EL MUNDO 11/06/13
ARCADI ESPADA
DOS lecciones sobre internet, al menos dos, no se han aprendido bien. La primera afecta a la veracidad. En el internet libre como la playa libre de mi infancia (es decir, sucio) todo es mentira hasta que se demuestre lo contrario. Este escepticismo no se ha diseminado lo suficiente: hay muchas personas, las más jóvenes, por desgracia, que utilizan este argumento de autoridad: «Es verdad, lo he visto en internet». Se trata de una pésima noticia para el conocimiento: internet no es una marca de nada, y mucho menos una marca fiable. La segunda lección inaprendida afecta a lo que sigue llamándose intimidad o privacidad. Internet es un espacio público. Es decir, la calle. Y una calle, respecto a la habitual, particularísima: todos los movimientos quedan anotados. Una letal confusión es que en la red pueda darse el tipo de intimidad del susurro en la otra oreja. Jamás. Como en la ciudad, es posible que uno pueda realizar algún acto que pase inadvertido. Pero la clave es meterse en la cabeza que cualquiera puede descubrir, como en la ciudad, lo que otro hizo o está haciendo. Es preciso pensar en el sentido del verbo publicar. Publicar es la principal actividad en internet (y realizar una búsqueda simple es también publicar) y publicar es ontológicamente incompatible con ocultar. A pesar de ello, y debido al carácter fascinador, puramente mágico, de la red la mayor parte de la gente sostiene la creencia fatal de que internet es una atmósfera. ¡Un espíritu! Como no podría ser de otro modo internet es un espacio físico, donde magnitudes perfectamente físicas quedan físicamente almacenadas en una cantidad indescriptible de hangares. Convendría ir pregonando la idea de que en internet no solo nada se destruye sino que ni siquiera se transforma.
Hace pocos meses el Senado norteamericano aprobó una ley que permitía al Gobierno leer y escuchar las comunicaciones internáuticas. Es la última demostración sobre la naturaleza pública de internet y, por eso mismo, la actitud lógica y compatible con la Cuarta Enmienda del principal policía de la Ciudad. Si el mal pudiera hacer un uso libre y encriptado de los infinitos recursos internáuticos, la vida sería una perpetua noche de saqueos.
«Hay que pregonar que en internet no solo nada se destruye sino que ni siquiera se transforma»