Comprendo que muchos ciudadanos nos vean a los periodistas honestos como una banda de obstinados ilusos. Así percibía Albert Camus a Sísifo, su “héroe absurdo”, encadenado al deber perpetuo de empujar la piedra ladera arriba.
Cuando el 14 de octubre de 2015 -pasado mañana hará diez años- nació EL ESPAÑOL, sus fundadores no nos llamábamos a engaño
Aunque nos faltaban los detalles, sabíamos perfectamente lo que nos depararía el destino. No en vano muchos de nosotros habíamos pasado ya por peripecias recurrentes.
En mi caso concreto, por el doble trauma de que un gobierno de izquierdas hubiera logrado que me destituyeran como director de Diario 16 y uno de derechas hubiera conseguido lo propio en El Mundo, con veinticinco años de interregno.
Es cierto que en ambos casos me levanté para empezar desde cero. Pero no es a eso a lo que se refiere la metáfora de la piedra y la empinada ladera. Ejemplos de reinvención ante la adversidad los hay, en definitiva, en todas las profesiones.
No. Para quienes hemos elegido el periodismo como forma de vida, la piedra es la res pública o para ser más exactos la ética política. Empujarla hacia la cima es intentar satisfacer el derecho a la verdad de los gobernados, frente a la tendencia a ocultarla de los gobernantes.
No somos ni pretendemos ser poderosos. Anhelamos a ser influyentes, proporcionando a los electores los elementos de juicio que les hurtan los obsesionados por perpetuarse en el mando.
Es la eterna pugna entre la información y el encubrimiento, entre la oscuridad y la linterna mágica del periodismo. Una pugna que sólo termina bien -y durante un rato- en los países en los que existe libertad de prensa. Nunca en China o en Rusia.
Ese intervalo prodigioso sucede cuando el escenario se ilumina y el descubrimiento de hechos relevantes que estaban escondidos empodera a una sociedad para regenerarse. Mediante la alternancia en el poder o incluso mediante el cambio de aquellas reglas del juego que propician la podredumbre.
Es un momento relampagueante. Uno de esos misterios gozosos que sólo Sísifo puede comprender. Porque la piedra parece a punto de reposar sobre la cima.
***
Pero el espejismo siempre es efímero. Lo que rueda fatídicamente ladera abajo no es el empleo o el prestigio del empujador de piedras, sino la moral colectiva despeñada por el barranco de la vuelta a las andadas. Por la propensión natural de cualquier poder a corromperse.
Es la hora de la decepción en la que el ‘Holandés Errante’ tiene que volver a zarpar y sumergirse en la bruma, tras haberse sentido engañado, una vez más, al recalar en otro puerto.
Pero también es, según Camus, la “hora de la conciencia”, en la que Sísifo siente de nuevo la llamada del deber. Una apelación ineludible, a sabiendas de que “su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su pasión por la vida le valieron ese suplicio indecible”.
No todos los políticos son iguales. Pero todo régimen de poder engendra los mismos vicios. Basta con darle tiempo.
Ocho años, dos mandatos, deberían ser más que suficientes. Incluso gobernando con honradez y eficiencia.
Cuando no ocurre lo uno ni lo otro se produce la huida hacia adelante. El gobernante tramposo intenta perpetuarse a base de mentiras.
Es un pulso que puede durar años. Para acortar los plazos, la piedra de las revelaciones tiene que hacerse visible cuanto antes y llegar a la máxima altura posible.
En esas estamos desde que la ilusión que suscitó Sánchez se trocó primero en decepción y nos dio de bruces después en la sucia tierra de la corrupción.
Por eso, Sísifo empuja y empuja.
***
Cuando serví de heraldo de nuestro nacimiento, anuncié que EL ESPAÑOL sería “universal, independiente, innovador, combativo, plural, ecuánime e inteligente”. Y que el león, símbolo de la Monarquía y la República, defensor de la ciudad y garante de la soberanía popular, sería nuestro emblema.
De igual manera que El Mundo continuó la investigación iniciada por Diario 16 sobre los GAL, EL ESPAÑOL heredó tres casos abiertos: el de la financiación ilegal del PP de Rajoy, el de la corrupción de los Pujol y el del dinero negro manejado por Juan Carlos y Corinna.
Tirando de esos hilos descubrimos el nidito de amor del Emérito en los Alpes y su trama de evasión fiscal. También el documento secreto firmado por Pujol en Andorra que desmontaba la coartada de su herencia. Y también los millonarios movimientos de las cuentas bancarias de Bárcenas en Suiza.
Los tres asuntos quedaron en manos de la Justicia y tuvieron consecuencias para los tramposos. En el plano político la más relevante fue la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa, exhibiendo la misma audacia que por dos veces le había dado la victoria en las primarias del PSOE.
Su llegada al poder por esa vía era fruto en gran medida del “Luis, sé fuerte”. Es decir, de nuestro periodismo de denuncia. Sánchez merecía doblemente el beneficio de la duda.
Incluso después de que Albert Rivera dilapidara frívolamente la ocasión histórica de haber dado estabilidad al PSOE desde el centro. Incluso después de que Sánchez tuviera que arrojarse en brazos de los radicales que “le quitaban el sueño”.
Cuando llegó la pandemia y Sánchez estimuló de manera crucial la solidaridad de la UE mediante los fondos Next Generation, EL ESPAÑOL llamó al cierre de filas.
“Como presidente de todos los españoles, usted dispone de los resortes legales y el poder legítimo…”, le dije cuando inauguró la primera edición de nuestro ‘Wake Up, Spain!’ “Es un imperativo nacional que usted acierte y todos deberíamos tratar de contribuir a ello.”
EL ESPAÑOL no escurrió el hombro.
Todo cambió cuando, tras perder las generales del 23 por mayor margen del que González había perdido con Aznar, en lugar de facilitar la alternancia, Sánchez recurrió al cambalache espurio de la investidura por la amnistía.
Era legal pero tan inmoral como la simonía de los obispos del medioevo.
Y a los pocos meses descubrimos el ‘caso Koldo’, que luego se transformó en el ‘caso Abalos’, para dar paso al ‘caso Cerdán’ y convertirse ahora en el principal afluente del ‘caso Sánchez’.
Un ‘caso Sánchez’ en el que confluyen también los negocios de su esposa, la plaza otorgada arbitrariamente a su hermano, los contratos millonarios a su amigo Barrabés, la presunta corrupción de numerosos altos cargos, el fiscal general sentado en el banquillo, las andanzas de la ‘fontanera’ y hasta el enchufe del profesor de esquí.
Sin dejar fuera episodios tan elocuentes de su biografía como ese bautismo político como concejal comprometido a erradicar la prostitución, mientras él y su familia se beneficiaban de ella.
***
Sánchez reaccionó a las primeras denuncias, amalgamándonos en la ‘máquina del fango’, junto a otros colegas que también se han distinguido por sus revelaciones. Enseguida llegó la flagrante discriminación en el reparto de la publicidad institucional, denunciada por EL ESPAÑOL ante la ONU y el Consejo de Europa.
Vivimos ahora lo que Camus denomina “nuestras noches de Getsemaní”. Esa etapa dramática no exenta de angustia en la que los adversarios acechan con los cuchillos desenvainados y presuntos amigos te dan la espalda para no contaminarse ante el poder.
Aunque no tenemos vocación de héroes, denunciar a un Gobierno tan dotado de medios como falto de escrúpulos es un empeño que linda con lo heroico.
Pero “la sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno”. Aunque no tenemos vocación de héroes, denunciar a un Gobierno tan dotado de medios como falto de escrúpulos es un empeño que linda con lo heroico.
No en vano de las trece veces en las que los ocupantes de la Moncloa han tratado de perpetuarse por las urnas, doce lo han conseguido. Incluido Felipe González cuando encubría los GAL. Incluido Mariano Rajoy cuando encubría la Gürtel.
Los que daban risa como jefes de la oposición -a Zapatero le llamaban “Bambi”, a Aznar ‘Charlotín’-, infundían pánico acorazados en la Moncloa con el BOE, RTVE y el CIS.
Nada hay tan ridículo como el culto a Sánchez de los de la cofradía del puño en alto. Para mérito, el de quienes tratan de desalojarle de su predio desde la desvalida oposición.
***
La cuesta es hoy empinadísima, pero Sísifo es un león feliz.
No ya porque nuestro periódico lleve 25 meses consecutivos encaramado al liderazgo absoluto de la prensa.
Ni porque seamos los archicampeones de las redes sociales.
Ni porque hayamos creado más de 250 puestos de trabajo directos, algo que no puede decir ninguna otra empresa periodística en esta década.
Ni porque seamos un referente en ámbitos como el liderazgo femenino, la sostenibilidad, la sanidad, la energía o la defensa.
Ni porque hayamos creado de la nada el “Wake Up”, recreado las “Top 100”, inventado los “Maga de Magas” y confirmado que todo es posible en Granada.
Ni porque nuestros más de cinco mil accionistas hayan visto retribuida al fin su inversión en el periódico.
Sísifo es un león feliz porque está abrazado a su piedra con mejor compañía de la que jamás pudo haber imaginado.
Y porque el autor de “La Peste” dejó escrito su retrato hace 83 años, como si fuera la vacuna contra los peores males del mundo:
“Lo que vemos es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, empujarla y ayudarla a subir por una pendiente cien veces recomenzada. Vemos el rostro crispado, la mejilla pegada contra la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de greda, un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra”.
Camus explica muy bien lo que siente nuestro león entre rugido y rugido: “Todo el gozo silencioso de Sísifo está en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su casa”.
De esta montaña rocosa llamada EL ESPAÑOL ya nadie va a poder echarnos. Conmigo hace tiempo que abandonaron toda esperanza. El empecinamiento sudoroso de Sísifo es el del “hombre absurdo” porque es el del hombre libre.
Camus explica muy bien lo que siente nuestro león entre rugido y rugido: “Todo el gozo silencioso de Sísifo está en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su casa”.
Por eso “el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, manda callar a todos los ídolos”.
Por eso el león mira desde abajo con serena superioridad al presidente idolatrado que todavía hace chistes desde arriba.
“¡Animo, Alberto!”, dice el presidente endiosado, como si no hubiera millones de brazos y corazones empeñados en lo mismo que el jefe de la oposición.
Su prepotente anfibología me recuerda a aquel doble sentido del anuncio de un champú argentino: “Para la caspa”. En su versión audiovisual el locutor reforzaba la polisemia de la proposición convertida en verbo. A veces con una paradiña: “Para… la caspa”. Otras con una llamada a la acción: “¡Para la caspa!”.
Que brillen pues sobre el cielo de la ciudad, sobre el de la nación entera, las tres palabras que acompañan a la piedra que el tenaz león de “El Español”, sigue empujando hacia el trono del jefe de la banda del Peugeot: “Para la reelección”.
Sí. “Para… la reelección”.
Está en tus manos pararla.