Antonio Rivera-El Correo
Una encuesta más de esta misma semana reitera un problema que tiene el Gobierno: cae mal a la mayoría de ciudadanos, pero esta misma mayoría considera que las políticas que desarrolla son adecuadas, oportunas y benéficas. Podríamos decir que sensación y juicio colisionan en el punto de su política y de sus personalidades. Y podríamos concluir que, conociendo la buena prensa que en los últimos años tienen las emociones frente al predominio de la razón que imperó hasta hace poco en nuestro mundo, hay un problema en Moncloa porque el respetable elegirá las próximas papeletas con el corazón más que con el cerebro.
De partida, la mitad del censo ya está volcado: el Gobierno sanchista es una colección de canallas sin remisión, cualquier cosa que puedan hacer es intrínsecamente mala, perversa. Es la otra mitad la que soporta y sufre el carácter áspero, displicente, de nuestro equipo gubernamental. Lo preside un hombre con cara de «ya os lo dije, lo sabía», y lo pueblan personajes a caballo entre el desabrimiento y lo desaborido. Los desaboridos son los que no tienen sabor ni sustancia, esos ministros y ministras de los que uno se pregunta cuál será su gracia. Los desabridos son los que lo tienen –sabor, carácter–, pero este es malo o desagradable: esos palmeros, estridentes o dedicados a afirmar con absoluta convicción que, si hoy es domingo, mañana será martes o miércoles si así conviene. Quedan los y las que enmarañan cada poco la relación con juicios morales sobre sus compañeros de pupitre, práctica que desasosiega al más partidario de los ciudadanos porque da muestra de la pobreza precisamente personal de alguno de nuestros mandatarios.
El Gobierno no da todavía muestras de preocupación. En 2025 no hay prevista cita electoral y ello da margen para construir la empatía incluso ante una alineación tan poco seductora. Se confunden. El elector lleva tiempo disociando sus intereses de sus simpatías. Es más, algunos de los sectores que más se benefician de la generosidad gubernamental son los más contumaces enemigos de este. Lo sabe el Gobierno; Sánchez el primero. Y al revés. El esquema de clases y políticas está un tanto invertido: buena parte de los altruistas se reclutan entre aquellos a los que mejor trata la vida; y en parte lo contrario (en parte). Seguimos sin pensar como vivimos y el desajuste desazona a los lógicos del mecanismo electoral: no hay correspondencia cerrada entre política y efecto favorable o desfavorable de esta.
Es por eso que el Ejecutivo debiera descender ya de su altar para recuperar el afecto perdido. Dar explicaciones debidas, creíbles y a tiempo. No mentir ni hacernos comulgar con ruedas de molino. No humillarse (porque nos humillamos con él). No discutir en público (porque genera pésimo efecto). Entender y asumir que los competidores pueden tener alguna razón alguna vez. No parecer los más listos del mundo, y mucho menos aparentar en todos los casos que saben lo que nos conviene (y nosotros no tanto).