Azote de esos «poderes ocultos» del mundo del dinero que manejan a su antojo a la derecha y conspiran sin descanso contra “el Gobierno de la gente”, Pedro Sánchez-Pérez Castejón está siempre dispuesto a recibir en Moncloa a cualquier oligarca extranjero que lo pida, ya sean millonarios americanos dedicados a la caridad del cambio climático, jefazos de los fondos de inversión, capos de las tecnológicas del Silicon Valley o tycoons de multinacionales farmacéuticas. Siempre dispuesto a ver qué cae en el cesto. Lo contaba aquí Fernando García-Romanillos el 12 de febrero: “Desde que iniciara sus denuncias sobre los poderes oscuros, Sánchez se ha visto con 38 responsables de grandes corporaciones, ninguno español. El acoso verbal, primero, y fiscal, después, del Jefe del Ejecutivo sobre una teórica plutocracia española, una derecha económica que junto a la política y mediática buscarían torcer el brazo del «Gobierno de coalición progresista», comenzó en junio pasado, decayó algo a partir de noviembre y se ha vuelto a manifestar vigorosamente a partir de enero”. Fue a finales de julio, en el contexto de los nuevos impuestos extraordinarios a banca y energéticas, cuando el presidente del Gobierno, hecho insólito en una democracia moderna, señaló con el dedo a dos grandes empresarios: “He escuchado las críticas de Ana Botín y de Galán… y si Botín y Galán protestan es que vamos por la buena dirección”. Este jueves noche el golpeado fue el presidente de Ferrovial: “Del Pino no es un empresario comprometido con España”, añadiendo que va a seguir de cerca la evolución de este episodio. Atención, Rafael, cuídate. El jefe de “la banda” que desde junio de 2018 gobierna España te amenaza como cualquier vulgar capo mafioso.
Conviene decir que la salida en tromba de la práctica totalidad del Ejecutivo contra la familia Del Pino por haber tomado la decisión –que deberán ratificar los accionistas en junta general- de trasladar la sede social de Ferrovial a Holanda tiene algo de puesta en escena, de teatro del guiñol, de engañabobos sobreactuado destinado a desviar la atención sobre el asunto que de verdad les preocupa. Nada es lo que parece en un Gobierno que ha hecho de la mentira su santo y seña. Es cierto que la iniciativa de Del Pino, a quien hay que reconocer que le ha echado un par, ha cabreado sobremanera a un Sánchez cuya imagen, esa imagen que de sí mismo ha vendido en el exterior y que las lamentables gentes de Bruselas parecen haberle comprado sin el menor escrutinio, queda dañada por un episodio que podría afectar a sus aspiraciones europeas. Es verdad, también, que la iniciativa ha roto la supuesta adhesión que buena parte del empresariado español ha venido mostrando a este granuja desde hace tiempo, algo de lo que ha presumido con fruición, no obstante lo cual, lo que ahora mismo tiene en vilo al PSOE es el escándalo del “tito Berni” y el dinero público, ese que supuestamente se destina a “sanidad y la educación”, malgastado en clubs de alterne. Es la sangría del “tito Berni” en calzoncillos entre putas y rastrojos lo que tiene a Sánchez en un sin vivir, cabreo en vena de Juan Español, bomba de racimo que retrata en el imaginario colectivo al peor PSOE, el de Luis Roldán, el de Juan Guerra, el de “m´ijo tié dinero p’asar una vaca”, el EREgate de Griñán, el putiPSOE, la vuelta de esa izquierda golfa amorrada al dinero público de siempre.
Es cierto que la iniciativa de Del Pino, a quien hay que reconocer que le ha echado un par, ha cabreado sobremanera a un Sánchez cuya imagen, esa imagen que de sí mismo ha vendido en el exterior y que las lamentables gentes de Bruselas parecen haberle comprado sin el menor escrutinio, queda dañada por un episodio que podría afectar a sus aspiraciones europeas»
A tres meses de municipales y autonómicas y a ocho de generales, eso es dinamita para las urnas socialistas. Por eso cargan las tintas contra una de las grandes fortunas españolas –en un país tan carente como necesitado de ellas-, en la esperanza de que el sectarismo y el odio de clase que con tanta eficacia ha sembrado este Gobierno mendaz haga olvidar al frutero, al taxista, al ama de casa, el aberrante episodio del “tito Berni”, un escándalo de corrupción atiborrado de esa caspa, ese barro, ese desaliño que solo puede prosperar en gentes reñidas con la elemental higiene de una concepción liberal de la vida en sociedad. Dicho lo cual, el episodio de Ferrovial entraña, en mi opinión, la máxima importancia, en tanto en cuanto pone sobre la mesa un asunto capital para la prosperidad, también para las libertades, colectivas: la existencia de un Gobierno hostil a la actividad empresarial, un Gobierno enemigo de la libre empresa, un Gobierno convertido en un peligro para el nivel de vida de todos y cada uno de los españoles.
La decisión del consejo de administración de Ferrovial, además de legítima, parece tener todo el sentido. Lo explicaba aquí muy bien Juan T. Delgado (“Ferrovial se hace un Uber y otras bofetadas para Sánchez”) este miércoles. Desde Príncipe de Vergara 135 se han esforzado en dar todo tipo de explicaciones para justificar el movimiento, enfatizando que tendrá un mínimo impacto en su actividad en España. Todo ha sido en vano. Porque ministras y ministrillos han salido en tromba, maricón el último. Oír hablar de “patriotismo” a Sánchez, escuchar la palabra “patria” en boca de un personaje que ha indultado a delincuentes confesos, suprimido el delito de sedición, abaratado la malversación, puesto en la calle a violadores, etc., etc., que ha dejado, en suma, a la nación indefensa ante sus peores enemigos, es sentir esa “patria” arrastrada por el barro de quien, rehén de todo tipo de extremismos, está dispuesto a seguir tirando del faldón de una España que hoy camina zombi, malherida, por el páramo ibérico, convencidos todos de ser apenas manantial, como la familia Del Pino, como las clases medias españolas en su conjunto, al que exprimir a impuestos, al que esquilmar en beneficio del sátrapa y su troupe, Sánchez y su banda.
Dice la patética Calviño que este Gobierno tiene muchos amigos empresarios. Me extraña. No creo que los Botín, Pallete y compañía estén hoy dispuestos a dejarse ver al lado del pájaro. Dudo que Fainé apueste por él un penique, y menos aún Sánchez Galán. No creo que Ortega o Roig perdieran un minuto por sentarse junto a Belarra, Montero & Cia. Sé de cenas celebradas esta semana en Madrid en las que empresarios de copete -¿qué tal, José Manuel Entrecanales?- celebraron como propia la victoria moral de un Del Pino a quien la violenta reacción de esta patulea ha venido a dar la razón si es que no la tuviera. El empresario amigo es, debe ser, el millonario comunista Roures, titular de Mediacapital BV, holding con sede en Holanda desde hace 20 años y dueño de Mediacable, la firma a través de la cual financia un diario en internet y “Canal Red”, la televisión de Pablo Iglesias. Empresario amiguísimo debe ser Juan Manuel Serrano, presidente de Correos por decisión de su sanchidad, el nepotismo al poder, que ha puesto a la empresa pública al borde de la quiebra. También, un suponer, los Rosauro Varo o el brillo de esa nueva “beautiful” dispuesta a enriquecerse al calor de Moncloa, por no hablar del gran Javier de Paz, el hombre que estos días trata de unir las piezas rotas del jarrón empresarial socialista, punto de engarce entre su Gobierno y el de Zapatero, con amigos tan poderosos como los presidentes de la Audiencia Nacional y del Constitucional, o la Justicia al servicio de la Política bajo el siniestro manto del gran corruptor.
Dice la patética Calviño que este Gobierno tiene muchos amigos empresarios. Me extraña. No creo que los Botín, Pallete y compañía estén hoy dispuestos a dejarse ver al lado del pájaro. Dudo que Fainé apueste por él un penique, y menos aún Sánchez Galán. No creo que Ortega o Roig perdieran un minuto por sentarse junto a Belarra, Montero & Cia»
Y uno tiene la sensación de que Ferrovial no ha dicho una palabra sobre la primera razón, la verdadera, de este viaje a Holanda, ni mú sobre lo más relevante, sobre el miedo que hoy late en cualquier planteamiento empresarial que se haga en España, el temor que suscita la incertidumbre regulatoria y el pánico a invertir en un país que soporta un Gobierno abiertamente hostil a la empresa, que considera al empresario poco menos que un delincuente dispuesto a enriquecerse con la plusvalía del trabajador, vuelta al siglo XIX, un Ejecutivo para quien la empresa es apenas un bulto sospechoso al que freír a impuestos con los que atender “a la gente”, esa gente que en voluntaria servidumbre nos entregará después su voto, qué menos, pero dinero con el que “tito Berni” y sus señorías se pagarán sus juergas con izas, rabizas y colipoterras. Un Gobierno que ha subido impuestos, o los inventa por razones “extraordinarias”, decenas de veces en los últimos años, que ahoga a las empresas con cotizaciones sociales y una catarata legislativa –auditorías, controles, barreras-, insoportable, que anuncia subvenciones en el BOE y las archiva sin previo aviso, todo en un intervencionismo atroz de difícil digestión. Una carga fiscal y legislativa onerosa que, si soportada con cierta resignación por las grandes, hace muy difícil la vida a los millones de pymes (todas refugiadas bajo el paraguas de los 50 empleados) de las que depende la parte del león del empleo en España. Un Gobierno al que, más allá de la propaganda, no le preocupa gran cosa el empleo porque está convencido de que es el Estado quien debe proveerlo. Empleo público, naturalmente.
En lo ocurrido tiene su parte de responsabilidad el tradicionalmente silente, por no decir cobarde, empresariado español. Los Ferrovial et álii no han movido un dedo, que se sepa, para defender el Estado de Derecho, la seguridad jurídica de los negocios y el libre emprendimiento. Porque es probable que el destrozo al que estamos asistiendo no hubiera tenido lugar si esta gente, con evidentes especiales responsabilidades, hubieran tenido valor cívico bastante para emitir opinión, simplemente eso, denunciar lo que estaba ocurriendo. Asistir estos días en directo al desmoronamiento del sanchismo, con Prisa y RTVE como adelantados del espectáculo, produce el regusto amargo de la venganza por fin cobrada aunque salpimentada por el daño insoportable a los arbotantes de un sistema que ha soportado la convivencia y la prosperidad de este país desde la muerte de Franco. Es, conviene repetirlo una vez más, el resultado de aquella gran charlotada que terminó siendo la expulsión de Sánchez de la secretaria general del PSOE después de que le descubrieran metiendo papeletas en una urna tras una cortina en Ferraz. Otoño de 2016. Lo echaron, pero lo dejaron vivo. Y poco después le entregaron las llaves del tesoro. Todo lo que el asturiano Javier Fernández temía que el “patriota” pudiera perpetrar, lo ha perpetrado en estos casi cinco años de estancia en Moncloa. Todo y por su orden. Todo y con total impunidad. En la seguridad de que todo le sería permitido por un país que ha terminado sin pulso. Echarle, echarlos, se ha convertido en una cuestión de supervivencia para España.