Alberto Ruiz-Gallardón fue una joven esperanza blanca de la derecha española, hijo de un buen colaborador de Fraga desde los primeros tiempos de AP. José Mª Ruiz-Gallardón se convirtió en la bestia negra de la izquierda el día que explicó a la revista Triunfo, biblia del progresismo (faltaban cuatro meses para El País), que la expresión con que Fraga había escandalizado a las caperucitas –«el poder público tiene el monopolio jurídico de la violencia»– era una afirmación irreprochablemente democrática.
La revista (nº 679) le respondió con un editorial tan sobrado de bilis como carente de argumentos. El editorialista no debía de conocer la definición canónica de MaxWeber en su conferencia de la Universidad de Munich en 1919 La política como vocación: «El Estado es aquella comunidad humana que dentro de un determinado territorio reivindica para sí con éxito el monopolio jurídico de la violencia física legítima». Yo, que tenía por entonces Triunfo como un texto sagrado, conocí la conferencia de Weber gracias a Gallardón padre, lo que ha dejado en mí un poso de gratitud que aún perdura.
Aquel buen hombre tomaba con humor el facherío que le achacaban. Él nunca había sido franquista, pese a las acusaciones de la izquierda que se alargaron hasta Iñigo Errejón: «La gente dirá que yo soy de derechas, pero el que de verdad es de derechas es mi hijo Alberto». Bueno, pues su hijo ha vuelto a mandamiento después de haber cambiado principios por mayorías electorales y arrepentirse de ello, no porque las mayorías sean en sí nada malo, sino porque en un momento dado, una crisis, por ejemplo, no son bienes estrictamente sustitutivos.
Esta semana ha deparado dos acontecimientos intelectualmente relevantes a la derecha española: dos intervenciones de Aznar en el debate político, no confundir con la constitución de un partido alternativo al PP, y la vuelta del joven Gallardón, ya no tanto, a la brillantez conceptual con que se manejaba antaño, olvidando los pujos socialdemócratas con los que pretendía ganar el aprecio de quienes no le votarían jamás de los jamases. El PP de Rajoy debería considerar que hace 20 años, aquel partido era un referente para gentes que venían de otras latitudes y longitudes políticas. Paradójicamente, el hecho de haberse centrado les ha hecho perder centralidad. La derecha es una posición relativa: depende de dónde la sitúen los demás.