Un hombre de honor

ABC 30/01/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Jaime Mayor es un caballero de la política. El último ejemplar de una especie que se extingue con su marcha

Hay personas, cada vez más, que entran en política para medrar y hacen lo que sea por conseguirlo. Otras son la excepción, militan en un partido con el fin de impulsar sus ideales. Muy pocas entregan su vida entera al servicio de unos principios, convengan estos o no a sus intereses personales. Jaime Mayor representa como nadie a este último colectivo. Es y siempre ha sido un caballero de la política. El último ejemplar de una especie que se extingue con su marcha.
Decía Winston Churchill que el hecho de tener enemigos demuestra que uno ha defendido algo a lo largo de su existencia. Mayor Oreja los tiene, dentro y fuera de su partido. Enemigos cuyo número y poder atestigua la grandeza de las causas por las cuales se ha dejado la piel: la unidad de España, la derrota incondicional del terrorismo, el reconocimiento de la dignidad de las víctimas y el derecho a la vida de los no nacidos.
Jaime Mayor se afilió a la UCD del País Vasco poco antes de que ETA llevara a cabo una campaña de exterminio que liquidó literalmente a esa formación, por el procedimiento de asesinar a sus candidatos. Los sicarios del hacha y la serpiente volverían a intentarlo años después con el PP y pondrían nuevamente a Mayor en el punto de mira, sin lograr su objetivo de amedrentarle. Sus hijos no saben lo que es caminar con su padre sin escolta. Él ha olvidado lo que significa moverse libremente. Y aun así jamás ha vacilado en la exigencia de un combate sin cuartel contra la banda asesina, hasta conseguir su rendición. Ni siquiera cuando hasta la calle Génova llegaron los cantos de sirena de ese mal llamado «proceso de paz» en el que estamos inmersos hasta el cuello y que implica pagos tan onerosos como la libertad de Bolinaga. También entonces hizo oír su voz donde tenía que hacerlo, aunque no se le escuchara. No ha dejado de intentarlo.
¿Cuántos, en su lugar, habrían dejado un Ministerio del Interior que le convertía en el político mejor valorado y por tanto favorito a la sucesión de Aznar, para encabezar una lista autonómica cuyas posibilidades de victoria eran una entre un millón? ¿Cuántos habrían sacrificado la ambición en aras de la coherencia y el empeño de dar ejemplo? No se me ocurre un solo nombre. E incluso después de ser relegado en esa célebre competición, en beneficio de Rajoy, lejos de mostrar resentimiento siguió brindándole su lealtad, su respaldo y su consejo. Consejo que el actual presidente del Gobierno ha estimado oportuno ignorar.
De haber tenido tragaderas un poco más anchas, Jaime Mayor habría repetido candidatura al Parlamento Europeo, garantizándose un puesto confortable en el cual esperar la jubilación. La decisión era suya. El dilema moral también. Y lo ha resuelto como resuelven los hombres de honor estos dilemas: optando por obedecer a su conciencia en lugar de adaptarla a las circunstancias. Mienten a sabiendas quienes sostienen que su adiós obedece a una especie de ley natural que impone el relevo generacional. Se va porque no está cómodo, y no lo está porque el partido al que siempre ha servido ya no encarna sus valores. El que ha cambiado no es él; es este PP irreconocible.
Si una retirada a tiempo es una derrota, a Jaime Mayor no le han derrotado los adversarios políticos ni los enemigos de fuera (terroristas y separatistas), sino los de dentro. Los que supeditan los principios a las encuestas. Los que consideran más importante no movilizar al electorado de izquierdas con leyes como la del aborto que cumplir la palabra dada y defender el derecho a la vida. Los relativistas que no dan la cara ni saben lo que es correr riesgos. Los que aspiran al poder como un fin en sí mismo. Los cobardes.