Cambio de ciclo, bofetón estrepitoso a Pedro Sánchez en sus elecciones, en las que ejerció de gran líder prometeico, portador del estandarte de todas las apuestas del progreso y ha sufrido una derrota de las que no se vuelve. Lambán, Fernández Vara, Armengol y, por supuesto, Ximo Puig, han caído en este pulso decisivo, en esta escabechina de caudillines socialistas, descabalgados de un plumazo de sus respectivos sillones.
A la factoría de ficción de Moncloa tan sólo le quedará el recurso a Vox y a los posados de instagram del semestre flácido europeo para competir en diciembre. Magro báculo para enfrentarse a unas elecciones generales con un candidato ataviado con los harapos de esta estruendosa derrota. El vendaval azul ha derogado el sanchismo de una forma contundente, tal y como pedía Núñez Feijóo. Olida la tostada, y en línea con su tradicional heroísmo, Sánchez optó por recluirse en Moncloa y evitar el contacto popular en la sede de Ferraz donde, a buen seguro, muchos de los suyos maldicen la hora en la que le dio por presentarse de aspirante protagónico en un plebiscito personalista.
La noche del 28-M ha sentenciado al sanchismo y catapultado al PP. Apenas le queda margen de maniobra al líder del progreso para acabar su achacosa legislatura. Todas sus esperanzas se han desvanecido. Los 800 asesores de ala oeste carecen de otro plan B que esperar a los inevitables pactos que habrá de sellar el PP con Vox en diferentes comunidades y ayuntamientos. Ya lo cacareaban en la noche del desastre los papagayos del micro. Un empeño baldío, Vox ya no asusta a nadie, la foto de Colón no sólo es sepia sino que destiñe. El partido de Abascal exhibe sin mácula más credenciales democráticas que todos los malvivientes que han acompañado al sanchismo en su acción de Gobierno. Ni es argumento electoral ni es herramienta para la victoria. El semestre europeo, con estos resultados, da la risa. Un loser pavoneándose entre sus pares con ese gesto bobo de quien ha perdido las muelas en la contienda.
El 28-M desata ya todo tipo de recelos para con la continuidad de Sánchez con la posibilidad de ejercer como aspirante en las generales de diciembre
La primera vuelta de las generales ha resuelto las dudas. El puñetazo colosal de Ayuso en Madrid era lo esperado, la izquierda cuqui ha hecho el ridículo en la región. Pero los sopapos más duros vienen de Valencia, territorio totémico en esta consulta electoral, Baleares, Castilla la Mancha, Extremadura y, por supuesto, Andalucía, donde el PP desaloja al PSOE de todos los ayuntamientos y de seis de las ocho diputaciones. ¡Hasta logra mayoría absoluta en Granada! El voto andaluz anticipa el desplome del ineludible PSOE y desata todo tipo de recelos ante la posibilidad de que Sánchez se mantenga como aspirante en las generales de diciembre. En el mapa municipal, también los populares se imponen con casi un millón de votos de ventaja, un dato fundamental ya que se trata del cómputo a nivel nacional de estos comicios y anticipo de lo que puede ocurrir en las legislativas de fin de año. En las diez principales ciudades españolas solo quedan tres alcaldes socialistas, fiel reflejo de la hecatombe. Sus socios del nacionalismo de la caverna, PNV y ERC, pierden paso, en tanto que Bildu sale fortalecido. El País Vasco es así de moderno y cosmopolita, entre la txpela y el flequillo cortado con hacha.
Feijóo supera con brío su primer gran reto. En esta galopada, Madrid cabalga al frente de la gran reacción de la derecha, junto a Juanma Moreno, que no pierde el comba y mantiene todas sus credenciales como barón notable de su partido, un PP cada día más fuerte rumbo a la Moncloa.
El Sánchez que ganó en las urnas el 20-N de 2019 lo hizo mediante la mentira y la emboscada.Negó que dormiría con Podemos y juró mil veces que no se acostaría con Bildu
«Somos los médicos de nosotros mismos», decía Gaziel. Tras lo ocurrido este domingo, cabe pensar en que los españoles han despertado definitivamente, y se esfume la pesadilla atroz que ha quebrado nuestra convivencia y nuestra fragilísima democracia. Ya se adivina el enorme pendulazo. Se hace difícil imaginar que, tras haber sufrido el quinquenio más espantoso de la democracia, emerja de nuevo de las filas socialistas un personaje tan desprovisto de escrúpulos y tan ajeno a todo principio ético como el del actual titular del Ejecutivo. Menos arriesgado es suponer que un cuerpo electoral de espíritu mutable y algo laxo de principios, pueda incurrir en otro disparate semejante. Cierto es que el Sánchez que ganó en las urnas el 20-N de 2019 lo hizo mediante la mentira y la emboscada. Negó que dormiría con Podemos y juró mil veces que no se acostaría con Bildu. La militancia socialista, sus cuadros, sus líderes, sus referentes, sus portavoces, sus cacatúas, su monaguillos, han aplaudido, gozosos y exultantes, la densa y casi interminable cadena de enormidades que su caudillo ha consumado.
Ni un reproche, ni una crítica, sólo las vocecillas encogidas y temblorosas de algunos veteranos espantados ante la excrecencia que dejaron a su paso, ese individuo capaz de hasta lo inimaginable. España detesta a este tipo que no puede pisar la calle, no admite entrevistas más que de los micrófonos orgánicos, no habla con los ciudadanos, no conoce la realidad del país que dice gobernar.
La ineptitud y la rapiña
No cabe pensar en una resurrección de Sánchez como un terminator monstruoso e inextinguible. El músculo moral y la determinación democrática depositados este domingo en las urnas permiten acariciar la necesaria idea de un mazazo definitivo a cuanto significa esta etapa oscura, este periodo doloroso y triste, dirigido desde la mentira, la hipocresía, la ineptitud, la rapiña y «todas las manifestaciones de lo verdaderamente diabólico». Flaubert.
En diciembre, quizás antes, tocará el unánime esfuerzo de, papeleta en mano, culminar la tarea, rematar la faena, darle puerta al funesto personaje. Enviar el sanchismo a los chiqueros, devolverlo a la monstruosa pesadilla de la que surgió. Demasiadas cosas están en juego y la gente, al fin, ha dicho basta..