Kepa Aulestia-El Correo
El presidente Pedro Sánchez fue investido con 167 votos a favor, 165 en contra y 18 abstenciones. El apoyo directo representó el 45% del voto ciudadano el 10 de noviembre. La anuencia de los grupos que se abstuvieron el martes 7 permitiría a Sánchez contar con el favor de partida de más de la mitad de los electores. Un respaldo más que apreciable, si la propuesta política fuese monocolor. Pero el aluvión de las fuerzas que concurrieron en la investidura plantea tan serios problemas de cohesión para gobernar la legislatura que el presidente necesitaba ampliar su base de aceptación con lo mismo que lo hizo tras la moción de censura contra Rajoy: la composición del nuevo Ejecutivo.
Una dinámica tan polarizada como la que reflejó el debate de investidura podía invitar a Sánchez a conformar un Gobierno pensado para encajar y repartir golpes sin descanso; un Gobierno replegado sobre sí mismo. Tanto el enunciado de los postulados programáticos suscritos con Pablo Iglesias como los flancos – el acuerdo con ERC y la abstención de EH Bildu- hacia los que se dirigieron las derechas podían recomendar el enroque. Pero es la segunda vez que el ensimismamiento de Sánchez sorprende con un Consejo de Ministros de primera. De modo que el crédito personal del Gabinete le permite hacer suyo y solo suyo el Gobierno, y ensanchar en la opinión pública una base electoral exigua con doce acuerdos parlamentarios de circunstancias, cuyo cumplimiento resulta dudoso. Que el presidente opte por la expansión frente a estrategias de autodefensa reflejaría un mínimo sentido de realidad, y de oportunidad política. La virtud estriba en que al integrar en su Consejo de Ministros personas con tanta autoridad y reconocimiento el presidente admite sus propias limitaciones.
Ante la disyuntiva a la que se enfrenta cada líder -en las instituciones públicas, en las empresas, en las organizaciones en general- de rodearse de personas menos capaces o de personas más capaces que él mismo en la gestión de los bienes a administrar, Pedro Sánchez ha decidido rodearse de gente muy buena. Claro está que al parcelar el Gobierno en nada menos que 23 áreas, ha diversificado también los riesgos políticos que corre el presidente. Con el peligro de que las cuatro vicepresidencias y los restantes miembros del Gabinete se disputen la autoría de los éxitos, mientras que nadie se haga cargo de los sinsabores. Poco importa, de momento, que la vicepresidencia y los cuatro ministerios que se ha adjudicado Unidas Podemos se hayan quedado orillados en el arco que va de José Luis Escrivá a Yolanda Díaz.