EL MUNDO – 26/05/16
· Un informe de la Universidad de Deusto y del Gobierno vasco presentado ayer en Bilbao confirma el secreto a voces: que vestir el uniforme rojo de la Ertzaintza no fue fácil con la amenaza de ETA y de su entorno sobre la nuca. A los terroristas les daba igual que el «cipayo torturador» fuese «español o vasco», según se podía leer en sus comunicados.
ETA acababa de secuestrar, torturar y asesinar al joven concejal del PP Miguel Ángel Blanco, pero HB mantenía sus movilizaciones callejeras. Era la madrugada del 28 de julio de 1997 y la manifestación acabó como todas, en kale borroka. Los radicales arrojaron esta vez nada menos que 80 cócteles molotov a una sola patrulla de la Ertzaintza, quizás porque días antes los antidisturbios se habían quitado el verduguillo como gesto simbólico en una de las protestas contra el crimen que marcó un antes y un después en el País Vasco. Este es sólo uno de los 1.300 atentados, sabotajes y ataques sufridos por los agentes de la policía vasca entre 1990 y 2011, una media de uno cada semana, que llegaron a ser uno cada 48 horas en los años más duros, precisamente entre 1995 y 1997.
Algunos datos del informe invitan a la reflexión. A no pasar la página del libro de historia sin antes haberla leído con detenimiento. 7.895 funcionarios de un cuerpo que nunca ha tenido más de 8.000 miembros aparecieron en los papeles incautados a los comandos de ETA. Más de 3.000 tuvieron que cambiar las matrículas de sus coches por seguridad. Los cuadros de ansiedad, estrés y soledad eran moneda corriente y el Departamento de Interior tuvo que montar un gabinete psicológico. Los cambios de domicilio eran frecuentes… Todo para evitar que la lista de asesinatos siguiera creciendo.
«Nos dijo una mujer del Gobierno vasco: ‘No podéis pensar mucho porque hoy ya no vais a volver a casa’. Nosotros: ‘¿Cómo que no vamos a volver a casa?’. Y ella: ‘Id bajando cosas poco a poco, que nadie se dé cuenta de que no estáis’», narra un ertzaina amenazado que ha colaborado en la investigación académica. Poco a poco, localidades como Castro Urdiales (Cantabria) se convirtieron en santuario no sólo para ertzainas, sino también para policías nacionales y guardias civiles destinados en el País Vasco.
Jose Ramón Intxaurbe, coordinador del proyecto, revela algunos efectos dramáticos del «hostigamiento» de ETA. El primero, la «invisibilización» de los ertzainas, que ocultaron su condición para proteger sobre todo a sus familias de un entorno no siempre amigable. El segundo, la autoprotección llevada al extremo. Para los escoltas no hay escolta y ellos son sus propios vigilantes. El sueño de crear una policía vasca «cercana» tras la gris dictadura se esfumó por ETA. Las comisarías se blindaron con muros y los protocolos de seguridad internos, como la Instrucción 53, se convirtieron en un catecismo.
La consejera de Seguridad, Estefanía Beltrán de Heredia, reconoció ayer que no se pudieron atender todas las demandas de los ertzainas. Un agente que pidió medios a sus jefes tiene «grabado a fuego» cómo la única solución que le ofrecieron para escapar de un atentado fue dormir en la Academia de Policía de Arkaute. El Gobierno vasco se comprometió ayer públicamente a no pasar por alto estas demandas.
Uno de los deseos de los ertzainas participantes en la investigación es que su verdad se sepa. Que la historia no quede sepultada en lo que algunos definen como «la batalla del relato». Quieren hacer llegar este mensaje sobre todo al resto de España. «Para mí es terrible cuando emiten las imágenes de mi hijo y hablan del atentado. No puedo verlo, aparto la mirada. Pero en el fondo creo que es una manera de hacer ver a las personas que eso ha existido, que ha ocurrido», se confiesa la madre de uno de los agentes asesinados.
EL MUNDO – 26/05/16