HERMANN TERTSCH-ABC
El frente transversal del odio sabe que el golpe es ahora o nunca
NADA define mejor la deriva moral y política del nacionalismo catalán que la irresistible ascensión del etarra Arnaldo Otegi como el icono viviente del proceso separatista y golpista. Las imágenes de pasados meses en las calles de Barcelona de colas espontáneas de nacionalistas a la espera de hacerse una foto con el terrorista y secuestrador como si se tratara de un ídolo de la música o el cine dicen más de la naturaleza real de lo que es hoy este separatismo que todas las proclamaciones solemnes e hipócritas sobre el carácter «pacifista», «democrático» o «no violento» del movimiento antiespañol. Desde que quedó en libertad de su última condena por dirigir la reconstrucción del brazo político de ETA, Otegui está más dedicado al campo de batalla catalán que al vasco. Y «Traktoria» lo abraza como un admirado y ejemplar enemigo de España.
Lógico. En el País Vasco hay poco que hacer. Allí las cosas van como él y los suyos quieren bajo esa falsaria normalidad que impone el nacionalismo del PNV en la administración mientras las organizaciones etarras prosiguen su proceso general de tribalización y adoctrinamiento hispanófobo de las nuevas generaciones. Incansablemente y con todos los recursos del poder y la economía vasca mimada y privilegiada por Madrid a su disposición. Porque la formación en el espíritu nacionalista del odio y desprecio hacia España y sus instituciones la comparten PNV y ETA/Bildu sin mayores problemas salvo en periodos electorales. Navarra es un símbolo de su éxito común. Esa región, en la que la presencia euskaldún era históricamente mínima y marginal, ha sido tomada por las fuerzas antiespañolas del nacionalismo vasco y el izquierdismo antisistema. Como lo fueron antes ciudades y zonas del País Vasco con sólidas mayorías de muy activa conciencia española y voto constitucionalista y antinacionalista. Este votante por España fue arrollado por la fuerza combinada de la amenaza etarra, la insidia y el chantaje político, social y económico del PNV y la desidia, la traición y la retirada y abandono de los partidos nacionales.
Aquellos desastres han traído estos dramas. Pero hay signos de un cambio pese al veneno cultural que destilan los medios y las instituciones autonómicas. Y la derrota total del golpismo catalán, la única forma de evitar un conflicto violento en España, va a cambiar también el panorama en el País Vasco. También allí pueden surgir nuevas fuerzas que entierren a las viejas y con ellas por fin sucumba la decimonónica mitología nacionalista vasca que lleva siglo y medio haciendo daño a diestro y siniestro.
La permanente presencia del etarra Otegui en Cataluña y en las redes sociales como adalid del «proceso» y su relación estrecha con los cabecillas golpistas no solo revelan la íntima colaboración entre quienes están unidos por su voluntad de destruir España. También evidencia ese reparto de papeles entre los separatistas –moderados y radicales por igual– de estas dos regiones españoles que siempre ha denunciado quien fuera líder popular vasco y ministro de interior Jaime Mayor Oreja. Que se remonta a la colaboración entre ETA, el Tripartito y Zapatero. Mientras el PNV insiste en que no apoya a Rajoy si no se levanta el 155 y se solidariza con los golpistas ya procesados, ETA con Otegui hacen visible la alianza de fuerzas antiespañolas, en una transversalidad del odio a España que ahora incorpora a Podemos. La exposición de todos ellos es máxima, porque coinciden en que es «ahora o nunca». Intuyen en que si no consiguen «matar a España» ahora, el cambio de conciencia no solo impedirá su triunfo sino supondrá su derrota histórica definitiva.