JUAN VAN-HALEN – ABC – 19/02/17
· «Ramón Serrano Suñer es uno de los personajes principales del siglo XX español que vitalmente llenó; de su nacimiento en 1901 a su muerte en 2003, pocos días antes de cumplir 102 años. Llegó a esa edad con la cabeza perfectamente amueblada, con la curiosidad latente, con un agudo sentido de la Historia. Había sido testigo de tantas mudanzas que probablemente ya no le sorprendía nada»
No pocas deformaciones históricas interesadas nacen de aquellos que juzgan el pasado con mentalidad del presente. A quienes amamos la Historia no nos sorprende más allá de lo razonable. Hace algunas semanas el portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados se quejaba en un Pleno ante el ministro de Justicia de que una televisión hubiese deformado, a su juicio edulcorándola, la vida política de Ramón Serrano Suñer en una serie de ficción basada en la novela de Nieves Herrero «Lo que escondían sus ojos».
La novela es muy digna y obviamente una ficción. En su versión televisiva no son escasos los gazapos, pero ese es otro cantar. Asimilo sin esfuerzo que el portavoz parlamentario del PNV hubiese deseado ver censurada la serie, además de una televisión privada; el PNV lleva años censurando aspectos de la vida de su fundador, Sabino Arana. No mucho antes de morir escribía que deseaba «una autonomía lo más radical posible dentro de la unidad del Estado español». Sus seguidores atribuyen ese evidente giro en su ideario independentista al «contexto histórico de la época», pero esa explicación parece no contar para los personajes que no les agradan como, en este caso, Serrano Suñer.
A aquel político emblemático hay que entenderlo en el contexto de su época por lo que yerran quienes lo juzgan desde la realidad de nuestro tiempo. Lo conocí siendo yo muy joven; el día que cumplí 18 años me regaló un ejemplar de la segunda edición de «Entre Hendaya y Gibraltar». Años después, en la dedicatoria del ejemplar que conservo de sus «Memorias» –con el significativo antetítulo «Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue»– advirtió que me ofrecía «estas páginas de Historia, frente a su falseamiento y a la ligereza con que por ignorancia –casi peor con mala fe– tantas veces se escribe».
En Serrano Suñer influyó el peso de un torrente de circunstancias. La decidida vocación por el Derecho contra el deseo paterno; la estrecha amistad con José Antonio Primo de Rivera; el matrimonio con Zita Polo, hermana de la esposa de Franco; la temprana entrada en política como diputado derechista por Zaragoza; el asesinato de sus hermanos José y Fernando en el trágico Madrid de la guerra; la decisiva colaboración con su concuñado Franco en la conversión de una realidad campamental en un Estado; la permanente amistad con Dionisio Ridruejo; la actuación como ministro de Gobernación y sobre todo de Asuntos Exteriores; la declarada simpatía por Mussolini y el evidente recelo por Hitler; el importante papel en la no beligerancia española en la guerra mundial; la creación de la llamada «División Azul» para aplacar a Berlín que mantenía tropas en la frontera franco-española; su defenestración política; los consejos al Jefe del Estado en su célebre carta del 3 de septiembre de 1945 insistiendo en la necesidad de una «evolución política» y un «plebiscito popular» que desembocasen en «la Monarquía nacional tantas veces anunciada».
Ramón Serrano Suñer es uno de los personajes principales del siglo XX español que vitalmente llenó; de su nacimiento en 1901 a su muerte en 2003, pocos días antes de cumplir 102 años. Llegó a esa edad con la cabeza perfectamente amueblada, con la curiosidad latente, con un agudo sentido de la Historia. Había sido testigo de tantas mudanzas que probablemente ya no le sorprendía nada.
Estudiante brillantísimo de Derecho y opositor a abogado del Estado, plaza que consigue a la primera antes de cumplir 23 años, no se consideró a sí mismo un intelectual –y lo era–, pero se rodeó de intelectuales. Contó con jóvenes valores como Laín, Tovar, Torrente Ballester, Rosales, Vivanco, Neville, Escobar, y con algunos de más edad: Sánchez Mazas, Montes, Foxá, Miquelarena, Alfaro, Mourlane, Ros, y el faro de todos ellos: Eugenio D’Ors.
En el inicio de la posguerra, Serrano Suñer consiguió el regreso a España desde el exilio de intelectuales relevantes, entre ellos Menéndez Pidal, Ortega y Gasset, el doctor Marañón… Cuando pronunció este último nombre en un Consejo de Ministros, el general Varela, ministro del Ejército, dio un puñetazo en la mesa: «A ese si entra lo mato»; Serrano Suñer contestó: «Pues mire usted, tendrá sus dificultades, porque si entra yo personalmente le daré escolta». Regresaron.
La documentación alemana recogida por los aliados al final de la guerra evidencia la hostilidad de Hitler, del general Jold, jefe de Estado Mayor, y de Martin Borman, Heinrich Heim y otros dirigentes nazis, hacia quien Jold llama «el jesuítico ministro de Asuntos Exteriores Serrano Suñer», porque desde una indefinición calculada de amistad-resistencia –bajo la dirección de su concuñado– impidió que España entrara en la guerra. Churchill en sus «Memorias», de 1949, valora las ventajas militares que supuso para Gran Bretaña y sus aliados la resistencia española a integrarse en el Eje. En «Entre Hendaya y Gibraltar», escribe: «He sido en el Gobierno un leal amigo de Alemania pero jamás un criado suyo». Fue un germanófilo convencido pero defendiendo los intereses de España.
El general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central del Ejército de la República, refiriéndose en sus «Memorias» a quiénes respetaba del bando nacional, opinó: «… de los civiles debo brindar mis mayores respetos a don Ramón Serrano Suñer porque, en un momento crucial de la vida de España, supo colocar, sobre su conveniencia, su conciencia».
Su evolución es una consecuencia de su trayectoria vital. En su artículo «La hija», una Tercera de ABC que ganó en 1953 el premio Mariano de Cavia, diferencia: «cuándo en un cambio de opiniones hay una limpia y honrada adhesión al proceso de la propia inteligencia, y cuándo se trata de una mera o cínica acomodación a nuevas situaciones y a nuevas ocasiones de provecho y granjería». En 1981, en «El franquismo sin mitos», insiste: «Fue precisamente mi vuelta a la vida común la que me hizo valorar y someter a revisión crítica profunda toda mi actuación anterior». Y en la reedición, 1973, de «Entre Hendaya y Gibraltar» había confesado: «Hoy es preciso reconocer como hecho que la democracia es la fórmula política actual de la civilización».
De Serrano Suñer escribió Azorín: «Habrá que contar con él en la Historia moderna de Europa». Mucho más de lo que cabe deducir de la versión televisiva de una ficción sobre cierta relación amorosa. Queda mucho por reflexionar sobre el personaje; de lo escrito, tiene a mi juicio singular relevancia el ensayo biográfico de Adriano Gómez Molina, de 2003. Y, desde luego, el portavoz parlamentario del PNV debería ampliar sus lecturas y no apetecer que se censuren las biografías de quienes, por su cuenta y riesgo, considera anatemizados por el revanchismo de la mal llamada «memoria histórica».
JUAN VAN-HALEN ES ESCRITOR Y ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LAS REALES ACADEMIAS DE HISTORIA Y BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO.