Ignacio Camacho-ABC
- Sánchez había ensayado a fondo su estrategia evasiva y la desempeñó con frialdad, sin salirse un palmo de sus casillas
A una comisión de investigación la oposición debe ir con un equipaje de información elaborada con sus propios contactos. Si no, es muy probable que el compareciente salga del trance incólume y que el interrogatorio se convierta en un debate más del clásico trajín parlamentario. Así transcurrió ayer la declaración de Sánchez en el Senado, más parecida a una sesión habitual de control del Gobierno con un formato más vivo y más largo. Es imposible sacar nada en claro de un testimonio basado en preguntas sobre asuntos publicados de antemano, y por tanto preparado con margen más que suficiente para salir del paso. Máxime si los aliados del ponente se dedican a hacerle quites a capotazos.
El presidente estuvo en general cómodo, o al menos en apariencia tranquilo, aunque comenzara calificando la cita de «comisión de difamación» –de «crucifixión» añadió el portavoz socialista–, y de «circo». Intuía que era improbable que alguien lo llevase por vericuetos desconocidos y se limitó a evitar moverse por terrenos resbaladizos. Como suele hacer en cada intervención en las Cámaras, punteó sus respuestas de puyazos al PP, fiel a su estilo, y lo negó todo, como Sabina: la presunta caja B del partido, el conocimiento de las andanzas de Ábalos y Cerdán y cualquier indicio o sospecha de delito. Por negar, negó hasta que supiera que el aterrizaje de Delcy en España estaba prohibido. Un gobernante perfectamente desinformado de todo lo que ocurría en sus dominios.
Con todo, fue una función –con todas las connotaciones dramatúrgicas del término– bastante más entretenida que la mayoría de las del Congreso. El toma y daca del careo resultó ágil, directo, y en los turnos de Mar Caballero, hija de una víctima de ETA, y de Alejo Miranda, se volvió intenso en algunos momentos. El representante de los populares se desenvolvió con desparpajo en el forcejeo; conocía el temario, apretaba bien las tuercas y logró poner al declarante en más de un aprieto. Lo que no consiguió fue alejarlo del estudiado papel de hombre mesurado, paciente y circunspecto, bromista a veces, sin perder los nervios, esforzadamente distinto del perfil crispado, tirante, que ha mostrado en los últimos tiempos.
Sin embargo, al cabo de cinco horas nadie acabó sabiendo más de lo que ya sabía, salvo acaso la generalizada revelación de que Miranda apunta a desempeños de mayor responsabilidad política. El jefe del Ejecutivo tiene muchas tablas, es correoso, frío, experto en la confrontación, y había ensayado a fondo su estrategia evasiva, ejercicio fácil para el dueño de una estructura moral tan dúctil como cínica. Quien esperase algo diferente vive en una burbuja optimista. Como no mostró documento alguno, para averiguar si dijo la verdad o soltó su acostumbrada sarta de mentiras habrá que volver a las pesquisas de la justicia, las únicas ante las que teme quedar en situación comprometida