ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 15/11/16
· A cada rato, desde que supe de su muerte, echo una mirada a la foto de «Françoise Hardy y el joven presentador de TVE Iván Tubau, en San Remo, en uno de los intermedios del Festival». No debía de haber muchos hombres que en 1966 pudieran plantar cara, exactamente, a la bella francesa.
Él sí, y lo sabía, y por eso la escogió para la portada de Matar a Victor Hugo, el luminoso libro de memorias que dedicó al periodismo. A ese libro iban a seguirle unas memorias de actor y otras galantes; pero la editorial se echó atrás. Ojalá las haya dejado en el cajón. La vida de Tubau contradijo radicalmente la sentencia volteriana: «Qui n’a pas l’esprit de son âge, de son âge a tout le malheur», que Max Lacruz convierte en una frase hecha nada más hacerla: «Quien no va con sus años, va con sus daños».
No sólo la contradice: su vida fue un ejemplo de cómo un hombre debe afrontar tiempos difíciles. Un exilio, una orfandad, un fascismo y una «dictadura blanca», para escoger la frase con que Tarradellas definió al pujolismo en una célebre entrevista de Tubau que publicó Diario 16. La primera obligación frente a los tiempos difíciles es hacer el trabajo lo mejor posible, sin que los tiempos sean coartadas: Tubau fue un serio poeta (Poesía impura), un limpísimo escritor de periódicos (este periódico lo tuvo pero debió tenerlo mucho más), un ensayista riguroso (De Tono a Perich, El català que ara es parla) y un memorialista impío (aparte de su Matar a…, Nada por la patria). Otra obligación es enfrentarse. De joven tuvo que ganarse la vida con franquistas, pero cuando le dieron una camisa azul para ponerse se largó.
Ya galán maduro estuvo entre los que mejor y más apasionadamente combatieron la inmersión lingüística y el nacionalismo entero. Al borde de la jubilación aún tuvo arrestos para que le suspendieran durante unas semanas de empleo y sueldo como catedrático en la Universidad Autónoma de Barcelona por elogiar el francés de una alumna. El que lo suspendió fue un sin vergüenza, que llegó lógicamente a decano tras hacerse notar como propagandista de Batasuna.
Por si fuera poco, a todo eso le añadió la risa. En la formidable asamblea de egos que llamó a crear Ciudadanos, el suyo fue siempre el más divertido y estrepitoso. El día final de aquel inolvidado on the road, a dos noches de espetarles «¡Toma 3 TV3!», poco antes de que yo saliera a hablar en La Paloma abarrotada me espoleó como a un potrillo con la divisa del Río Rojo de Hawks: «¡Quisimos, pudimos, lo hicimos!». Era Ciudadanos, desde luego. Pero era, sobre todo, su propia vida.