- Rusia y China harán todo lo que está en su mano para reducir la influencia de Estados Unidos aprovechando las iniciativas de Trump. Una consecuencia puede ser la quiebra del régimen de no proliferación nuclear
Desde que se utilizó por primera vez el arma nuclear y se pudo constatar su capacidad de destrucción se ha tratado de limitar el número de estados que dispusieran de ella. Resultaba evidente para todos que cuanto mayor fuera el número, mayor también sería el riesgo de su utilización. A la vista está la facilidad con la que dirigentes carentes de suficiente equilibrio psíquico, formación y sentido de la responsabilidad han sido aupados a lo largo de la historia a los puestos de mayor responsabilidad a través de estrategias populistas o por la fuerza. Ante ello, los Estados Unidos capitanearon una política dirigida a contener la proliferación. Se creó una agencia internacional especializada y un marco jurídico al que se invitaba a participar a todos los estados. Aunque formalmente se afirmaba que el objetivo era un planeta desnuclearizado, en realidad se asumía que esto era imposible e, incluso, peligroso. Un pequeño grupo de grandes potencias debía actuar como guardián del régimen para evitar la proliferación, aprovechando su influencia diplomática y su disuasión militar.
La Administración Trump ha rechazado el legado diplomático de sus predecesoras y está tratando de imponer una nueva visión que, de manera resumida, supondría volver al siglo XIX, pero en un entorno nuclearizado y globalizado. Sabemos lo que rechaza y lo que ansía, pero no cómo lo quiere conseguir. Su política es aún más caótica que en su anterior paso por la Casa Blanca ¿Está interesada en contener la proliferación nuclear? ¿La considera una amenaza para sus intereses nacionales? ¿Es capaz de valorar que sus aliados sienten mayor necesidad de disponer de estas capacidades en la medida en que Estados Unidos busca un acuerdo directo con sus rivales a costa de ellos? En estos días nos hallamos frente a tres casos extremadamente delicados de los que deberíamos ser capaces de extraer alguna conclusión.
Como ya comentamos hace unas semanas, Ucrania fue invadida por Rusia tras devolver el armamento nuclear allí depositado por la Unión Soviética. Estados Unidos y sus socios europeos en ningún momento han considerado viable la plena recuperación del territorio de soberanía ucraniano, por miedo a que Rusia, llegado el momento, utilizara esta capacidad. Ucrania se equivocó al renunciar al arma nuclear y está pagando un precio muy alto por ello. En Europa crecen las voces que cuestionan con fundamento el paraguas de disuasión norteamericano y concluyen que hay que actuar en consecuencia. No es seguro que Trump llegue a un entendimiento con Putin, pero de lo que no hay duda es de que la confianza que los europeos habían depositado en la potencia norteamericana no podrá restaurarse plenamente y que eso acabará teniendo consecuencias en el plano militar, incluida su dimensión nuclear.
Irán está próximo a disponer de misiles con cabezas nucleares. Estados Unidos se ha comprometido a evitarlo, pero no lo está haciendo. Su autoridad en Oriente Medio ha decaído mucho desde el retraimiento iniciado por el presidente Obama, pero todavía es un actor de referencia, garante del entendimiento entre Israel y buena parte de sus vecinos árabes. Si Trump no consigue impedirlo, por vía diplomática o militar, los árabes tendrán que actuar en consecuencia, adquiriendo lo antes posible esa capacidad, porque el Irán de los ayatolás es su enemigo.
India y Pakistán son ya potencias nucleares y, una vez más, están al borde de la guerra por actos terroristas en Cachemira. El régimen de no proliferación no fue capaz de impedir que ambos estados se dotaran de este armamento y la historia de su relación es garantía de conflicto. Si a eso añadimos el perfil psicológico de sus respectivos dirigentes, el primer ministro indio y el jefe del Estado Mayor pakistaní, el riesgo de que se ascienda hasta el umbral nuclear es real. Es comprensible por ello que la diplomacia norteamericana se haya volcado en tratar de reducir la tensión y canalizarla hacia el plano diplomático.
En los tres casos, aunque no en la misma medida, la diplomacia occidental, y especialmente la norteamericana, podría haber hecho más para evitar llegar al punto en el que nos encontramos. El papel lo soporta todo. Es muy fácil defender una política aislacionista y mercantilista, buscar el entendimiento con tus rivales a costa de tus aliados, repartirse el mundo en áreas de influencia… pero el papel es sólo papel. La idea de que podemos aislarnos en un mundo globalizado no deja de ser un sueño de la razón. Los fundamentos de la política occidental desde 1945 tenían y tienen una razón de ser. Lo que pasa en el mundo nos afecta a todos y más vale prevenir que curar. Parecía que los norteamericanos lo habían entendido, que habían asumido el precio a pagar por su condición de gran potencia, pero el desquiciamiento por el que su ciudadanía está pasando, sólo comparable a la del resto de Occidente, los ha llevado a buscar soluciones fáciles para problemas complejos.
Rusia y China harán todo lo que está en su mano para reducir la influencia de Estados Unidos aprovechando las iniciativas de Trump. Una consecuencia puede ser la quiebra del régimen de no proliferación nuclear, que dará paso a un mundo mucho más inseguro y menos occidental.