Mikel Buesa-La Razón

  • Está claro que aquí, salvo unos pocos entusiastas obnubilados por el poder, pocos se fían del mundo feliz que ofrece Sánchez

El de Pedro Sánchez es un mundo feliz. No hay más que ver cómo nos recuerda todos los días, con la ayuda de algún rotativo británico no precisamente bien informado, que España es el país cuya economía crece más, sugiriendo así que los frutos de esa expansión se reparten sobre todos nosotros como un maná que no requiere otra cosa que su voluntad de transmitirnos su felicidad. Claro que ya vemos que cuando se le menta lo de su esposa o lo de sus ministros en los juzgados, entonces se le pone una cara de mala leche que parece desmentir todo lo anterior. En fin, es lo que hay si no fuera porque cuando nos miramos el bolsillo resulta que no está tan lleno como sugiere el discurso gubernamental. Son muchos los que, teniendo un empleo, apenas pueden cubrir sus necesidades con lo que cobran y, dejémoslo claro, la pobreza se ha extendido bajo su mandato. Están también los resignados a vivir en un cuchitril, sobre todo entre los jóvenes, porque eso de las soluciones habitacionales no deja de ser un eufemismo para tapar la atroz falta de viviendas que se extiende por todo el país. Aunque, ya puestos, otros ni se plantean salir de hogar familiar porque con papá y mamá, aun sumando una edad de décadas, se vive mejor que en el mundo que ofrece Sánchez. Y sobre el futuro ya preferimos ni pensar porque no sabemos si de verdad es negro o si lo vemos así porque todos los días hay algo que nos desmiente las promesas que nos hizo el presidente hace tiempo –y que, por cierto, nos sigue haciendo sin despeinarse–.

Aldous Huxley –de quien he tomado prestado el título de esta columna– escribió que «los hechos no dejan de existir porque se los ignore». Y entre esos hechos está, en esta semana que abre el año, un aumento extraordinario de la tasa de ahorro de los españoles. «El dinero, nos dicen, bien guardadito por si acaso, no vaya a ser que vengan unas vacas aún más flacas y nos pillen en pelota». Está claro que aquí, salvo unos pocos entusiastas obnubilados por el poder, pocos se fían del mundo feliz que ofrece Sánchez.