Ignacio Camacho-ABC
- La coherencia de Sánchez no es con su programa ni con su palabra sino con su inveterada vocación por las trampas
Sánchez no presentó la moción de censura porque el juez De Prada, el hombre al que susurraba Garzón, calzase en la sentencia Gürtel un par de frases sesgadas sobre el PP y sus beneficios «lucrativos» en los manejos de Bárcenas. Eso fue el pretexto, no la causa, de modo que la satisfacción retrospectiva que le ha dado el Supremo a Rajoy podrá servirle de cierta reparación moral, pero no funciona ni como tardía revancha. La moción la presentó porque tenía los votos para ganarla, y era su proyecto esencial desde que ganó las primarias. Bien lo sabían Susana Díaz, González, Madina, Rubalcaba y los demás socialistas veterotestamentarios que con escaso éxito le plantaron cara: el Gobierno Frankenstein lo tenía en la cabeza a la expectativa de que se presentase la circunstancia, y no lo armó antes porque sus compañeros lo echaron de mala manera para que no lo intentara. «Pedro está en el PSOE pero no es del PSOE», decían en voz baja. Y si ha sido capaz de convertir su propio partido centenario en una simple marca electoral y de imponer su bonapartismo sobre toda estructura orgánica, qué le va a impedir hacer algo similar con el sistema institucional de España. Para eso asaltó el poder, para hacer lo que le venga en gana sin pararse en barras. Ni Constitución ni gaitas; qué se puede esperar de alguien que no respeta durante tres minutos seguidos su propia palabra.
La oposición se va a pasar toda la legislatura -y a este paso también la próxima, como poco- tratando de sonrojar al presidente a base de confrontar sus actos con la hemeroteca. Esfuerzo estéril y por tanto melancólico, como escribió Ortega, que acaba provocando una sensación de impotencia. Si reprochar a cualquier político el incumplimiento de sus promesas resulta casi siempre un ejercicio de almas ingenuas, hacerlo con Sánchez conduce al agotamiento mental y moral, a una clamorosa pérdida de tiempo y de fuerzas. La derecha aún no ha comprendido que el factor diferencial de este mandato es la indulgencia con que el electorado perdona a un mentiroso por convicción y por naturaleza, un dirigente sin aprecio por la razón jurídica ni por la compostura ética; un déspota embozado para el que la democracia es una simple cobertura formal o técnica con la que atribuir a Su Persona una fuente de legitimidad al margen de toda regla previa.
La única coherencia de Sánchez no es con su discurso ni con su programa, sino con su inveterada vocación por el engaño y la trampa. Esto de los jueces no es más que otro episodio de una larga secuencia bantde fraudes y artimañas que empezó con una tesis plagiada, siguió por un intento de pucherazo en el Comité Federal y culminó en un desembarco en el poder por la puerta falsa. A partir de ahí, la cuestión clave no consiste en lo que hizo ayer sino en lo que hará mañana, porque no se va a detener hasta que el Estado entero quede bajo su tutela autoritaria.