César Antonio Molina-ABC

  • En estos días en que Trump trata de blanquear a Putin, el mandatario estadounidense no se da cuenta de que asume también todos los crímenes políticos que el dictador ruso ha llevado a cabo durante su mandato

«Rusia no debe ser solo libre, sino también feliz. Tenemos todo y, a pesar de ello, somos un país infeliz. Si leéis la literatura rusa, os quedáis atónitos: ¡Dios mío! Solo descripciones de miseria y sufrimientos. Somos un país muy infeliz. Nos hallamos en un círculo de miseria y no conseguimos salir de él», escribió en su día Alexéi Navalni, que luchó heroicamente contra aquellos que aún siguen empeñados en hacerla infeliz. Había nacido en el año 1976, en la región de Moscú, y estudió Derecho y Económicas. Vivió la caída de la URSS, la Perestroika de Gorbachov, la vuelta a la anarquía y la dictadura neozarista y neoestalinista entronizada por Putin. De muy joven fue nacionalista y contrario a la inmigración asiática. Se afilió al Partido Liberal pro occidental, que pronto abandonó. En 2010 obtuvo una beca en Yale para estudiar la legislación penal contra el blanqueo de dinero, tanto en los EE.UU. como en Europa. Fue entonces cuando se dio cuenta de que, en Rusia, era fundamental desenmascarar primero la corrupción e instalar una democracia parlamentaria. Así, en el año 2011, creó la Fundación para la Lucha contra la Corrupción (la FBK). Desde entonces, denunciaron al partido de Putin, Rusia Unida, al que calificaron como banda de ladrones y estafadores.

Navalni regresó a sus creencias cristianas ortodoxas. Y fue precisamente a la Iglesia rusa a quien denunció por estar totalmente vendida al dictador. Una Iglesia que jamás hizo nada por ningún preso político o de conciencia. A pesar de todo, Navalni afirmó que era creyente no practicante, cristiano ortodoxo «para sentirse parte de algo grande y compartido». Muchos fueron sus fracasos, como, por ejemplo, su candidatura a la alcaldía de Moscú. Durante su campaña defendió la instauración en su país de una democracia a la europea y la integración de Rusia en la UE. El documental ‘Navalni’ (2023), dirigido por D. Roher, ganó un Oscar y él mismo utilizó ese mismo género para sacar a la luz a la nomenclatura oligárquica rusa que rodeaba al cabecilla mafioso Vladímir Putin. Medvedev, comodín de Putin, tenía también un papel protagonista. Así salieron a la luz, por primera vez, todas las mansiones y palacios del antiguo funcionario de la KGB que era el nuevo zar Putin.

En 2020 fue envenenado. Sobrevivió. Pudo permanecer en el exilio. Regresó. Sabía que iba a ser inmolado. Murió en 2024 y durante los tres últimos años de su corta vida acumuló sucesivamente más de veinte años de prisión por causas inventadas de todo tipo. En la cárcel descubrió a los verdaderos enemigos de la libertad: el miedo y el odio, «al que si se da rienda suelta puede devorarte». Enviado a la cárcel de Jarp, más allá del círculo polar, fue asesinado lentamente debido a las condiciones de vida que le impusieron. Tenía cuarenta y siete años.

A Navalni se le puede considerar un santo laico. Se inmoló por todos nosotros y por la libertad. En uno de sus últimos escritos, ahora reunidos en su libro ‘No tengo miedo. No lo tengáis vosotros’, que acaba de aparecer en nuestra lengua, publicado por Ediciones Encuentro, se pregunta: «¿Contra qué luchó el Señor?». Y él mismo se contesta: «Contra la mentira, la hipocresía, la esclavitud, la injusticia, la usurpación del poder por parte de delincuentes». Consideraba la mentira como uno de los peores delitos políticos. El bien, la justicia, la fe, la esperanza y la caridad, para Navalni, debían triunfar en Rusia. Y la mentira tenía que ser combatida como el verdadero mal. La fe espiritual sobrevenida le dio fuerzas para resistir. Asumió como necesario su martirologio. Tenía mujer, hijos, amigos, seguidores y todo lo sacrificó por dar testimonio de su valor. Y su decisión no fue política o ideológica, sino ética y moral. Asumió el riesgo no solo como algo inevitable, sino como necesario. Debía dar ejemplo. Debía ser ese justo que ayuda a salvar a la humanidad.

El miedo no doblegó su conciencia porque murió en plena lucidez. Navalni también luchó por una justicia independiente y, también, acusó a los gigantes tecnológicos de estar de parte de Putin: «Apple y Google retiraron nuestra ‘app’ antes de las elecciones. YouTube, que me gusta tanto, eliminó nuestro vídeo y el servicio de mensajería. Telegram bloqueó nuestro ‘bot’. Con Internet sorteábamos la censura. Google y Meta, al bloquear la publicidad en Rusia, le quitaron a la oposición la posibilidad de desarrollar las campañas contra la guerra, haciéndole un enorme regalo a Putin. Nosotros luchamos también por una sociedad sin censura, libre a través de los medios de comunicación y las redes sociales».

La dotación del premio Sajarov a la Libertad de Conciencia lo donó a su fundación. Aunque tuvo muchos seguidores, se quejaba de la complacencia de su pueblo. Y, desde su benevolencia, acusó a aquellos que se creían neutrales. El dinero robado por los oligarcas impedía mejoras en la sanidad, la vivienda, los medios de locomoción, la educación o las infraestructuras. En este libro al que me he referido, que reúne fragmentos de diarios, anotaciones, discursos, declaraciones ante los tribunales, manifiestos, artículos, entrevistas, cartas y lecturas, Navalni recuerda lo que Tolstoi puso en boca de uno de los personajes de ‘Resurrección’: «Sí, en estos tiempos que corren en Rusia el único lugar decente para un hombre honesto es la prisión». Navalni nunca tuvo odio ni resentimiento hacia sus carceleros. La enumeración de sus castigos es mínima. Como anécdotas macabras yo destacaría dos. La radio a toda voz emitía todo el día y noche discursos de Putin. Y en su mínima celda disfrutó, por ejemplo, de la compañía de un asesino que se había comido a sus víctimas. La lectura aminoró su soledad. Conocía muy bien la literatura rusa. Ahora que acabamos de conmemorar el primer aniversario de su muerte, en su último apunte del 17 de febrero de 2024, comentaba varias obras de Chéjov y Dostoievski.

Navalni defendió a Ucrania y el asunto de Crimea lo calificó como irresoluble. En estos días en que Trump trata de blanquear a Putin, el mandatario estadounidense no se da cuenta de que asume también todos los crímenes políticos que el dictador ruso ha llevado a cabo durante su mandato. Crímenes contra la humanidad. Y en los acuerdos sobre Ucrania esperemos que no esté la entrega, en un plato de oro, de la cabeza de Zelenski. ¡No es una metáfora! Navalni es el anti-Putin. Hay que decidirse por uno u otro. El primero, permítaseme esta comparación, imitó a Cristo. El segundo, a Poncio Pilatos. Y el tercero, Trump, a Judas.