José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 22/12/11
Mariano Rajoy ha hecho honor a su palabra, e incluso, ha ido mucho más allá. Los criterios para la elaboración de su Gobierno eran conocidos: 1) seríamás reducido que los de Zapatero para optimizar recursos y concentrar la gestión y coordinarla en las distintas áreas 2) los ministros resultarían deacreditada solvencia en lo técnico y dispondrían de una trazabilidad política reconocible, 3) el peso técnico-financiero y económico en su Gabinete sería importante y alcanzaría hasta el ministerio de Asuntos Exteriores porque la diplomacia ahora es económica y no política, y son los jefes de los Ejecutivos los que manejan en última instancia las decisiones internacionales de alcance, 4) la gestión de los asuntos de marcado carácter político recaerían en personas versátiles y con experiencia, 5) los ministros habrían de ser leales –y la lealtad la ha comprobado Rajoy a través de la satisfactoria dación anterior de confianza a cada uno de ellos— y deberían estar dispuestos a entregarse al empeño del gobierno a costa, incluso, de resultar abrasados en la pira de la impopularidad y 6) su Gobierno sólo se conocería después de comunicarlo al Rey desafiando al entero sistema de medios de comunicación, tanto convencionales como alternativos y, como ayer se vio, consiguiendo un auténtico hito en su largo y acreditado hermetismo.
Mariano Rajoy ha cumplido todas estas condiciones. Pero ha hecho algo más: rompiendo con las estructuras orgánicas anteriores, (Suárez, González, Aznar, Zapatero) ha optado por una sola vicepresidencia –Soraya Sáenz de Santamaría—y no ha nombrado un vicepresidente económico, sino a un ministro de Economía (Luis de Guindos) y otro de Hacienda y Administraciones Públicas (Cristóbal Montoro), asumiendo él, sin el cortafuegos de una vicepresidencia en el área más difícil de gestionar, la estiba de la gestión económica que se la echa sobre sus espaldas. El rasgo de romper con los modelos orgánicos de Gobiernos anteriores no es sólo coherente con lo que ocurre en la mayoría de los países de la Unión Europea –ni en Francia ni en Alemania se da la figura de vicepresidente económico–, sino que además demuestra que, efectivamente, no se protege tras el acierto –o eventualmente, el error—de un potente vicepresidente (un Rato de Aznar o un Solbes de Zapatero), sino que se sitúa él en la primera trincheraasistido de buenos técnicos en la materia pero sin capacidad para imantar personal y políticamente la atribución del éxito o del fracaso del manejo de la crisis. La decisión es valiente y hay que subrayarla, aunque plantea algunas incógnitas que se resolverán en el Real Decreto que se publicará mañana:quién preside la Comisión Delegada de Asuntos Económicos y quién –Hacienda o Economía—representa a España en las reuniones sectoriales de la UE.
Por lo demás, el Gobierno pivota sobre Soraya Sáenz de Santamaría con fuertes poderes de coordinación y sobre un cuarteto: el económico que forman Luis de Guindos y Cristóbal Montoro, y el político que componenAlberto Ruiz Gallardón y Jorge Fernández Díaz en Justicia e Interior respectivamente. Sobre los primeros recaen la gestión inmediata de los ajustes y las reformas estructurales económicas y financieras, y sobre los segundos el abordaje del saneamiento de nuestra ineficiente Administración de Justicia, la reforma del CGPJ y el Tribunal Constitucional y, singularmente, el manejo del fin de ETA en el que jugará un papel esencial el nuevo fiscal general del Estado cuyo interlocutor gubernamental es el titular de Justicia. El peso de lo social lo ha redistribuido entre Ana Pastor, Ana Mato y Fátima Báñez. Y la única sorpresa, pero importante, es la de José Ignacio Wert al frente de Educación, un hombre fronterizo con la socialdemocracia y de gran solvencia profesional e intelectual. Un gran nombramiento.
El equipo es compacto y tiene los objetivos claros. Y por supuesto, los desafíos son extraordinarios. A partir del Consejo de Ministros del viernes, Rajoy –que ha mostrado valentía—tiene que pasar de las musas al teatro, del dicho al hecho. Y siguiendo la literalidad de las palabras del nuevo presidente, denominar al pan, pan y al vino, vino, sin esperar aplausos sino propiciando soluciones. Y una reflexión final: todas las comparaciones son odiosas, perosi se hace una compulsa entre los Gabinetes precedentes y el actual, la distancia técnica, intelectual y política es sideral. Eso que todos hemos ganado.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 22/12/11