Emilio Alfaro-El Correo
- Con la muerte de Andoni Unzalu pierde este país que él quiso que fuera de todos
Hace un año y nueve meses, cuando tuvo que escribir en estas páginas el obituario de su gran y admirado amigo Joseba Arregui, víctima como él del cáncer, Andoni Unzalu (Abadiño, 1956-Bilbao, 2023) tituló el artículo ‘Un traidor con principios’. Esa calificación bien podría aplicársele también al personaje difícil de encasillar -barojiano, vehemente, activista, racional e intuitivo, sentimental bajo la capa de ferocidad con que encubría su timidez- que ha sido Andoni. La diferencia entre el converso y el traidor, explicaba en dicho artículo, está en que el segundo no reniega de su pasado como hace el primero, sino que al cambiar de trinchera asume las responsabilidades que contrajo al estar en el otro bando.
Andoni Unzalu, como Joseba Arregui o Emilio Guevara, rompió con el nacionalismo templado en el que no llegó a estar afiliado cuando el PNV de Ibarretxe y Arzalluz le obligó a optar entre la comunidad y sus convicciones democráticas. No pudo aceptar que con el Pacto de Lizarra y la deriva soberanista posterior quebrara el respeto al pluralismo y dejara a los vascos no nacionalistas en tierra de nadie y expuestos a la ofensiva terrorista. Su condición de demócrata se impuso a cualquier otra lealtad y a partir de entonces dedicó sus muchas energías a tratar de desmontar los falsos dogmas en los que se fundamenta el «’credo’ nacionalista». Lo hizo con plena consecuencia, arrostrando el desgarro de la ruptura y las represalias y marginación subsiguientes.
Hijo de caserío, euskaldun, sobrino de Bittor Garaigordobil, el obispo de la txapela del Concilio Vaticano II, estudió como tantos jóvenes de su generación en el Seminario de Derio. Su expulsión por declararse ateo ilustra la incomodidad con los dogmas del inclasificable personaje que ha sido Andoni. También como otros jóvenes, se significó contra el franquismo en la etapa final de la dictadura, pero nunca tuvo la tentación de flirtear con la violencia. Funcionario del Ayuntamiento de Amorebieta-Etxano, enfocó sus energías en el impulso del euskera y la cultura vasca. Fue copromotor de la Fundación Aurten Bai para la euskaldunización y, entre otras iniciativas, de la editorial que traduce al euskera las obras fundamentales de los clásicos (Klasikoak SL). Su profundo conocimiento e implicación en esta tarea le llevó en los últimos años a cuestionar los excesos de la política lingüística, denunciando la exclusión de facto que supone en el acceso de las personas no euskaldunes a los empleos públicos.
Tras romper amarras con el PNV, en 2003 fue degradado de la jefatura de Informática del Ayuntamiento de Amorebieta y confinado a un cuchitril sin tarea alguna. Quienes decidieron el castigo no le conocían. Condenándole a no hacer nada le permitieron ampliar hasta el infinito su ya vasto catálogo de lecturas y conocimientos, con especial inclinación por la historia y la filosofía política. Y tuvo más tiempo para dedicarlo a escribir en prensa y al lanzamiento de la plataforma Aldaketa, la iniciativa de personalidades independientes que promovió la alternancia y el cambio en Euskadi, en la que fue hombre para todo.
Esa misma función la desempeñó en la Lehendakaritza durante el Gobierno socialista (2009-2012), arropando al lehendakari Patxi López como ideólogo, inspirador de discursos y ‘fontanero’ de emergencia. La experiencia en el Ejecutivo, en circunstancias del todo adversas, acentuó su opción por la socialdemocracia rigurosa y su compromiso por el pluralismo político y la memoria de las víctimas del terrorismo. Admirador del pensador polaco Leszek Kołakowski, nada le estimulaba y complacía más que una intensa discusión con una copa de armañac y el humo de sus cigarrillos.
Polemista infatigable y pertinaz, hombre de pensamiento y acción, mientras seguía asesorando a Patxi López en el Congreso y al PSE-EE se embarcó en una apasionada tarea de escritor y articulista con un doble objetivo: dotar de un cuerpo ideológico al socialismo vasco y desmontar las bases inciertas en las que se sustenta la hegemonía nacionalista en Euskadi. Esa es la sustancia de dos de los libros que publicó: ‘Momentos estelares de la historia del socialismo’, parafraseando a Stefan Zweig, e ‘Ideas o creencias. Conversaciones con un nacionalista’. Euskaltzale, vasco hasta la médula, no podía soportar el complejo claudicante de la izquierda ante el marco cultural y mental construido por el nacionalismo.
Andoni Unzalu ha sido esto y mucho más; no es sencillo hacer catálogo de su abrumadora actividad. Duele utilizar el verbo en pasado y saber que ya no volverás a debatir y a enfadarte con él. Con su muerte pierden mucho sus amigos, especialmente su compañera Justyna Pietrzak. Pero también pierde este país nuestro que él quiso que fuera de todos, sin privilegios de nadie y no desmemoriado.