a un nacionalista, como la crítica a la acción del Constitucional ante el nuevo estatuto catalán, o la reforma constitucional, sólo enaltece al nacionalismo. Esperemos que el Gobierno de España no acabe siendo aliado del secesionismo y le tengamos que declamar hasta cuándo abusarás, Sánchez, de nuestra ignorancia…. Es mejor que huyas del síndrome del sindicalista y te conformes con los conejos.

Eduardo Uriarte Romero