Diego Carcedo-EL CORREO

  • Las coaliciones políticas complicadas empiezan a tomar el poder en algunos países con democracias parlamentarias

Nunca hasta ahora un presidente del Gobierno había sido objeto de tantas críticas como Pedro Sánchez. Críticas, unas personales y otras a su gestión. A pesar de que cuenta con una mayoría parlamentaria raspada e interesada que le proporcionó el Poder Ejecutivo, la experiencia empieza a demostrar que es utópica. Con decisiones personales consiguió ejecutar hechos polémicos como la cesión unilateral de la soberanía del Sahara a Marruecos y ahora el reconocimiento precipitado del Estado Palestino. Pero la práctica totalidad de los proyectos que presentó para su aprobación por el Congreso fueron rechazados., empezando por algo tan importante para arrancar bien una legislatura como son los Presupuestos.

La semana pasada, sin retrotraernos más, tuvo que retirar la trabajada y sensata propuesta de la Ley del Suelo para evitar una nueva derrota en una tarde en que ya había sufrido seis. Confió hasta el último momento en que la respaldase el Partido Popular, que podría estar de acuerdo con su contenido. Seguramente se había olvidado que con el principal partido de la oposición no ha hablado, como exige la buena práctica democrática; sólo se cruzaron acusaciones, insultos y actitudes de desprecio. Son detalles que gobernar en estas condiciones podrá resistir un tiempo, pero a medio plazo es inviable. Realmente lo que está ocurriendo estaba cantado desde el primer momento.

Echando una mirada al exterior, las coaliciones políticas complicadas empiezan a tomar el poder en algunos países con democracias parlamentarias, pero tan inverosímiles y esperpénticas como la española no se contempla ninguna. Se trata de un Gobierno respaldado por la friolera de siete partidos, todos interesados en sacarle réditos al poder constituido: dos de extrema izquierda filocomunista y cinco, ¡cinco¡, partidos independentistas que comparten la única exigencia común de fracturar al país en pequeños estados propios y entre ellos algunos de principios ideológicos y estrategias enfrentadas. El entramado que forman recuerda a una construcción infantil con fichas armadas sobre el equilibrio de un eje inexistente.

Al margen de tantas críticas a esta situación política como se escuchan, son pocos los que defienden al presidente del Gobierno, ni siquiera cuando se trata de usufructuarios de algunas mejoras económicas sociales que la inflación incontrolable y el incremento de los impuestos enseguida han anulado. La verdad es que nadie considera que Pedro Sánchez sea tonto ni mal intencionado cuando actúa de esta manera: solamente que es un político dominado por las ansias de poder, que a veces hay que moderar o cuando menos disimular para conservarlo. Tampoco faltan los analistas y seguidores de la situación desde cerca que consideran que el peor fallo del presidente es la ingenuidad. ¿Cómo una persona con su formación, experiencia internacional e inteligencia no ha podido darse cuenta, ni por lo que se deduce, sigue sin percatarse, de que gobernar en estas condiciones es imposible? El pronóstico generalizado es que no aguantará mucho tiempo y el país todavía anonadado, menos.